La Transición a la Democracia - La recuperación de las libertades

La recuperación de las libertades

Lo que viene después es de sobra conocido. Sí quisiera aquí recordar que no fue fácil. La Transición se produce en un ambiente muy crispado. Las circunstancias económicas son muy difíciles porque el régimen de Franco no había sido capaz de hacer frente a las consecuencias económicas de 1973: en 1977, la inflación supera el 37 por ciento, el desequilibrio de nuestras cuentas en el exterior alcanza niveles nunca conocidos hasta entonces y las cuentas públicas están fuera de control.

Por si esto fuera poco, la violencia terrorista de distinto signo parece decidida a impedir que los españoles recuperemos la paz y la libertad. La organización terrorista ETA mata mucho más en democracia que en dictadura. En 1975, el año en que Franco muere, mata a una persona. En 1976, a 18. En 1977, a 12. En 1978, precisamente el año en que se aprueba la Constitución, a 64. En 1979, a 84… En total, hasta hoy, 829.

Pero no sólo ETA parece dispuesta a abortar la Transición. El 11 de septiembre de 1976, Antonio María de Oriol y Urquijo, presidente del Consejo de Estado, es secuestrado por el GRAPO, un grupo terrorista cuya verdadera naturaleza no se ha sabido nunca. El 24 de enero de 1977, un grupo terrorista de ultraderecha, asalta el despacho de unos abogados laboralistas en la calle Atocha de Madrid, asesina a cinco personas y deja a cuatro malheridas.

En medio de todas estas dificultades, el espíritu de la Transición va tomando cuerpo a través de las siguientes medidas:

▪ La primera que resulta clave fue la firma en septiembre de 1976 de los dos Pactos de Derechos Humanos de Naciones Unidas: por un lado, el Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos, y, por el otro, el Pacto Internacional de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales. La firma —y posterior ratificación de estos Pactos unos meses después— es fundamental para el reingreso pleno de España en la comunidad de naciones. Estos instrumentos —junto a la adhesión a la normativa de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)— son elementos imprescindibles, no solo para la defensa de los derechos del ciudadano, sino también para marcar la pauta de la actuación de las instituciones.

▪ La segunda de las medidas claves en la Transición es la Ley para la Reforma Política, aprobada el 18 de noviembre de 1976. La ley dispone la elección de Cortes Constituyentes elegidas por sufragio universal. Por primera vez desde febrero de 1936, los españoles pudimos elegir a nuestros representantes en Cortes.

▪ La tercera es el Decreto-Ley de 8 de febrero de 1977 que permite la legalización de los partidos políticos. Esta legalización —que se extiende al Partido Comunista Español el Sábado de Gloria del mismo año— provoca la dimisión de varios cargos militares importantes.

▪ La cuarta medida que quiero recordar aquí es el Decreto-Ley de 1 de abril de 1977 que deroga la censura, las sanciones y el secuestro de periódicos. Nunca en España ha habido más diarios, más revistas y más publicaciones que entonces.

Repasados los hitos de la Transición, me van a permitir ahora hacer una reflexión que tomo prestada de Julián Marías. En su opinión, que comparto plenamente, uno de los aciertos del cambio en España fue que lo que primero se recuperó fueron las libertades de asociación y de expresión.

Esas libertades, ejercidas por todo aquel que quisiera, durante el año y medio anterior a las primeras elecciones democráticas, facilita un intercambio nacional de pareceres y crea una opinión pública madura, que fue a votar luego con conocimiento de causa. Es decir, primero llega la libertad y, luego, el ejercicio democrático del voto.

Las elecciones y lo que vino después

Quiero subrayar que, por primera vez desde febrero de 1936, todos los españoles acudimos libre y voluntariamente a las urnas el 15 de junio de 1977.

La campaña electoral —mi primera campaña— no fue una batalla campal como temían quienes habían vivido la Guerra Civil. Fue una fiesta. Las paredes de nuestros pueblos se llenaron de carteles electorales. Las calles de coches que llamaban a votar. Los mítines de militantes propios, militantes ajenos o simples curiosos. Debates vivos, pero siempre respetuosos. Los telediarios batían records de audiencia, como cuenta Rafael Ansón en un libro muy reciente que lleva por título El año mágico de Adolfo Suárez.

Las elecciones las gana Unión de Centro Democrático, quedando en segundo lugar el Partido Socialista Obrero Español. Dos formaciones homologables con los partidos centristas y social-demócratas que habían construido la Europa de la posguerra. Dos partidos nuevos. Unión de Centro Democrático, en el genuino sentido del término, porque fue creado sólo dos meses antes de las elecciones. El Partido Socialista porque era un partido dirigido por líderes muy jóvenes que poco o nada tienen que ver con el pasado. Pese a su juventud, los líderes de todos los partidos políticos son conscientes de que no es posible redactar una nueva Constitución sin haber hecho previamente frente a las consecuencias más dolorosas de la crisis económica que España venía arrastrando desde 1973.

Los Pactos de La Moncloa comprometen a todos los partidos parlamentarios, incluidos los comunistas, y a los sindicatos a repartir equitativamente los sacrificios derivados de la crisis entre todas las clases sociales.

La elaboración de la Constitución tampoco hubiese sido posible sin hacer tabla rasa de los delitos políticos cometidos durante el franquismo. Por eso se aprueba una amnistía tan generosa que permite que, por primera vez en nuestra historia democrática, no haya un solo preso por razones políticas.

Quisiera aprovechar la presencia aquí de los embajadores europeos para recordar que los españoles contamos con el asesoramiento y apoyo de muchos de los partidos políticos y de las fundaciones de los países a los que representan. Nos ayudaron a recorrer un camino que nunca habíamos transitado y a esquivar muchos obstáculos que hubiesen podido detenernos o atrasar la marcha.

Las claves de la Transición

He procurado contarles hasta aquí cómo viví yo la Transición española. Me importa ahora intentar descifrar las claves que la hicieron posible. La Transición española fue posible en virtud de un principio (el respeto a la legalidad), gracias a un método (el consenso) y, sobre todo, porque todos decidimos evitar la confrontación y establecer la concordia civil.

▪ De la ley a la ley. La Ley para la Reforma Política a la que anteriormente me he referido, apuesta por la adaptación de las instituciones, no por la ruptura del ordenamiento institucional anterior. Se debate y se vota en las Cortes heredadas del franquismo. Y fue defendida por Miguel Primo de Rivera, sobrino del fundador de la Falange, que dijo: “Es necesario pasar de un régimen personal a un régimen de participación, sin rupturas y sin violencias”. La Ley se somete a referéndum popular. Y, en efecto, la inmensa mayoría de los españoles votamos SÍ al proyecto de cambio que la Ley suponía.

Y así se hizo luego todo lo demás: la Ley reguladora del derecho de reunión, la Ley sobre el Derecho de Asociación Política, la Ley de regulación del derecho de asociación sindical, la legalización del Partido Comunista, etc.

▪ El consenso. El cambio político fue posible porque así lo quisimos todos. El deseo de reconciliación, el propósito de anteponer los intereses comunes a los intereses de partido y, finalmente, la voluntad de apelar a la Historia —no para abrir heridas sino para cerrarlas— fueron virtudes compartidas por todas las fuerzas políticas. Los españoles decidimos superar definitivamente la Guerra Civil y abrir un futuro compartido.

La Constitución de 1978, como dijo Enrique Tierno Galván, uno de los líderes socialistas de entonces, “es la primera Constitución europea que se manifiesta como un conjunto coherente y articulado de concesiones. Estas concesiones que unos nos hemos hecho a los otros no son debilidades, son generosidades; generosidades que sólo pueden tener un motivo para todos: el deseo de que la democracia siga adelante, que la Nación recobre la estabilidad, que se coloque en una situación fructífera generalizada para todos sus miembros, y que no volvamos de ninguna manera a los males del pasado”.

▪ Un mandato social: establecer la concordia. Cuando hablo de un mandato social, quiero expresar una realidad que era muy poderosa en aquellos años: la sociedad civil toma la palabra prometida por el Rey y Suárez, y se convierte en actor principal de la Transición, trasladando en todo momento su deseo de concordia.

Es decir, la actitud aperturista y el reconocimiento por el gobierno del papel de la sociedad civil como interlocutor se ven premiados por una respuesta generalizada a favor del acuerdo, la reconciliación y la concordia. Lo sintetizó muy elocuentemente Adolfo Suárez, en 1976, al decir: “Pertenezco por convicción y talante a una mayoría de ciudadanos que desea hablar un lenguaje moderado, de concordia y conciliación”.

Conclusiones

En 1978, apenas tres años después de la muerte de Franco, en España se legalizaron los partidos políticos. Se establecieron la plena libertad sindical y de prensa. Se celebraron elecciones libres, generales y municipales. Se negociaron y firmaron los Pactos de La Moncloa. Y se eligió un parlamento que elaboró una nueva Constitución.

Los líderes políticos buscaron el bien común. Renunciaron los que tenían la mayoría a imponer a la minoría una Constitución partidista. Quisimos hacer una Constitución para todos. Escogimos de la memoria y de la historia aquello que favorecía la integración, no lo que dividía a la sociedad. No quisimos convertir el parlamento en el lugar donde se debatía la historia.

El siguiente texto de la filósofa Adela Cortina expone muy acertadamente cómo es posible replicar esa tarea en cualquier punto de nuestro mundo global: “Todos los códigos morales realmente vivos consideran que es injusto que las gentes mueran de hambre o de sed, cuando hay medios más que suficientes para que todos vivan con dignidad. Que es injusto que algunos carezcan de vivienda, que no tengan atención sanitaria, que no reciban una educación de calidad, que queden abandonados cuando ya son ancianos o están enfermos. Que es injusto que una persona no pueda expresarse libremente, asociarse con quien lo desee, desplazarse por un territorio, que nadie le defienda si es acusado. Que es injusto que unos hombres hagan esclavos a otros, que unas personas sean consideradas inferiores a otras por su religión, por su sexo o por su raza. Que son injustos la violencia del maltrato, los castigos físicos, la tortura y el terrorismo.”

Naturalmente, la construcción de una ética cívica tiene grandes dificultades. La tentación de monopolizarla o de imponer un proyecto único a todos los ciudadanos es grande. Y lo es tanto por parte del Estado como por parte de todos los grupos que creen tener algo que ofertar. Es muy difícil convencerse de que el pluralismo es una riqueza, es muy difícil darse cuenta de que otros puedan tener un punto de vista distinto, del que se puede aprender y con el que hay que convivir.

La perspectiva histórica que me da haber vivido el franquismo, haber participado activamente en la Transición y haber visto en lo que se ha convertido mi país en estos ya casi cuarenta años de democracia, me permite afirmar que, a pesar de las dificultades que hemos pasado, el esfuerzo ha merecido la pena. Como dice Julián Marías con acierto: “Los españoles no estamos de acuerdo —gracias a Dios—. Ningún pueblo lo está. El desacuerdo es inevitable y maravilloso, siempre que no roce la concordia, la decisión inquebrantable de no romper la convivencia”.

Muchas gracias.

  • Hits: 5628