En un generalizado ambiente de alborozo, la población conoció el Decreto-Ley No. 302 con las modificaciones a la Ley No. 1312, Ley de Migración del 20 de septiembre de 1976. Ninguna “actualización” había sido tan esperada como esta. Esas reacciones reflejan la aspiración de marcharse de Cuba compartida por amplios sectores, especialmente los jóvenes, al haber perdido absolutamente la confianza en el futuro del país. Opción reforzada por el fracaso de las medidas adoptadas por el gobierno del presidente Raúl Castro, y el crecimiento de las dificultades existenciales de la inmensa mayoría de los cubanos.
En particular el aligeramiento de los trámites, especialmente la eliminación del permiso de salida —la llamada Tarjeta Blanca—, y de la carta de invitación, sustituidos por la adquisición del pasaporte; ha estimulado la esperanza de evasión, aunque según los Artículos 23, 24.1 y 25 su entrega estará vedada a personas comprendidas en determinados perfiles ocupacionales o “cuando razones de defensa y seguridad nacional” así lo aconsejen, concepto que abarca a disidentes tratados como rehenes. Eso deja un gran marco discrecional que permitiría utilizar estos artículos como reguladores del éxodo que podría suceder, de manera que el pasaporte serviría de sustituto de la Tarjeta Blanca.
Muchas personas se preguntan por qué ahora se toma esta medida, que incluye cambios cosméticos en los mecanismos para que los cubanos residentes en el exterior viajen a Cuba. La respuesta podría estar en el interés del Gobierno de dar una impresión de cambio a posiciones más flexibles, a fin de mejorar su imagen externa, algo que ha venido haciendo en otros aspectos como las modificaciones en los métodos de represión (detenciones cortas) y ciertos márgenes para que la intelectualidad pueda expresarse.
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