Cuando un país enfrenta una crisis que amenaza su misma sobrevivencia, en su trastienda encontramos las herramientas utilizadas para hacerle frente y, en su estado de salud presente, comprobamos la efectividad o lo destructivo de las mismas. En la trastienda de los EU emerge la revolución de Reagan; en la de Japón encontramos las armas de Mc Arthur; en la de México trastabillamos con las traspanas y machetes del Pacto de Calles.
Sin embargo, en el desván de los recuerdos de uno de los países más poderosos de la tierra, Alemania, permanece olvidado un capítulo de la historia el cual, en estos momentos de confusión global, debería ser inspiración para el mudo y en especial para México ante la devastación post revolucionaria y esta moderna torre de Babel que nos aprisiona cuando buscamos nuevas herramientas.
Al finalizar de la Segunda guerra mundial, Alemania quedó totalmente destruida y a merced de los aliados. Sería luego cruelmente cercenada dando vida a dos mendigos; Oriental y Occidental. La primera bajo la bota de la Unión Soviética, la segunda en el mapa de los aliados. Los soviéticos cubrían la presa de su cacería con un manto sepulcral de silencio y censura, gestando la “Republica Democrática de Alemania.” Décadas después el mundo se enteraría de la vergonzosa realidad de hambre, miseria y explotación con lo que se condenaba a esa mitad de la Alemania sacrificada, la del destino equivocado.
Alemania Occidental porta en su expediente historias de heroísmo, valor, e indomable carácter para reconstruirla ante la humillante derrota. Después acuerdos de Bretoon Woods, en donde se elaboraba la receta para la recuperación económica mundial, Germania ya no era un país, era una zona de muerte y devastación. Pero en el corazón de la Europa ya cautiva del Keynesianismo impreso en los acuerdos para la nueva arquitectura financiera, surgía un hombre para convertirse en el símbolo del “Milagro Alemán.”
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