Sin libertad no hay bien común

Oscar Alvarez ArayaLa libertad es un componente esencial del bien común. Sin libertades no hay pueblos libres, ni repúblicas, ni democracias, ni bien común.
 
Aristóteles, el gran filósofo de Estagira, fue el padre del concepto de bien común. Clasificó a los regímenes políticos en dos grandes grupos: los que están inspirados en el egoísmo y al servicio del interés de los gobernantes y los que están inspirados en el altruismo y al servicio del bien común.
 
La crítica que he escuchado sobre esta idea de Aristóteles es que en realidad el concepto de bien común no es más que el concepto particular de bien común que tengan los gobernantes en cada momento histórico. En otros términos el bien común lo definen los que detentan el poder político en cada gobierno y momento de la historia. Es decir que el bien común termina siendo una forma de encubrir el poder y el interés de los que mandan.

Dicha crítica nos ayuda a comprender los límites del concepto de bien común pero no lo invalida completamente. Sigue siendo importante que la clase política gobernante en algún momento y en alguna medida no piense solamente en sus intereses particulares sino que tenga una perspectiva más abierta y amplia de lo que podría ser el interés o el bien del país o de la sociedad en general.

La misma preocupación tenía el ateniense Platón cuando escribió “La República” o el romano Marco Tulio Cicerón, autor de su propio tratado sobre la República. En ambos textos fundadores de la política los autores se ocuparon de lo que denominaron la “res pública”, es decir los asuntos de la cosa pública y el interés público para distinguirlos de los temas opuestos del ámbito privado. Tanto Platón, como su discípulo Aristóteles y el mismo Cicerón se ocuparon de buscar la mejor o las mejores formas de gobierno desde la perspectiva del bien general de la república o de la sociedad.

Para Platón, en su juventud, el mejor gobierno era la sofocracia o gobierno de los filósofos y luego ya en su madurez evolucionó hasta pronunciarse a favor del gobierno de las leyes, como la opción más conveniente entre las posibles. Su discípulo Aristóteles también favoreció los gobiernos al servicio del bien común y dentro de las leyes. Cicerón por su parte promovió la república entendida como “cosa del pueblo” y favoreció especialmente la república senatorial romana como forma predilecta para alcanzar el interés común.
 
En fin, todos ellos se ocuparon de los asuntos de la República o “cosa pública” o Politeia para Aristóteles y fueron buscadores del bien común. Tiempo más tarde, a la altura del Renacimiento, el jesuita español Francisco Suárez escribió que la meta de la comunidad política debe ser conseguir el bien común y que la libertad debe ser parte de dicho bien. Un matiz de la mayor importancia y actualidad en un mundo en el que algunos promueven un supuesto bien común pero sacrificando las libertades fundamentales.

Hoy día tenemos por una parte a quienes simplemente cancelaron los temas de la “res pública” y por supuesto el concepto de “bien común” y simplemente se ocupan de los asuntos privados y por otra parte a quienes promueven un concepto de república y de bien común desvinculándolo de las libertades y derechos fundamentales.

Es necesario volver a ocuparse de los asuntos de la República, del bien común, del bien general, sin olvidar la esencial importancia de las libertades, de los derechos, en fin de la libertad.

Sin libertad no hay pueblos libres, ni repúblicas, ni democracias, ni bien común. Es decir que nos guste o no nos guste, hay que volver a la “politeía”, es decir a la política, a la “res pública”, es decir a la república y al interés público y al bien común, sin olvidar nunca la importancia esencial de las libertades.

Si libertad no hay bien común, sino solamente despotismo y autocracia. 

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