Una mirada desde La Habana a unas elecciones presidenciales clave no solo para la nación sudamericana, sino también para Latinoamérica, el Caribe y en especial Cuba
Las elecciones presidenciales en Venezuela, el 7 de octubre, más que un enfrentamiento entre partidos políticos, podrían marcar un punto de inflexión en la historia de esa nación. En esta oportunidad se oponen dos concepciones totalmente divergentes; una representada por el chavismo, caracterizada por las tradiciones caudillistas latinoamericanas más nefastas, aderezadas con las experiencias totalitarias de Cuba y del desaparecido “bloque socialista”. De triunfar esta corriente política, se reforzaría la Venezuela oscurantista de Juan Vicente Gómez y otros tiranos que ensombrecieron buena parte de la historia de ese país, ahora con ropajes modernizados. Por su parte, una victoria de la Mesa de Unidad Democrática podría encauzar la patria de Simón Bolívar hacia el progreso que hoy se aprecia en muchos países del continente que, a pesar de dificultades y obstáculos dejados por el pasado, construyen sociedades plurales y avanzadas en Brasil, México, Perú, Chile, Colombia, Panamá, Costa Rica y otros.
Son innegables las posibilidades de que las tendencias totalitaria y antidemocrática puedan imponerse en estas elecciones. Lamentablemente, muchas veces la retórica demagógica, pseudo-nacionalista y cargada de mentiras, confunde a los pueblos y castra sus capacidades de análisis. Ejemplos sobran. Sucedió en la culta Alemania bajo el nazismo; en la Italia, cuna de civilizaciones; en la ex Unión Soviética y en Cuba, donde la inmensa mayoría creyó que construiría el paraíso terrenal, pero ha sido conducida al infierno. Las clases populares han sido las más engañadas en estos procesos, pues ahogadas por la miseria y desesperadas por la ausencia de oportunidades han sido terreno fértil para las estafas ideológicas, como prueba la experiencia cubana, donde actualmente los trabajadores son quienes más sufren las consecuencias de 53 años de falsedades.
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