Analizando artículos recientes sobre Israel y la cuestión palestina de The Economist y de Thomas Friedman del NYTimes, así como una exposición de Zbigniew Brzezinski en el programa Morning Joe de MSNBC, coincido con sus críticas y pesimistas opiniones sobre las posiciones adoptadas por Israel y EEUU. Con razón consideran que las mismas aíslan a ambos países y hacen ver a Netanyahu como un terco intransigente sin una visión estratégica sobre los intereses de largo plazo de Israel y a EEUU siguiendo incondicionalmente los intereses políticos de Netanyahu y no de EEUU por las presiones del cabildeo israelí en EEUU. (La figura anexa es tomada de The Economist).
Hace menos de dos años estuve en Israel y Palestina para visitar los lugares santos de la cristiandad: Belén, Nazaret, Jerusalén, el Jordán, etc. Fuera de los aspectos del impactante peregrinaje religioso, fue muy interesante observar el marcado progreso israelí, especialmente en las áreas técnicas en general y su creciente aprovechamiento de los desiertos, en contraste está la difícil situación de gueto de los palestinos. Para pasar en un bus turístico de Jerusalén a Belén había que cambiar de guías y traspasar extremadas barreras de control y segfuridad.
En febrero de este año 2011 el Consejo de Seguridad de la ONU votó la condena de los asentamientos israelitas en la Cisjordania con el veto inhibitorio de EEUU. Esto le restó credibilidad a EEUU como mediador imparcial entre Israel y Palestina en un tema clave como son los asentamientos israelitas en las áreas ocupadas en territorio palestino y defendidos por el ejército israelí, así como cercenó adversamente las simpatías de Turquía y varios países del mundo árabe que vieron a EEUU demasiado sesgado y comprometido a favor de Israel.
Con las negociaciones en punto muerto, la construcción de los asentamientos sin pausa mediante los cuales Israel se ha extendido en las áreas ocupadas, la ausencia de perspectivas de poner fin a la continua humillación de la ocupación y todas las restantes formas de influencia evidentemente agotadas, el presidente de la Autoridad Palestina Mahmud Abbas acudió a la ONU. Su propósito fue potenciar una causa que languidecía y obligar a las otras partes a romper el actual impasse, apeló a la conciencia internacional y a la justicia de una causa que defiende democrática y pacíficamente. Unos 126 países de los 193 miembros con de la ONU ya han reconocido al Estado palestino y varios otros le han prometido apoyo.
Palestina desea ser miembro pleno, pero, frente al ineludible veto por EEUU en el Consejo de Seguridad, están dispuestos a aceptar un voto mayoritario de la Asamblea General que le reconozca como estado observador no-miembro, la misma categoría dada al Vaticano. Esto abre un futuro con más incertidumbres y riesgos que esperanzas en el Oriente Medio.
Abbas sabe perfectamente que el reconocimiento de la ONU no traerá consigo la completa soberanía palestina ni el final de la ocupación. Sólo un acuerdo negociado de las cuestiones críticas pendientes (la definición de las fronteras, el estatus de Jerusalén, las garantías de seguridad para Israel y los refugiados) puede lograrlo. Pero ha insistido en este curso de acción frente al estancamiento y una fuerte campaña de disuasión –que incluye nuevas amenazas de sanciones israelitas y la cancelación de la ayuda financiera a la Autoridad Palestina por el Congreso estadounidense, no obstante Turquía ha prometido continuar dicho apoyo– debido a su falta de confianza en que se logren avances en las actuales circunstancias.
A pesar de los esfuerzos de EEUU y la Unión Europea para lograr un nivel de compromiso que evite la votación de la ONU a través del inicio de negociaciones reales, es muy probable que, incluso luego de un veto de los EEUU en el Consejo de Seguridad, una próxima votación de la Asamblea General se pronuncie con una amplia mayoría sobre la condición de estado observador. La cuestión de la que deben ocuparse Israel, EEUU y sus aliados es evaluar los riesgos reales de ese inminente resultado y ponderar adecuadamente una reacción inteligente.
Si llega al momento en que EEUU tenga que vetar el reclamo palestino, la ola de irritación y quizá de mayores tensiones en el mundo árabe están garantizados. Ni qué decir del prestigio de Obama en una región donde intentó un nuevo rumbo desde el principio de su presidencia, especialmente con su discurso en El Cairo en 2009.
Se considera que reconocer a Palestina como estado, incluso en forma limitada, le dará la suficiente posicionamiento que carece hoy día para iniciar causas ante la Corte Penal Internacional (CPI) de La Haya por violaciones a la ley internacional, tales como la ocupación ilegal de los territorios palestinos y las violaciones de los derechos humanos. Ello podría traducirse en órdenes de búsqueda y captura que convertirían a muchos dirigentes israelitas en parias internacionales, y los enclaustrarían en su país. Incluso de ser cierto, es difícil considerar por qué Israel, EEUU y sus aliados debieran aceptar eso como un argumento determinante. La CPI no es una farsa, y es de esperar que los alegatos frívolos sean debidamente descartados como corresponde.
El reconocimiento de Palestina como estado no cambiará la situación respecto a Hamás. Por supuesto, su actual hostilidad ideológica a la existencia de Israel es un problema serio; pero Israel y Occidente no deben exacerbar el profundo error de desconocer la legitimidad de su victoria electoral que propiciaron en Gaza rechazando a todo estado palestino en el que Hamás tenga un prominente rol gubernamental. La puerta debe quedar abierta al diálogo y la negociación con Hamás. Eso sucederá tarde o temprano.
El argumento más positivo es que resulta favorable al propio interés de Israel de superar esta cuestión, aceptando en forma definitiva que reconocer a Palestina como estado es un requisito indispensable para su propia paz y seguridad en el largo plazo. De hecho, Israel debiera considerar el voto de la ONU como una oportunidad para reiniciar las negociaciones, no como una nueva excusa para continuar la confrontación con más asentamientos. Ese tipo de resultado constructivo es más urgente que nunca antes, luego de las nuevas realidades geopolíticas del Medio Oriente posteriores a la Primavera Árabe con el resurgimiento de la marcada influencia turca y de la nueva realidad en Egipto y Jordania.
Más aún, la percepción de un cambio en la dirección de la cuestión israelita-palestina sería inmensamente beneficiosa para Occidente en sus relaciones con el mundo islámico en la cual hay una persistente animosidad generada por las intervenciones militares en Irak y Afganistán.
Es difícil imaginar que el liderazgo israelí cambie de rumbo en estos momentos, y probablemente sea demasiado tarde para que la administración Obama escape del circulo vicioso político local en la que está aprisionada sobre este tema. Pero estar del lado equivocado de la historia nunca resulta cómodo. Y es exactamente dónde estarán Israel, EEUU y sus aliados más cercanos si resisten la actual corriente internacional, tan evidente entre los países de América Latina, en favor del reconocimiento de Palestina como un estado soberano y que se le devuelven las tierras ocupadas dentro de los límites territoriales fijados en 1967.