“Fiesta del mundo trabajador”, escuchaba cada 1 de mayo, y siendo una adolescente tuve la gracia infinita de aprender también que la Iglesia celebra el día de San José obrero, quien humildemente creó todas las condiciones para que Jesús naciera con lo necesario para su existencia. Era su obligación como padre adoptivo del Mesías, Dios hecho hombre que defendió como nadie los derechos del hombre y de la mujer en una sociedad donde el poder ejercía con fuerza toda clase de injusticia.
Fue Jesús quien miró de frente y llamó zorro a Herodes, y a Pilato le recordó que no tenía poder sobre Él si ese poder no fuera permitido por el Padre. Es evidente que San José le enseñó a Jesús los verdaderos valores que en el momento preciso debía hacer vida en su misión y compromiso por el Reino que Él había venido a instaurar de parte del Padre Dios.
Resulta bastante contradictorio hacer memoria de un día, específicamente 1 de mayo, por ser una celebración que tuvo su origen en las protestas del mundo trabajador contra las injusticias de aquel momento. Recordar una fecha que surge desde el reclamo de derechos, debería al menos inquietarnos y dejarnos cuestionar si hoy en nuestra sociedad se respetan los derechos de cada trabajador, y también cabría preguntarse si esos derechos son reconocidos incluso por los obreros.
El 1 de mayo es, sin duda, un día de celebración para todos aquellos trabajadores que gozan de unas condiciones laborales dignas y de un empleo que le aporta calidad de vida. Para otros muchos, es un día más al servicio de un sistema económico que no respeta los derechos humanos más básicos. Por ello debería ser una fecha para la reflexión sobre el respeto a nuestros derechos y el ejercicio de nuestros deberes.
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