La Agenda de Justicia Social propone el abandono del modelo de los últimos años
por otro más centrado en la posibilidad de prosperar
a través del cambio personal, la ayuda sostenible y las oportunidades
Cuando un español quiere halagar a un estadounidense, suele decirle: “Tú no pareces un americano”. Hace 23 años que me casé con una española, he pasado mucho tiempo en este país, y lo he oído mil veces. No me ofendo. Al contrario, me hace gracia, porque la verdad es que aunque no lo parezca, sí que soy un americano típico. Soy patriótico, católico practicante, y políticamente conservador. Es más, soy el presidente del American Enterprise Institute, un centro de investigaciones que ocupa el centro de las batallas políticas en Estados Unidos y que representa a la derecha intelectual americana.
Entiendo muy bien que para muchos españoles —sobre todo para la mayor parte de entre los que son de "izquierdas"— esta mentalidad conservadora es difícil de comprender. Por eso, quiero describir en este artículo el nuevo movimiento conservador en Estados Unidos, y nuestro gran proyecto: una agenda de justicia social conservadora.
La elección de Barack Obama en 2008 marcó la vuelta de la política de izquierdas en EE UU. No perdió tiempo en articular una agenda socialdemócrata: ayudar a los pobres a salir de la pobreza, reducir la desigualdad económica y frenar las ganancias descontroladas de los estadounidenses más ricos eran sus prioridades más importantes.
Ya han pasado 6 años. ¿Cuál ha sido el resultado de este proyecto?
Desde enero de 2009, las ganancias de la Bolsa americana han aumentado más del doble. El 81% de estos beneficios ha acabado en manos de los más ricos. Al mismo tiempo, los pobres son cada vez más pobres. El número de estadounidenses que reciben ayuda para su alimentación ha aumentado casi un 50% desde enero de 2009, pasando de 32 a 48 millones. El hecho de que tanta gente pobre continúe sufriendo, años después de que se declarase el fin de la Gran Recesión, ofende cualquier sentido básico de justicia. El presidente Obama ha fracasado en su proyecto.
Pero limitarse a mostrar desacuerdo con las ideas progresistas no es suficiente: hay que actuar. El deber de todos —progresistas y conservadores— es ayudar a los más necesitados. Los líderes conservadores tienen la obligación de articular un programa de justicia social desde la derecha basado en tres pilares: transformación moral, ayuda y oportunidades.
El primer pilar es la transformación moral y personal. Actualmente, la pobreza en EE UU está relacionada con las patologías sociales. Por ejemplo, un 37% de los que reciben ayudas del Gobierno consumen drogas regularmente. Tanto si estos problemas son producto de la pobreza como si no, el sentido común y el testimonio de esas mismas personas nos dicen que la intervención moral tiene que preceder a la intervención económica. Según innumerables investigaciones, encontramos cuatro valores que son definitivos para alcanzar una vida ordenada, próspera y feliz: fe, familia, comunidad y trabajo.
En muchos de nuestros barrios pobres se vive una vida feliz, con fe, familia, comunidad y trabajo. Pero negar que estos conceptos están desproporcionadamente ausentes en las comunidades más pobres es ignorar una verdad innegable e incómoda. La transformación del carácter y valores de individuos y comunidades es esencial para ayudar a los que más lo necesitan. Esto, que no es puritanismo, es la razón por la cual los conservadores tenemos que promover y defender las instituciones que a lo largo del tiempo nos han dado sentido personal y social. Asumir que los pobres no son dignos de atenerse a los mismos estándares sociales a los que nos atenemos los demás es injusto. Una genuina aspiración moral, y no una actitud políticamente correcta, ha de ser nuestro caballo de batalla en una agenda de justicia social verdadera.
Después viene la ayuda material. Esto empieza con los donativos. En EE UU, las familias conservadoras ayudan más que las familias progresistas, a pesar de tener menores ingresos. Sería maravilloso si EE UU pudiera resolver su pobreza solamente con las donaciones privadas. Desafortunadamente, aun cuando las donaciones voluntarias exceden los 300.000 millones de dólares, no llegan al nivel suficiente. Esto nos lleva a los programas públicos de protección social.
La nueva derecha americana defiende una red de protección social verdadera y sostenible, pero eso no es un sistema de asistencia social en continuo crecimiento que establezca un control aún mayor del Estado sobre la economía. Si esta idea no se contiene, nos llevará a la insolvencia, dejándonos sin la capacidad para garantizar los elementos fundamentales de protección para aquellos que lo necesiten.
Consideremos las socialdemocracias europeas sumidas en plena crisis económica. ¿Qué es lo que hizo a Grecia tan vulnerable ante el colapso económico? El Gobierno griego gastó mucho más allá de sus recursos cuando la crisis económica internacional acabó con el flujo de dinero. Y cuando los más pobres estaban más desesperados, Atenas no tuvo más remedio que imponer medidas de austeridad. ¿Quiénes fueron los mayores afectados? De 2010 a 2011, la población que vivía en la calle aumentó un 25%. El acceso a la salud pública cayó fuertemente, la delincuencia aumentó y los índices de suicidio crecieron en un 25%. Cuando hay austeridad, los más afectados siempre son los pobres, porque al debilitarse la economía se destruye el empleo y se deterioran los programas de protección social. La política fiscal conservadora no nos aparta de nuestros compromisos con las familias necesitadas; al contrario, es la única manera de mantenerlos.
El tercer pilar tiene que ver con las oportunidades. No hay nada que inspire más a los conservadores de mi país que las historias de personas que, empezando de la nada, consiguieron llegar muy alto. Mis bisabuelos salieron de Dinamarca en 1903, sin un duro, huérfanos y pobres. Establecieron una granja en Dakota del Sur. Trabajaron mucho y al cabo de una generación ya no eran pobres. La historia de mi familia es muy típica en EE UU. Desafortunadamente, esta escala hoy ya no funciona como antes. Cada vez somos más inmóviles. ¿Cómo puede una agenda de justicia social invertir esta tendencia y ofrecer oportunidades para todos? Una sociedad de oportunidades tiene que centrarse en la educación universal y en un sistema económico que recompense el trabajo duro, el mérito, la innovación y la responsabilidad personal.
La educación pública es un desastre en mi país. Las escuelas públicas de Washington DC son un buen ejemplo. Gastamos más de 21.000 dólares al año por alumno. Sin embargo, en la capital de la nación apenas el 15% de los estudiantes saben leer como corresponde a su grado. La reforma educativa es la verdadera lucha por los derechos humanos de nuestro tiempo. Pero es solo la primera batalla. Los estadounidenses se merecen un sistema que haga posible ganarse el propio éxito. Solo la libre empresa puede conseguir esto. Cuando yo era un niño, en 1970, la pobreza en el tercer mundo se veía reflejada en una fotografía de un niño africano hambriento. Las donaciones caritativas podían aliviar algo, pero sabíamos que no había nada que se pudiera hacer para ayudar realmente. Nuestros esfuerzos eran unas cuantas gotas en un océano de trágica necesidad. El mundo ha cambiado profundamente desde entonces. Desde 1970, el porcentaje de personas en el mundo que viven con un dólar diario o menos ha caído un 80%.
El mayor logro en la lucha contra la pobreza no ha sido el resultado de donaciones filantrópicas, organizaciones estatales o la ayuda exterior: ocurrió cuando miles de millones de personas superaron por sí mismas la pobreza gracias a la globalización, al libre comercio, a los derechos de propiedad y al Estado de derecho; o sea, la libre empresa. Fue la propagación mundial del sistema de libre empresa lo que salvó a miles de millones de personas de la pobreza. Por el bien de la humanidad, nuestra meta ha de ser que el sistema de libre empresa sea aceptado universalmente, sin partidismos, como un derecho humano.
En EE UU hay muchos necesitados a los que no les llega ninguna ayuda. Esto ha empeorado con años de ideas políticas equivocadas y una cultura materialista. La nueva agenda conservadora para una justicia social puede darnos otra orientación. Es una agenda que busca transformación, ayuda y oportunidad. Significa defender una cultura de fe, familia, comunidad y trabajo; aumentar las ayudas y preservar los programas de protección social para los que realmente lo necesitan; luchar por una reforma educativa y por la libre empresa como imperativos morales profundos. El nuevo credo conservador en mi país es la lucha por las personas, especialmente las más necesitadas, tanto si votan como nosotros como si no. No podemos permitir durante más tiempo el lujo de desatender aquello que los Proverbios nos recuerdan: “El que desprecia a su amigo comete un pecado; pero, ¡feliz aquel que se compadece del pobre!”.
* Arthur C. Brooks es presidente de American Enterprise Institute, Washington DC.