Hace unos días escuchaba detenidamente una entrevista que le hicieron a un sacerdote amigo, y él se hacía, entre otras, una pregunta que me llamó la atención: ¿Cuánto más tiene que esperar Cuba para despertar?
Creo que mientras transitamos por la vida, nos hacemos muchas preguntas. Yo, como mi amigo, también me he hecho esa misma pregunta. Y junto a esa, otras muchas que a la mayoría nos da miedo decir en voz alta por lo que pueda pasar. Pero una vez más recurro al derecho a la libre expresión, y con mucho respeto me arriesgo a hacerlas. Ojalá encuentre respuestas.
En la antigüedad, en algunas culturas se sacrificaban animales, hombres, mujeres, niños, con diversos fines, entre ellos: apaciguar a sus dioses ante los efectos de la naturaleza, las epidemias; también, buscando su favor para la victoria en la guerra. Eran costumbres que buscaban calma o paz, que solo duraba un tiempo, hasta que llegaba otra crisis, y se repetía el ritual. Hoy, salvando las distancias, y temiendo que no sea la comparación más acertada, me pregunto: ¿cuántos sacrificios necesita hacer este pueblo en medio de un sistema que es insostenible?
¿Cuántas horas de apagones hay que soportar para que se nos permita VER de una vez y por todas la luz?
¿Cuántos llantos de niños hay que escuchar para que les sea accesible un vaso de leche, una alimentación de calidad, digna, y junto a esto, algún dulce que les saque una sonrisa?
¿Cuántas muertes tienen que acontecer en los policlínicos y hospitales para que sean abastecidas estas instituciones con lo necesario?
¿Cuántas familias tienen que sufrir las tensiones, el miedo de perder a sus hijos en el servicio militar obligatorio? ¿Ese tiempo no podrían usarlo los jóvenes en su formación como futuros técnicos o profesionales?
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