Nicolás Maduro confronta tres crisis simultaneas que se refuerzan mutuamente, se han acentuando recientemente y constituyen un complicado circulo vicioso que recuerda la ley del economista Rudiger Dornbusch. Dicha ley establece que los economistas, pero también otros estudiosos sociales, suelen tener la oportunidad de equivocarse por partida doble respecto a la dinámica propia de las crisis. Tardan más en llegar de lo que se piensa, pero entonces suceden mucho más rápido de lo que se piensa.
Venezuela sufre de una situación económica insostenible, heredada de las patéticas políticas de Chávez, quien estimulaba mucho la demanda agregada mediante políticas populistas expansivas del gasto público, mientras que, a la vez, restringía la oferta agregada con expropiaciones de empresas, rigidices e inflexibilidades laborales, y con controles de precios. Estos hacen que muchos bienes tengan precios por debajo de su costo de producción, lo que desalienta la inversión privada extranjera y alienta la fuga de capitales. Como secuela de las políticas públicas, así como del estancamiento de la producción y del precio del petróleo, en Venezuela se ha desatado una elevada inflación y un creciente desabastecimiento, con un producto en contracción, escasez de divisas a pesar de la devaluación de 47%, una deuda externa no inferior al 55% del PIB a la tasa de cambio sobrevaluada de Bs6.3 por US$1 y una elevada tasa de riesgo país de alrededor de 800 puntos.
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