He estado pensando en cómo el poder invisibiliza a las personas
Me contaba alguien el diálogo con un conocido cercano, esos que no podemos llamar propiamente "amigos”, pero que están en el círculo estrecho de nuestras relaciones. Esta persona es uno de los que, vestidos de civil, tienen la función de deshacer las manifestaciones populares, y están autorizados a utilizar la violencia física contra la población.
Contaba esta persona, con orgullo, la función que le han pedido, y cómo “tenemos que parar al pueblo” cuando el pueblo sale en masa pidiendo libertad. El otro lo miró y le dijo: “¿Tú no te has dado cuenta de que yo soy parte de ese “pueblo”, de esa gente a la te han mandado golpear?”
Es interesante cómo nuestras pequeñas parcelas de poder pueden hacernos sentir tan importantes, tan necesarios, tan heroicos incluso, que nos impidan ver la realidad. Es asombroso cómo personas que padecen las mismas carencias del pueblo, que sufren las mismas necesidades, se presten a frenar a aquellos que están teniendo el coraje de decir: “¡Basta ya!”, en nombre de todos. Es triste cómo la ilusión de sentirse importante puede hacer que se reprima y se golpee a aquellos a los que se debería defender.
Porque en realidad, no son más que peones, piezas de un juego que se decide a un nivel mucho más alto. Son sólo fichas a las que se les vende ilusión de poder.
Pero el poder, aunque sea ilusorio, es una droga, y como droga, hace que la realidad cambie delante de ti. Ves, pero no ves, porque lo que miras no es a la persona que tienes delante. Lo que miras no es al padre y a la madre de familia que están reclamando el pan, los medicamentos, la educación de calidad, el descanso para sus hijos; lo que miras no es al joven que está defendiendo su derecho a la libertad; lo que miras no es al anciano que está sólo, a merced de una pensión escuálida que no le permite vivir. Lo que miras no lo consideras persona.
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