Aparte de la invasión migratoria que sufre el continente europeo por infinidad de puntos de sus inmensas fronteras, donde en la actualidad se cuentan más de 27 millones de inmigrantes ilegales (alrededor del 6% de la población), una política condescendiente de frontera abierta en Estados Unidos ha dado lugar al ingreso masivo de cerca de 15 millones de inmigrantes en poco más de tres años con la anuencia de los "progresistas", de la prensa parcializada y partidista, de la compasión de muchas instituciones religiosas y de un gobierno que ha estado utilizando este fenómeno con fines electoralistas. De modo que todos esos medios han estado condenando como "teorías conspirativas", como racismo o incluso como reacciones fascistas las clarinadas de alarma de quienes tienen la cordura de contemplar con temor lo que ha estado pasando y sigue ocurriendo.
No es comprensible esa actitud de condena que tenemos que soportar quienes rechazamos la masiva migración ilegal como una amenaza a la estabilidad de los países de destino, como un agente de desestabilización social y como una falta de respeto a las leyes y normas del país al que esos extranjeros desean emigrar. Nos acusan de anti inmigrantes y hasta algunas instituciones religiosas que enarbolan el cristianismo como pendón de solidaridad, caridad y compasión, califican nuestra aspiración de mantener la ley y el orden como una grave falta de amor al prójimo.
Se refugian en una lamentable ceguera ante una realidad que subrepticiamente está impulsada por muchos que generan y promueven ideas y acciones destinadas a socavar el orden democrático y las relaciones normales entre los pueblos y las naciones. ¡Y lo están consiguiendo! Se llaman "progresistas", pese a que donde triunfan se estanca el progreso, y con cantos de sirena y falsas promesas promueven un nuevo orden mundial basado en un globalismo centralizador orientado a edificar un verdadero gobierno mundial controlado por esas mismas élites "progresistas".
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