
Hay personas que por su obra de vida dejan huellas indelebles y entre esos rastros que enorgullecen la posteridad, están los de Lincoln Díaz Balart, un hombre que honró el gentilicio de dos países durante toda su vida.
Lincoln fue un hombre con grandes compromisos ciudadanos, responsabilidad que se puede apreciar a través de sus actividades en las que mostró sentirse obligado con Cuba y Estados Unidos por igual, pero mas profundamente, con las personas que enfrentaran situaciones de injusticias como causa toda dictadura, en particular las de corte castro chavista que padecen Cuba, Nicaragua, Bolivia y Venezuela.
Lincoln nació en La Habana y como tantos otros cubanos de 1959 a la fecha, abandono su tierra en plena infancia, no obstante, su identidad nunca la perdió.
Le forjaron en amor a la Patria, amor que como escribiera el apóstol José Martí, “El amor, madre, a la patria no es el amor ridículo a la tierra, ni a la yerba que pisan nuestras plantas. Es el odio invencible a quien la oprime, es el rencor eterno a quien la ataca”.
Lincoln cumplió a cabalidad con esta máxima del apóstol. Nunca cejo en su empeño de combatir el castro totalitarismo. Puso su talento y devoción al servicio de esos ideales y fue efectivo en su gestión.
Fue un político exitoso. Interpreto sabiamente a sus electores manteniendo con ellos una estrecha relación, además, fue capaz de escoger un equipo de colaboradores en el que se destacó Ana Carbonell, una mujer de gran talento y talante.
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