La Transición a la Democracia

Discurso pronunciado por el Canciller español
José Manuel García-Margallo
ante el claustro de profesores y estudiantes del
Instituto Superior de Relaciones Internacionales en La Habana

Vivir la transición.
Una visión biográfica del cambio en España

Quiero agradecer al Instituto Superior de Relaciones Internacionales su generosa hospitalidad y su buen criterio, al proponerme que les hable a ustedes de un tema muy grato para mí: el de la Transición en España. 

Me honra dirigirme a quienes en el futuro representarán a Cuba en el exterior, a los miembros del Cuerpo Diplomático, a los empresarios, a los descendientes de los españoles que en su día emigraron a Cuba, a los alumnos del Colegio Español de La Habana y a los jóvenes que hoy nos acompañan. En vuestras manos está el futuro y a vosotros me dirijo especialmente esta tarde.

Hablar de la Transición

Hablar de la Transición a la democracia, para un orador británico o francés —pongamos por caso— puede ser un asunto estrictamente académico. Pero para un español de mi generación, hablar de la Transición es hablar de los mejores años de nuestra vida. Mucho más para mí, que sentí pasión por la política desde muy joven. Pasión por España.

Me afilié a las Juventudes Monárquicas Españolas allá por los años sesenta del pasado siglo. Un año antes de entrar en la universidad. En los años setenta, a mi vuelta de Harvard, me incorporé a los grupúsculos que pretendían un cambio pacífico de la dictadura a la democracia. Grupúsculos que abrazaban credos políticos muy diversos pero que coincidían en una obsesión común: acabar con el secular enfrentamiento entre las dos Españas que, tantas veces, había terminado en tragedia. Encima de mi mesa de despacho, siempre estuvieron la bandera española y un verso de Machado que dice así: “Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón.”

Yo tuve el honor de ser diputado constituyente por el partido de Adolfo Suárez, la Unión de Centro Democrático. Y participé, por tanto, en la elaboración, debate y votación de nuestra Carta Magna: la llamada “Constitución de la Concordia”. En febrero de 1981 estaba sentado en mi escaño cuando el Teniente Coronel Tejero quiso acabar por la fuerza con nuestra incipiente democracia. Las imágenes de la guerra fratricida que había enfrentado a nuestros padres pasaron por mi cabeza con una terrible nitidez. Pensé que íbamos a volver a las andadas. Quienes quieran conocer mejor lo que pasó aquellos días deberían leer un libro de Javier Cercas que lleva por título Anatomía de un instante”. En la portada aparecen el Teniente Coronel Tejero empuñando una pistola y Adolfo Suárez de pie, casi arrogante, consciente de encarnar la legitimidad democrática.

Por fortuna, aquello pasó. Y hoy puedo decir con orgullo que la Constitución que entonces diseñamos nos ha permitido disfrutar de cuarenta años de paz civil, libertad y prosperidad. Años en que los centristas, los socialistas y los populares nos hemos alternado con absoluta normalidad.

Los antecedentes históricos: la guerra civil

Exactamente lo contrario de lo que ocurre en los años 30 del pasado siglo. La República llega prácticamente sin contestación. Pero pronto las divisiones políticas empiezan a arruinar la convivencia. Las elecciones de 1931 fueron ganadas por una coalición de izquierdas liderada por el presidente Azaña. Las de 1933 por una coalición de derechas, liderada por Gil Robles. El resultado no fue aceptado por las izquierdas, que se sublevaron en 1934. En febrero de 1936, las izquierdas se alzan con el triunfo. En esta ocasión, fueron las derechas las que se negaron a acatar el veredicto de las urnas. Seis meses después estalla una guerra civil que causa más de 300,000 muertos. Una guerra entre hermanos que tiene motivaciones políticas, ideológicas, de lucha social y también religiosas.

Como en toda guerra, mueren personas en el frente y mueren personas en la retaguardia por el mero hecho de ser comunistas, socialistas, anarquistas, liberales o demócrata-cristianas. O por el mero hecho de ser católicas. O por ajustes de cuentas y rencillas. El 1 de abril de 1939 acaba la Guerra Civil. Pero no llega la paz; llega la victoria. Lo dijo Franco con absoluta claridad: “Terminó el frente de la guerra pero sigue la lucha en otro campo.”

Las fuerzas políticas que son derrotadas en la guerra —comunistas, socialistas, liberales, democristianos y monárquicos— son excluidas de la clase política. Muchos españoles tienen que rehacer su vida fuera de España, en Europa o en América. Quisiera recordar, aquí, a dos españoles ilustres que, como otros muchos, se refugian en Cuba: a Manuel Altolaguirre, poeta, y a María Zambrano, pensadora.

Los principios inmutables del Movimiento Nacional

El régimen de Franco dura casi cuarenta años. La sociedad española cambia mucho en este periodo; se flexibilizan —insuficientemente— algunas leyes y se actualizan ligeramente las instituciones del franquismo. Sin embargo, los principios rectores del régimen —los llamados principios rectores del Movimiento nacional— permanecen inmutables durante toda su vida.

▪ Los partidos políticos están prohibidos incluso en los momentos finales del régimen. En 1966, casi treinta años después de terminada la Guerra Civil, Franco alardea de haber acabado “con el artificio de los partidos políticos y con las ambiciones partidistas que se conviertan en factores opuestos al juego normal de las instituciones políticas”.

▪ ▪ No existe libertad de reunión ni de manifestación. Se censuran los libros, la prensa, la radio o los cines, sobre la base de criterios no solo políticos sino también religiosos. En la versión española de Mogambo, Dennis O’Dea y Grace Kelly, amantes en la versión original, son convertidos en hermanos por la censura. Lo que transforma en incesto un vulgar adulterio.

▪ Y es que la religión católica, en su versión más arcaica, impregna todos los aspectos de la vida de las personas: de la educación de los niños a la regulación del matrimonio. En los primeros años del régimen era delito bajar a una playa sin un albornoz que cubriese las turgencias más perturbadoras.

▪ No se puede enseñar en las otras lenguas de España diferentes del castellano: euskera, catalán, valenciano o gallego.

Las varias transiciones

Como acabo de señalar, los principios del Movimiento Nacional permanecen inalterables hasta el final del régimen pero la sociedad española de 1975 nada tiene que ver con la de los años 30. Pero —como creo también haber dicho— una cosa es que los principios del Movimiento pareciesen tallados en piedra y, otra muy distinta, que no ocurriesen cosas que preparan la Transición democrática.

Como alguien ha dicho con acierto, en España no hubo una sola Transición, sino varias transiciones, que allanan el camino a la democracia plena:

▪ La primera se produce cuando España empieza a asomarse al exterior. En 1953 se firmaron los Acuerdos con Estados Unidos y el Concordato con la Santa Sede. En 1955, España ingresa en la Organización de las Naciones Unidas, en la OCDE y los embajadores empiezan a volver a Madrid. La normalización de las relaciones diplomáticas no pudo ir mucho más allá: las puertas de Europa y de la Alianza Atlántica permanecen cerradas hasta la Transición democrática.

▪ La segunda Transición es de naturaleza económica. En 1959, el Plan de Estabilización supone la renuncia a la autarquía y la aproximación de las estructuras económicas del país a las del resto de Europa. Se aprueba una ley de inversiones extranjeras y se unifican los tipos de cambio. España se incorpora al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial. En los años siguientes al Plan de Estabilización, los gloriosos 60, España crece y se transforma socialmente. Pasa de ser un país rural a un país urbano. Pasa de ser un país agrícola a un país industrial y de servicios. Y, poco a poco, se consolida una pujante clase media. Gente, que como dice la canción de Jarcha, sólo quería “su pan, su hembra y la fiesta en paz”. Paradójicamente, el régimen de Franco crea las condiciones materiales para que el cambio político pueda realizarse con tranquilidad. Las carencias sociales que debilitaron la República empiezan a desaparecer en esos años.

▪ La tercera Transición es de naturaleza política, aunque circunscrita a la llamada oposición democrática. En 1962 se reúnen en Múnich opositores del exilio y del interior, de ideologías democristiana, liberal y socialista. Todos ellos unidos por un solo propósito: suturar las heridas de la Guerra Civil y sellar una auténtica reconciliación nacional. Lo expresó perfectamente Salvador de Madariaga: “Los que antaño escogimos la libertad perdiendo la tierra y los que escogimos la tierra perdiendo la libertad nos hemos reunido para otear el camino que nos lleve juntos a la tierra y a la libertad”.

La apertura del régimen de Franco

Los cambios internos que acabamos de describir —así como la perentoria necesidad de aproximar nuestras instituciones políticas a las de los países de nuestro entorno— propician una tímida apertura política que se materializa en los hechos siguientes:

▪ El primero se produce en 1966 cuando se aprueba la Ley de Prensa. Una ley que anula la censura previa pero contempla el secuestro administrativo de las publicaciones y establece sanciones para quien escriba o publique algo que se considere contrario a los Principios Fundamentales del Movimiento. Como dijo Miguel Delibes, “antes te obligaban a escribir lo que no sentías, ahora se conforman con prohibirte que escribas lo que sientes.”

▪ El segundo hito importante en este proceso de apertura acontece en 1974, sólo un año antes de la muerte de Franco. Ese año, el gobierno abre las puertas a las asociaciones políticas, por supuesto siempre que fuesen compatibles con el Movimiento Nacional. Así que solo unos cuantos falangistas sacan provecho de este nuevo Estatuto. La sociedad española acoge, con absoluta indiferencia, una reforma que no iba con ella.

El espíritu de la Transición

El 22 de noviembre de 1975, con la proclamación del Rey Juan Carlos es cuando empieza propiamente la Transición política. Sólo dos días después de la muerte de Franco, el Rey hace públicas sus intenciones: “Que todos entiendan que nuestro futuro se basará en un efectivo consenso de concordia nacional… Que nadie tema que su causa sea olvidada… Al servicio de esa gran comunidad que es España, debemos estar: la Corona, los ejércitos de la Nación, los organismos del Estado, el mundo del trabajo, los empresarios, los profesionales, las instituciones privadas y todos los ciudadanos”.

En los primeros meses del reinado el proceso no acaba de arrancar. El gobierno del presidente Arias se resiste a llevar a la práctica el deseo de cambio que el Rey ya había expresado. Por eso, el 3 de julio, es nombrado presidente del Gobierno Adolfo Suárez. La sorpresa es generalizada porque venía de las entrañas mismas del franquismo. Era el secretario general del Movimiento. A propósito de este nombramiento, Ricardo de la Cierva escribe un artículo que titula: “Qué error, qué inmenso error”.

Sólo unos días después, el nuevo presidente sorprende a propios y a extraños con una declaración que reproduzco a continuación: “Este pueblo nuestro no nos pide ni milagros ni utopía; nos pide que acomodemos el derecho a la realidad, que hagamos posible la paz civil por el camino de un diálogo, que sólo se podrá entablar con todo el pluralismo social dentro de las instituciones representativas. A todo esto os invito. A quitarle dramatismo a nuestra política. Vamos a elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal”.

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