En los últimos meses se ha estado produciendo un interesante intercambio entre intelectuales cubanos, residentes en la Isla y en la emigración. Del lado insular han participado Roberto Veiga y Lenier González, mientras que del otro lado he compartido espacio con otros dos amigos: Armando Chaguaceda y Rafael Rojas. Finalmente Veiga y Lenier (VyL) han publicado una interesante contrarréplica titulada Nacionalismo y lealtad: un desafío civilizatorio sobre la cual quiero concentrar mi atención en este artículo.
La principal motivación del artículo de VyL es explicar que el denominado Nacionalismo Revolucionario (NR) constituye la columna vertebral de la construcción histórica nacional y de la posible articulación de un bloque de actores sociopolíticos que, apoyados en la “metodología del pacto… pueden conducir al país hacia un presente y un futuro de estabilidad y progreso”. Y en consecuencia, definen NR como “un conjunto de valores, construcciones intelectuales y hasta cierta mística” compartido por las mayorías nacionales y que remiten a nueve propuestas o principios que van desde el acceso universal a la salud hasta la vocación a la universalidad.
Sin lugar a dudas este esfuerzo digamos que programático de Espacio Laical es parte de un trabajo sistemático para aglutinar y consolidar un campo político con ribetes transnacionales que he denominado de Acompañamiento Crítico (AC) sistémico. Su rasgo principal reside en su creencia de que es posible reformar gradualmente al sistema a partir de una “transición ordenada”. El abordaje e intento de definición del significante Nacionalismo Revolucionario es parte de esa intención. Y creo que imprescindible si quieren constituirse en partes de un bloque con pretensiones de “dirección ético-política”. El pasado evento celebrado en La Habana —así como su alter ego en Miami— y otros esfuerzos de sistematización que se desarrollan al interior de este espacio de AC, son también partes de este proceso.
Temo, sin embargo, que, sea por convicción o por conveniencia en un sistema que deja pocas opciones de autonomía, lo están haciendo con algunas “armas melladas” del autoritarismo, y de hecho se convierten en parte de un problema, cuando debieran ser parte de la solución.
Para ser claros, VyL no creen que el campo político en torno al NR sea el único espacio justificado en la Isla. Creen que NR es parte del juego en el que participan legítimamente otras fuerzas con otras propuestas y en esto, que es muy importante, se diferencian de los posicionamientos oficiales y oficiosos sobre el tema. Pero, paradójicamente al mismo tiempo, no dudan en afirmar que “este quehacer plural, para que sea posible, debe mantener como finalidad el consenso en torno a esas metas compartidas por generaciones de cubanos.” Y para rematar, afirman que todos aquellos que no militen en el NR, deben merodear el espacio público “con la humildad requerida, pues no son quienes han prefigurado la nación ni constituyen una mayoría significativa”.
En realidad este tipo de aseveración no es novedosa en la historia postrevolucionaria reciente. Ha sido práctica común en el discurso de los grupos críticos sistémicos (incluso de los funcionariado letrado con algunas inclinaciones liberales) relativizar el monopolio del poder y dejar entrar a “otros” siempre que se comporten siguiendo reglas prefijadas que terminan disolviendo sus identidades. Fue, por ejemplo, lo que le explicó Abel Prieto a los aquiescentes emigrados reunidos en La Habana en 1994, cuando les proponía que, para ser aceptados como cubanos auténticos, renunciaran tanto a sus agendas como a opinar sobre lo que sucede en Cuba. La desnaturalización es el precio del salvoconducto político. Huelga anotar que esto no es pluralismo, sino, a lo sumo, tolerancia condicionada. O visto al revés, intolerancia edulcorada.
El nacionalismo revolucionario designa a toda una corriente de la historia de Cuba que se ha caracterizado por su radicalismo nacionalista, su apego a la ruptura revolucionaria y cierta sensibilidad social. Sus aportes son innegables, pero creo que la aseveración narcisista antes comentada es muy poco feliz. Uno de los problemas de los últimos cincuenta años ha sido la mezcla de moral positiva y política positiva, y la idea de que construimos un orden basado en la virtud. No hay una virtud, sino muchas. Es posible que la mía comparta lugares con la de Espacio Laical, pero nada me autoriza a creer que toda una sociedad (transnacional) debe amoldarse a ella. Y de paso exigir a los descontentos la humildad de la que carecemos cuando postulamos nuestra idea como la síntesis de la historia nacional.
Aprecio los aportes del nacionalismo revolucionario a la historia nacional, pero decir que solo desde él se ha prefigurado la nación es una apetencia teleológica que no resiste la prueba del escrutinio histórico. Un liberal, por ejemplo, puede argumentar que fue su tradición la que guió el activo proceso de acumulación y producción de riquezas, de expansión tecnológica, de producción cultural y de desarrollo urbano. Y llamaría a su inventario a figuras históricas que no pueden dejarse de mencionar cuando se habla de historia de Cuba. VyL —y todos sus aliados ideológicos— pueden afirmar que no les gusta Arango y Parreño, Saco, Enrique José Varona y Jorge Mañach, pero sería difícil decir que no existieron.
Como también es difícil afirmar que la mayoría de la población cubana está apegada al NR (¿como lo saben?); y mucho menos aún creer que si así fuese, es imposible que todos los partisanos de otras tendencias políticas no podrían llegar a ser mayoría si los actores que impulsan estos otros posicionamientos ideológicos contaran con un acceso a los espacios públicos que hoy no tienen. Disminuir a la oposición, desecharla como residuo histórico y a su discurso como intrascendente ha sido un recurso común de los críticos sistémicos, sin entender que no pueden aspirar a la autonomía necesaria para constituirse en campo político/cultural si el derecho a la autonomía no existe para todos y todas. Hoy solo disfrutan de una precaria concesión.
Al hacer esta discusión siempre temo ser injusto con Roberto Veiga y con Lenier González, pues no estoy seguro sobre que hacen o dicen por convicción política, o sobre a que están obligados si quieren conservar el espacio público en un sistema donde la autonomía es un ave rara y la represión un expediente cotidiano. Y digo esto, porque al final de su artículo VyL entran en otras consideraciones acerca de los valores tácticos de su propuesta. Y asumen que efectivamente hay partes de su discurso desfasadas de los tiempos sencillamente porque tienen que adecuarse a una forma específica de pensar del grupo de personas a quien está dirigido su mensaje y que resultan vitales para su proyecto político “dado su grado de implicación en las estructuras de la política, del poder y de la creación de la opinión pública”. Y con notable honestidad aceptan que sus puntos de vista tienen con frecuencia un enfoque binario —“que hace aguas”— y no asume la fluidez de la sociedad cubana actual. En política esto se llama pragmatismo, un recurso al que se apela cuando la realidad no se compadece de las metas.
Sin embargo, me temo que aún cuando VyL insisten en que “cualquier solución real y beneficiosa a la crisis cubana pasa por salir de las trincheras”, en la práctica lo que hacen con el NR es cavar la propia. Este es el drama de los acompañantes críticos del sistema: creen que pueden ceder en cosas menores, enmascarar pecados políticos, mostrar la rigurosidad doctrinaria como salvoconducto, y así salvar la vida. Pero en realidad solo se ganan el derecho a una sobrevivencia precaria y a un pataleo final que, no importa cuan digno pueda ser, se lo traga el tiempo. Y puedo opinar sobre esto sencillamente porque fui parte del proyecto de acompañamiento crítico de mayor calado intelectual que ha habido en Cuba: el Centro de Estudios Sobre América.
No me atrevo a sugerir que hacer, pues si bien hay muchos caminos por explorar, también hay muchas maneras de morir en el intento. Y yo no vivo en Cuba. Pero creo que Espacio Laical existe porque la élite política cubana ya no puede hacer las cosas como las hacían antes, no porque se haya despertado en ella una inopinada vocación democrática. Si Espacio Laical y sus aliados quieren efectivamente validar la “metodología del pacto” tienen que obligar a la clase política a pactar. Pero eso requiere dejar la trinchera y mover las piezas hacia adelante, demandar efectivamente al poder establecido, incluir a otros grupos y personas, intelectuales y activistas, insulares y emigrados, incluidos sectores de la oposición que poseen una valía intelectual reconocida.
Pero para esto no sirve la trinchera del Nacionalismo Revolucionario, imaginado como aquí hacen VyL. Pues el NR es excluyente no porque se haya ligado al marxismo leninismo, sino porque toda doctrina lo es, más aun cuando se imagina a si mismo como vórtice de una historia que realmente es compartida.