
El lado humano del 11 de Septiembre, 2001
Veintitrés años se cumplen de los ataques terrorista de fanáticos yihadistas musulmanes al World Trade Center en Nueva York, a la sede del Pentágono en Washington, con cuatro aviones llenos de pasajeros, uno de ellos derribado en las afueras de Shanksville, Pensilvania. Los recuerdos e historias del 11-S siguen estando llenos de coincidencias, ironías y tristeza. Los documentales de los aniversarios de la tragedia, retrospectivos en su mayoría, tratan de hallar explicación a lo que no lo tiene. Pero lo que se hace obvio cada año, es que al unir a la gente y crear conciencia de la magnitud de la bondad vs la crueldad humana, es como el Bien gana sus batallas contra el Mal.
La de Sergio Villanueva es una historia que me ha tomado años contar. Su sacrificio me impactó con fuerza y a nuestra comunidad de emigrantes. Su novia era propietaria de Inner Peace, una tienda de artículos de la nueva era en Jackson Heights, Queens, que yo solía frecuentar. Cada aniversario del 11-S, amigos y extraños colocan flores y veladoras ante una placa con su foto, en el árbol justo frente al local, honrando así la memoria de Sergio, y con él, al resto de las 2.996 víctimas.
De Bahía Blanca a Nueva York
Sergio Villanueva era un joven de 33 años cuyos padres habían emigrado de Bahía Blanca, Argentina a principios de la década de los 70. Una fotografía de Sergio de dos años en brazos de su mamá, y en el fondo, las estructuras de las torres gemelas del WTC en construcción, es premonitoria. Acababan de llegar a Estados Unidos.
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