Recientes reportes sobre distribución mundial de la riqueza muestran una tendencia al incremento de la desigualdad. De acuerdo con un informe del Boston Consulting Group el número de familias millonarias creció 6 por ciento globalmente durante el 2015, y son dueñas del 47 por ciento de la riqueza global. China e India tuvieron grandes incrementos de familias millonarias, pero Liechtenstein y Suiza mantenían las mayores concentraciones. Las familias millonarias representan el 1 por ciento de la población mundial pero poseen cerca de la mitad de la riqueza privada global.
En Estados Unidos la desigualdad de ingresos ha venido creciendo por unos 35 años y casi todo el mundo cree que siempre es indeseable. Pero, ¿es así? Lo importante no es la desigualdad en sí, sino cómo surge esa desigualdad.
Primero, descartemos analíticamente la desigualdad que surge de privilegios garantizados por el gobierno, acciones injustas, deshonestidad, corrupción, favoritismo, robo o cualquier riqueza producto de ingresos ilegales. Esa desigualdad es definitivamente dañina y debe combatirse vigorosamente. Lo que analizamos aquí es solamente la desigualdad que resulta de la creación de bienes y servicios. Esa desigualdad deriva naturalmente de la creación de valores por alguien, y no es un juego de suma cero donde un grupo necesariamente le quita a otro.
La desigualdad es un fenómeno natural que surge de nuestra diversidad de talentos, capacidades, preferencias, decisiones y más. Cuando nuestras actividades crean algo de valor y nuestra riqueza crece, estamos mejor, pero también lo está la sociedad. Quienes condenan la desigualdad plantean erróneamente que el pastel económico es de tamaño invariable y que una tajada mayor para alguien implica menos para otros.
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