¿Hay una fórmula identificable para la transición democrática?

Francis Fukuyama ha vuelto a despertar el debate con sus arriesgadas y controversiales opiniones, pero esta vez no es sobre el "fin de la historia" sino sobre la historia evolutiva de la democracia.

Se pregunta en un artículo publicado en Current History si hay una secuencia apropiada o lógica en las transiciones democráticas. ¡Y la hay! Pero la vemos a posteriori. Las circunstancias, la idiosincracia, los antecedentes históricos y otros factores impiden establecer una norma definida y, mucho menos, una que permita prededir presentes o futuros.

La incognita que plantea Fukuyama es si la democracia surge como consecuencia de reformas que liberalizan la economía y permiten a la sociedad progresar en un ambiente menos autoritario o si el meollo que conduce a la transición es la implantación de un Estado de derecho donde imperen la ley y el orden, aun cuando sus disposiciones no permitan todavía una libre manifestación democrática.

Transición democráticaEvidentemente, está mal planteada la incógnita porque ninguna de estas alternativas basta para propiciar la democracia.  El meollo de la cuestión está en el nivel cultural de la sociedad afectada por el autoritarismo y en la influencia que su cultura tiene en las nuevas generaciones dispuestas a avanzar hacia sistemas más respetuosos de los derechos y libertades de los ciudadanos.

Este es un proceso generacional que puede tomar décadas o incluso siglos, porque aunque la estructura democrática es perfectible, no puede mantenerse en pie si le fallan los cimientos. Estos son el Estado de derecho y la Democracia Participativa. En realidad no puede defenderse el derecho sin una eficaz participación democrática.

Ni el modelo chino conduce a la democracia ni tampoco el simple ejercicio electoral que se implante para justificar una falsa legitimidad en el ejercicio del poder, como en Rusia, Irán o Venezuela..

Fukuyama nos da ejemplos como los de Prusia en siglos anteriores y Singapur, Corea del Sur y Taiwan en tiempos recientes, en los cuales se construyeron Estados competentes donde imperaba la ley y el orden, propiciando un ambiente favorable a las iniciativas empresariales, impulsor de un desarrollo sostenido que ha resultado en democracias estables.

Aparte de que Singapur dista de ser una democracia, en los otros casos habría que hacer un análisis de, como señalé al principio, las circunstancias, la idiosincracia y los antecedentes históricos, que no se aplican a otros casos en ciernes, como serían los de Corea del Norte, Cuba o incluso la Venezuela de Chávez o la Nicaragua de Ortega.

Samuel Huntington, quien fue profesor de Ciencias Políticas en el Eaton College y Director del Instituto John M. Olin de Estudios Estratégicos de la Universidad de Harvard, desarrolló en los años 60 una teoría de "modernización autoritaria" que culminó en su obra titulada "Political Order in Changing Societies" (El orden político en las sociedades en cambio), en la cual argumentó que la industrialización ha creado una clase media indispensable para el desarrollo de las instituciones de la sociedad civil que son la fuente de cualquier evolución democrática.

Aunque podemos calificar a Fukuyama como un adversario ideológico de Huntington, acepta en parte su teoría pero subrayando que ese planteamiento basado en un gobierno firme requiere también una firme estructura jurídica que propicie el crecimiento económico y permita la apertura gradual del debate democrático. Tiene razón también en su argumento en cuanto a que esa pretendida evolución hacia la democracia dependería en todos los casos de dictadores "benevolentes", como podría supuestamente calificarse a Lee Kuan Yew en Singapur, Gorbachev en la Unión Soviética o Pinochet en Chile, dispuestos a la apertura, la negociación y el ensayo democrático, una actitud que en los dos últimos casos facilitó la transición democrática.

La cruda realidad es que cualquier oportunidad de proceder a una transición democrática depende de dos alternativas básicas: 1) que un dictador o autócrata "benevolente" esté dispuesto a promover algún tipo de ensayo democrático; y, 2) que se produzca un levantamiento popular capaz de derrocar la dictadura.

Esperar por el dictador "benevolente" es poco práctico y bastante vergonzoso, porque los derechos no los otorga el dictador sino que se los conculca en forma cruel e ilegítima a los ciudadanos. Los derechos no se mendigan porque son innatos e inalienables. Lo cual no quiere decir que no se hagan intentos cívicos para resolver el sistema opresivo por medios pacíficos, sino que la negociación debe partir de principios definidos e irrenunciables. Así pudo producirse una transición a la democracia en el bloque soviético y en Chile, por ejemplo. No obstante, el camino que condujo a la transición no fue incruento sino que se inspiró en el sacrificio y hasta en el martirio de muchos en ambos países.

La otra alternativa, que consiste en el levantamiento popular, desemboca frecuentemente en un baño de sangre. Cuando este levantamiento no encuentra apoyo del exterior, suele prolongarse y a veces convertirse en una terrible guerra civil, como estamos presenciando en Siria. Este choque encarnizado de dos sectores irreconciliables de la nación termina con el triunfo del más fuerte. Esta violencia provoca el odio, la venganza y una nueva dictadura del vencedor que suele desembocar en un ajuste de cuentas sumamente parcializado y ajeno a los parámetros más básicos de la justicia.

Por el contrario, cuando encuentra apoyo del exterior y el mundo democrático brinda su alianza y respaldo a quienes aspiran a sumarse a sus filas, se inicia un camino largo de aprendizaje y de pugnas internas que puede llevar o no a la democracia, pero permite al menos una apertura prometedora a un sistema más liberal.

En Egipto, por ejemplo, el mundo libre se codeaba sin problemas con un dictador que convocaba a elecciones y mantenía un aparato legislativo pero que estaba muy lejos de poder ser clasificado como democrático. No obstante, el levantamiento popular logró el apoyo de las mismas democracias que se codeaban con el dictador, pero que adoptaron una posición de principios en apoyo del pueblo. Un Egipto auténticamente democrático no se ve todavía en el horizonte, pero las perspectivas de la democracia a largo plazo son prometedoras.

No cuesta nada soñar con aperturas democráticas espontáneas, con dictadores "benevolentes" o con una evolución natural hacia la democracia gracias a una parcial apertura económica. Pero los sueños, sueños son. La democracia hay que construirla ladrillo por ladrillo con espíritu de cooperación y para iniciar una transición que sea sostenible es indispensable que proclamemos nuestros derechos ciudadanos sin aceptar condiciones.

Los derechos no se mendigan.

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