Francis Fukuyama ha vuelto a despertar el debate con sus arriesgadas y controversiales opiniones, pero esta vez no es sobre el "fin de la historia" sino sobre la historia evolutiva de la democracia.
Se pregunta en un artículo publicado en Current History si hay una secuencia apropiada o lógica en las transiciones democráticas. ¡Y la hay! Pero la vemos a posteriori. Las circunstancias, la idiosincracia, los antecedentes históricos y otros factores impiden establecer una norma definida y, mucho menos, una que permita prededir presentes o futuros.
La incognita que plantea Fukuyama es si la democracia surge como consecuencia de reformas que liberalizan la economía y permiten a la sociedad progresar en un ambiente menos autoritario o si el meollo que conduce a la transición es la implantación de un Estado de derecho donde imperen la ley y el orden, aun cuando sus disposiciones no permitan todavía una libre manifestación democrática.
Evidentemente, está mal planteada la incógnita porque ninguna de estas alternativas basta para propiciar la democracia. El meollo de la cuestión está en el nivel cultural de la sociedad afectada por el autoritarismo y en la influencia que su cultura tiene en las nuevas generaciones dispuestas a avanzar hacia sistemas más respetuosos de los derechos y libertades de los ciudadanos.
Este es un proceso generacional que puede tomar décadas o incluso siglos, porque aunque la estructura democrática es perfectible, no puede mantenerse en pie si le fallan los cimientos. Estos son el Estado de derecho y la Democracia Participativa. En realidad no puede defenderse el derecho sin una eficaz participación democrática.
Ni el modelo chino conduce a la democracia ni tampoco el simple ejercicio electoral que se implante para justificar una falsa legitimidad en el ejercicio del poder, como en Rusia, Irán o Venezuela..
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