Muchos suelen responder a esta pregunta con la frase lapidaria: “¡No hacen nada!”. La conclusión, igualmente lapidaria, es que deberían desaparecer.
Quienes formulan estos argumentos no comprenden la función ni la dinámica de la Organización Mundial. Por lo tanto, es oportuno aclarar algunas cosas en los momentos en que Ban Ki-moon ha sido reelecto Secretario General de la Organización Mundial.
El actual Secretario General recibe así un segundo mandato de cinco años, propuesto por el Consejo de Seguridad sin haber tenido que enfrentar la interferencia del veto de los cinco miembros permanentes y ulteriormente confirmado sin oposición por el pleno de la Asamblea General.
Pero Ban Ki-moon no encabeza un poder ejecutivo con la capacidad de decisión que ostenta el Presidente en funciones de las democracias presidencialistas modernas. Ban Ki-moon, como todos sus predecesores, es un administrador que debe cumplir los mandatos que emanan de las resoluciones de los diversos órganos de las Naciones Unidas. Su capacidad de iniciativa se limita a la influencia notable que puede ejercer en los Estados Miembros de las Naciones Unidas gracias a su investidura, pero no alcanza más capacidad ejecutiva que la que le conceden las resoluciones aprobadas por esos Estados.
Muchos críticos de las Naciones Unidas cometen el error de asumir que la Organización mundial es una especie de Parlamento y que el Secretario General tiene funciones semejantes a un Primer Ministro. En primer lugar, no hay en ninguno de sus órganos una estructura democrática sino un medio de representación que concede paridad a todos los Estados representados en cada uno de sus órganos. Sólo en el Consejo de Seguridad algunos países gozan de un sistema de privilegio al conceder a cinco Estados la permanencia y el derecho al veto. Es decir, la capacidad de paralizar una acción o resolución con el simple voto negativo. Empero, también en el Consejo de Seguridad cada voto por el sí cuenta en igualdad de condiciones para todos los Estados representados. Los miembros privilegiados del Consejo pueden vetar, pero no pueden aprobar sin el apoyo de por lo menos la mitad más uno de los países representados.
Esta estructura convierte a las Naciones Unidas en un foro internacional que permite a los adversarios sentarse frente a frente para solucionar sus diferencias con la anuencia y la colaboración del resto de los países. Además, las decisiones que se toman por decisión mayoritaria responden al interés y las conveniencias de cada uno de los países participantes, independientemente de la racionalidad o la justicia de la decisión que se tome. Por lo tanto, algunas decisiones que muchos podemos calificar de aborrecibles no son responsabilidad de las Naciones Unidas como institución, de su Secretario General como su máximo administrador o de su personal como vehículo y herramienta de su aplicación, sino de los intereses, muchas veces mezquinos y egoístas, de los países que han votado a favor de la resolución correspondiente.
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