Este martes, la noticia del día la constituyó, con toda razón, la captura en Panamá de un cargamento de cohetes, piezas de aviones y otras armas, en un barco norcoreano procedente de Cuba. El alijo bélico, no declarado, se encontraba enmascarado en unos contenedores cubiertos por toneladas de azúcar.
Se dijo que el pretexto para la intervención de las autoridades del país istmeño fue una denuncia sobre la existencia de una supuesta carga de estupefacientes. Una verdadera ridiculez, si tenemos en cuenta que sólo a un demente se le ocurriría traficar drogas hacia la paupérrima y conventual heredad del más joven representante de la dinastía Kim.
En el suceso no faltaron incidencias rocambolescas; esto incluyó al capitán, que primero sufrió un supuesto ataque cardiaco y después intentó suicidarse un par de veces; también la feroz resistencia de la tripulación. No hace falta ser muy agudo para comprender que, al escenificar sus desplantes, los súbditos del veinteañero mariscal Kim Yong Un tenían muy presentes las cuentas que con toda seguridad les pasarán al arribar a la “República Popular Democrática”. ¡Así paga el Diablo a quien bien le sirve!
Pero por encima de detalles picarescos, lo fundamental es que la actuación de las autoridades panameñas demostró estar más que justificada, lo que fue puesto de manifiesto por el mismo presidente Ricardo Martinelli, quien intervino de forma personal en la presentación de los hechos ante la prensa.
En una declaración emitida por el Ministerio de Relaciones Exteriores cubano, se reconoce lo esencial del asunto. Se alega que la carga estaba compuesta “mayormente” por azúcar, pero se admite la presencia de los armamentos. No obstante, se aduce que se trataba de equipos “obsoletos” que —supuestamente— iban a ser reparados en el país asiático.
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