He estado pensando en qué decir a las familias de nuestros presos políticos II
¿Qué más diría yo a los familiares de los presos políticos?
Les diría que no se avergüencen de ellos, y que tampoco los avergüencen.
Hay una historia de cuando las primeras persecuciones a los cristianos. No sé si es una historia real, o si alguien la escribió para animar a los suyos, pero como quiera que sea, creo que es inspiradora.
Es la historia de un militar romano convertido al cristianismo, junto con su esposa y su hijo adolescente, un cristianismo vivido en secreto debido a la persecución del emperador Diocleciano. Fueron descubiertos, pusieron al padre y al hijo frente a frente, y se dijo al padre que, si no renunciaba a su fe cristiana, su hijo sería decapitado delante de él. Cuenta la historia que, al oír esto, el hijo miró a su padre y le dijo: “¡Papá, no me avergüences!”. Murieron, primero el hijo, luego la esposa, y por último el padre.
Ser un preso político es una lucha entre la vida y la muerte. Cada día mueren: al sol, a la libertad de sus pasos, a los abrazos de aquellos que los quieren, a su derecho a construir la propia vida. Y cada día tienen la oportunidad de renacer: a la esperanza, a lo mejor de sí mismos, al sano orgullo de haber sido condenados por haber hecho lo correcto.
Sin embargo, renacer no es sencillo, la cárcel es dura, y más en nuestra tierra. La cárcel busca convertirte en un ser vulnerable, mientras pasan lentos los días y, aparentemente, nada cambia, y no llega la libertad por la que luchaste, y la mente taladra las horas con sus preguntas odiosas: “¿Valió la pena?”, “¿hice realmente lo correcto?”
Qué importante es para aquellos que están presos que los suyos, sin negar el dolor, sean capaces de decirles, una y otra vez: “¡Gracias, gracias por lo que hiciste, gracias por aquel día en que pediste a gritos la libertad para tu pueblo!”
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