En nombre de la libertad se cometen y se han cometido muchos crímenes en la historia de la humanidad. A eso se le llama "jacobinismo", porque en nombre de la libertad el segmento jacobino de la Asamblea Nacional que surge de la Revolución Francesa cortó muchas cabezas y desató finalmente una feroz persecución del segmento girondino de ese órgano legislativo y de cualquier otra tendencia política que intentara oponérsele. Se cayó así en una cruel dictadura de las mayorías que hizo sucumbir a la naciente democracia francesa en un abismo de terror y que ha servido de modelo a innumerables dictaduras posteriores entronizadas sobre un mandato popular mayoritario en sus inicios.
Hay formas mucho más sutiles e insidiosas de destruir los fundamentos de la libertad con el pretexto de defender libertades o derechos selectivos. Ese es un fenómeno que estamos experimentando al enfrentar constantes descalificaciones por tomar posiciones, expresar opiniones o defender convicciones que "la mayoría" estima que no son "políticamente correctas". Cuando los factores religioso o ético –que frecuentemente van de la mano– forman parte de esta ecuación, es todavía más feroz e intransigente el embate en contra de lo que los elementos más agresivos de la sociedad estiman que no es "políticamente correcto".
En Estados Unidos se está desatando un desenfrenado jacobinismo entre ciertos sectores liberales o ultraliberales –que es un eufemismo utilizado para evitar identificarse como "socialista" o de "extrema izquierda" respectivamente– que aplican medidas autoritarias, cuando pueden, o desencadenan una tormenta de descalificaciones (y a veces también de insultos) cuando no pueden tomar represalias efectivas o legales contra aquellos que tienen la osadía de defender públicamente convicciones que les desagradan.
El derecho a la libre expresión y las libertades fundamentales de pensamiento y religión se ven seriamente amenazadas cuando las creencias y convicciones particulares y la defensa de una moral determinada se interpretan como una agresión contra la que hay que tomar represalias políticas, sociales y/o económicas.
Ese es el caso de la actitudes autoritarias adoptadas por el Alcalde de Boston, Thomas Menino, y el de Chicago, Rahm Emanuel, con el pretexto de defender los derechos de los homosexuales que se sienten ofendidos por el concepto que otros tienen de la familia. Estos dos alcaldes están apadrinando esfuerzos contra una naciente cadena de restaurantes especializados en emparedados de pollo, conocida como Chic-fil-A. ¿Cuál fue la grave falta que desencadenó las represalias de estos dos administradores municipales contra esa empresa?
Sencillamente, Dan Cathy, el Jefe Ejecutivo de Chic-fil-A, se atrevió a pronunciar públicamente unas palabras reproducidas en el Baptist Digest, señalando que: "Nosotros apoyamos a la familia – la definición bíblica de la unidad familiar. Nosotros somos un negocio de propiedad de una familia, un negocio dirigido por una familia, y estamos casados con nuestras primeras esposas ... Sabemos que esto puede que no le guste a todo el mundo pero, gracias a Dios, vivimos en un país donde podemos compartir nuestros valores y funcionar libremente con principios bíblicos".
Pero ese es un concepto de la vida en sociedad que los jacobinos estadounidenses aspiran a erradicar. Es evidente que Dan Cathy nunca se imaginó que sus palabras pudieran ser tachadas de inconstitucionales por atentar contra la Primera Enmienda, la que, precisamente, fue redactada para proteger los derechos a la libertad de religión y a la libertad de expresión sin interferencia del gobierno y que dice así: "El Congreso no hará ley alguna con respecto a la adopción de una religión o prohibiendo el libre ejercicio de dichas actividades; o que coarte la libertad de expresión o de la prensa, o el derecho del pueblo para reunirse pacíficamente, y para solicitar al gobierno la reparación de agravios."
No obstante, el Alcalde Emanuel de Chicago no se tomó el trabajo de reflexionar mucho para prestar su impulsivo apoyo a la iniciativa de uno de los concejales de la ciudad, destinada a impedir la construcción de una segunda sucursal de la naciente cadena de Chic-fil-A en esa ciudad, negándole el permiso porque, según declaraciones del Alcalde, "no son parte de los valores de Chicago. No son respetuosos de nuestros residentes, nuestros vecinos y nuestras familias. Y si usted va a ser parte de la comunidad de Chicago, usted debe reflejar los valores de Chicago". Pero no hay noticias sobre lo que el Alcalde Emanuel considera específicamente que son "los valores de Chicago" para justificar semejante juicio.
Esta es una de las más grandes ciudades de los Estados Unidos, en la que por su eminente calidad cosmopolita coexisten necesariamente una notable variedad de valores sociales, pero que, además, pertenece a un país eminentemente cristiano. Y uno de los principales valores cristianos es la familia, la unidad familiar. Por otra parte, es una ciudad que suele votar por candidatos Demócratas, en particular de los considerados más "liberales" o socialistas, y este tipo de actitudes y las medidas consecuentes parecen ser una forma de imponer su modo de pensar por parte de estos elementos más extremistas, con la anuencia de los más moderados que dejan hacer porque temen ser perjudicados si defienden lo que los otros estiman que no es políticamente correcto.
Esto no significa que una actitud contraria sea la correcta ni que se permita tipo alguno de discriminación contra los homosexuales o se perjudique con medidas políticas a quienes pretendan establecer la legalidad del matrimonio "gay". Homosexuales y heterosexuales tienen los mismos derechos humanos y merecen el respeto debido a toda persona, incluso por parte de quienes no compartan su manera de vivir. Pero no tienen derecho a ofenderse ni, mucho menos, a instigar medidas perjudiciales contra los que no comparten sus preferencias y se atreven a expresar sus actitudes en ejercicio de su derecho a la libre expresión.
El hecho es que ni la empresa Chic-fil-A ni sus altos ejecutivos han cometido delito alguno ni han transgredido siquiera normas sociales. No hay historial alguno de que hayan discriminado nunca contra empleados o clientes por su raza, sexo u orientación sexual. ¿Por qué se les penaliza entonces? Por el contrario, han aportado a la sociedad en que viven con la creación de más de 100 empleos en Chicago en época de crisis económica. Y las autoridades que ahora los castigan están impidiendo así la creación de otra nueva fuente de trabajo por una turbia apreciación de lo que es políticamente correcto.
En realidad, podemos afirmar que la acción de las autoridades municipales es ilegal porque la concesión de permisos depende de que la empresa cumpla con los requisitos establecidos y no de la aprobación de funcionarios del Estado por discrepancias personales, sociales o políticas.
Es alentador que, por su parte, el Alcalde de Boston, Thomas Menino, finalmente se haya dado cuenta del enorme desaguisado que implica este tipo de acción política y decidiera retractarse cuando uno de sus auxiliares le advirtió que podría estar violando la ley si negaba los permisos por aplicar un análisis para muchos "políticamente correcto", pero caprichoso y subjetivo.
Pero el Alcalde Emanuel parece no comprender esto todavía en este ambiente jacobinista donde la presencia de una cruz o la mención de Dios en un lugar público causa la agresiva indignación de quienes toman estas manifestaciones como una ofensa personal y aspiran a una sociedad supuestamente "pluralista", pero donde se obligue los ciudadanos a reprimir sus creencias y sus valores morales en cualquier tipo de manifestación pública. ¿Es acaso este nivel de intolerancia e incomprensión una medida de libertad y equidad?
Lo único que se logra con el jacobinismo en cualquier sociedad es provocar la polarización y la digresión que acaba por debilitarla y frecuentemente destruye el frágil entarimado de la democracia, que no puede subsistir sin un delicado equilibrio sustentado en el respeto mutuo y la colaboración.