Es falso que se trate de escoger entre el pasado oprobioso de los 50 y el presente, sino de proyectar entre todos una nueva Cuba.
Hay un consenso bastante amplio en la sociedad cubana sobre la necesidad de avanzar en un proceso de democratización, solo que todavía no hemos sido capaces de intercambiar, de negociar cuál democracia.
Comisiones del Gobierno-Partido-Estado trabajan en secreto sobre proyectos de nueva constitución y ley electoral, lo que evidencia que allí mismo parecen haber entendido que algo tendrán que hacer en este sentido. Grave error sería dejar la profundidad de las propuestas para esos proyectos solamente a grupos escogidos y olvidarse de que es asunto que compete a todos los cubanos sin exclusiones, que todos debemos discutir horizontalmente y votar en un referendo.
Los que conocemos el "paño" pudiéramos pensar que si bien Raúl podría cumplir su promesa de dejar la presidencia en 2018, nada ha dicho sobre su cargo en el PCC. De no cambiarse el Artículo 5 de la Constitución, que establece la dirección del PCC sobre la sociedad, y de seguir siendo él el Primer Secretario del PCC, pues la verdad que no importa mucho a quien se elija o designe Presidente, ni la forma en que se haga, porque él seguiría detrás del trono y el Gobierno tendría que ser un simple ejecutor de las decisiones del PCC y sus líderes.
No olvidar que en China, después de Mao Tse Tung, la dirección verdadera del Gobierno y del Partido se hacía desde la Comisión Militar Central del PCCH, que dirigió durante varios años Deng Xiaoping, artífice de las reformas que llevaron a China del capitalismo monopolista de Estado, creído socialismo, al predominio del capitalismo privado, ahora en ampliación por la crisis en que ha caído la economía de ese país.
De manera que el problema no es solo hacer elecciones y votar por alguien que nos pongan en la boleta. Se precisa de un proceso de democratización. Al respecto un llamamiento para fortalecer la Izquierda democrática ha propuesto en su primero de cinco puntos:
"Creación de un ambiente de distensión y concordia que lleve al establecimiento de un Diálogo Nacional inclusivo, al reconocimiento de las libertades fundamentales; a una nueva Constitución fruto de la creación y discusión colectivas y horizontal del pueblo cubano, aprobada luego en referendo; a una nueva ley electoral democrática, y al establecimiento de un Estado moderno de derecho con plena transparencia funcional e informativa, bajo control popular, con autonomías municipales, presupuestos participativos en los diferentes niveles y el sometimiento a referendo de las leyes que afecten a todos los ciudadanos. En fin la República Democrática humanista y solidaria, con plena justicia social, donde rijan integralmente los principios consagrados en la Declaración Universal de Derechos Humanos y en la que quepamos todos".
Desde sectores de la oposición tradicional, desde el mundo oficial jurídico y desde la propia izquierda democrática se ha expuesto un pensamiento nacional constitucionalista democrático, con propuestas concretas, que no ha podido cuajar en un esfuerzo nacional mancomunado hasta ahora debido al sectarismo y la exclusión que caracteriza la filosofía del Partido-Estado-Gobierno.
Las sugerencias van desde la eliminación del punto 5 de la Constitución, pasando por reformar la Constitución hasta un nuevo texto constitucional, la restitución de los poderes independientes (ejecutivo, legislativo y judicial), el pluripartidismo, la plena libertad de expresión y asociación, la alternancia en los poderes, la limitación a un solo período de mandato, la elección por el voto directo y secreto de todos los cubanos de todos los cargos públicos importantes a todos los niveles, los presupuestos participativos y la municipalización de los poderes, los referendos para todas las leyes que afectan a todos y la transparencia informativa sobre el funcionamiento y las finanzas del país a todos los niveles, bajo estricto control popular.
Pretender vincular el avance en esa dirección democrática a los problemas pendientes del bloqueo-embargo, es un error político estratégico, que solo puede servir para que continúe el estancamiento. Es una idea neoplattista como quiera que se la mire. Y esto va para los dos extremos.
Y es que los asuntos internos de Cuba no pueden hacerse depender de la política de una potencia extranjera.
Cuba es un problema de los cubanos, todos, y somos nosotros los que tenemos que resolver esos problemas y hacer lo necesario para concertar los intereses y opiniones de una masa crítica capaz de trabajar por ese cambio democrático por vías afines.
Los cubanos que tienen alguna influencia en el Congreso de EEUU, podrían usarla para hacer avanzar el proceso de democratización en Cuba, si dejaran de establecer ese vínculo y con ello podrían mejorar la visión que de ellos se tiene en muchas partes del pueblo cubano influido por la propaganda sobre "la Loba Feroz, la mafia de Miami y el exilio plagado de terroristas".
Los actuales gobernantes saben que Cuba necesita ese tipo de proceso, pero temen que se les vaya de las manos y con él, el poder absoluto que han detentado por más de medio siglo. Es lo mismo que explica el paso lento y controlado de las reformas económicas. Pero argumentan que hay que tener cuidado en que ese proceso no nos conduzca a la Cuba oprobiosa de los 50 bajo la absurda amenaza de que vendrán a arrebatar a los cubanos las propiedades que actualmente disfrutan y que pertenecieron a quienes las dejaron atrás o les fueron incautadas, y que los "comunistas" serán arrastrados como perros por las calles.
Desgraciadamente, todavía ese lenguaje es usado por personas al otro lado del charco, donde algunos no han sido todo lo amplio y preciso en relación con estos temas, dando "razones" a algunos de acá para divulgarlas.
Pero es falso que se trate hoy de escoger entre aquel pasado y este presente, sino de proyectar entre todos una nueva Cuba donde las libertades y los derechos civiles y democráticos no permitan que las elites, ningún tipo de ellas, no importa cómo se autodenominen, puedan llegar a controlar el poder en función de sus estrechos intereses.
Por tanto, lo que necesitamos como sociedad es algo superior a la sociedad actual y a la de antes del 59, capaz de articular las distintas formas de producción que demanda la realidad y la etapa histórica que estamos viviendo, donde la justicia social y la solidaridad; el respeto a todos los derechos ciudadanos; el poder real de los trabajadores y el pueblo expresado en propiedades individuales o colectivas, pequeñas, medianas y grande, y en su participación directa en todas las decisiones que les atañen, sea lo que armonice el desarrollo social y no las confrontaciones ni las luchas por el poder, que deberá residir plenamente en el pueblo.
Una Cuba reconciliada, democrática y en armonía no implica la eliminación de las diferencias políticas y de otros tipos, sino la plena posibilidad de su manifestación, pero a partir de su encuentro y no de la confrontación y la solución de sus contradicciones por la vía del diálogo y la negociación, sin imposiciones ni arbitrariedades de un poder hegemónico, porque el poder no estaría en manos de unos pocos poderosos, sino repartido en el pueblo.
Ante todo, habrá que repetir que la mejor democracia no sería la que quiera este o aquel grupo, la que a alguien le parezca más efectiva, la mejor, sino la que el pueblo desee y apruebe expresada en una Constitución propuesta por una Asamblea Constituyente, luego de una amplia discusión horizontal, libre y democrática, que sea aprobada en referendo.
En fin, una democracia donde los electos para cargos públicos sean servidores y no servidos, y en la que el Comandante en Jefe sea el pueblo.