He leído con atención el artículo de Fernando Ravsberg, corresponsal de la BBC en La Habana, sobre la convocatoria por el Gobierno cubano a una nueva conferencia (llamada) de la Nación y la Emigración.
A diferencia de otras piezas de este agudo comentarista de la realidad nacional, creo que es un artículo, para decirlo con una sola palabra, renqueante. Y es que el arte del periodismo es difícil de ejercer cuando hay que satisfacer un público demasiado variado: los jefes corporativos de una gran cadena de noticias, los poco sofisticados funcionarios del aparato ideológico partidista, los lectores ansiosos por que le digan algo diferente, y nuestra propia historia, que siempre agrega nostalgias. Es muy difícil querer satisfacer a todos al mismo tiempo sin sacrificar el buen tino en el intento. Y este artículo lo demuestra.
Voy a comenzar resaltando su gran acierto: demostrar el efecto deplorable que puede tener una presentación argumental que organiza todo en dos bandos —buenos y malos, duros y blandos, colaboracionistas y confrontacionistas— y de la que obtiene dos caricaturas de un escenario político muy complejo. En una de ellas, amparado en un manto de beatitud, ubica a Carlos Saladrigas. Y en el opuesto, en el lado negativo de la historia, me ubica a mí, a partir de una lectura muy particular de mi artículo ¿Reunión de la emigración y la nación).
Obviamente no puedo hablar por nadie más que por mí, pero me temo que mi amigo Saladrigas no debe sentirse muy cómodo con esa afirmación de FR de que “bastaría una autorización del gobierno cubano para que gente como Carlos Saladrigas den el paso que desean dar desde hace tiempo”, es decir, prosaicamente invertir.
Creo, y le debo esta observación a mi amigo Javier Figueroa, que los cubanos no podremos pensar el futuro con nitidez y optimismo hasta que no superemos este atavismo binario que nos ha dominado por siglos. Ojalá personas como FR nos puedan ayudar.
La lógica de FR, sin embargo, es abusivamente simple: hay un proceso de cambios que conduce a un mejor lugar (“liberación de presos, conmutación de penas de muerte, apertura del trabajo autónomo y el fin de prohibiciones absurdas”) y de ello han tomado nota algunos Gobiernos occidentales y la Iglesia Católica, lo que obviamente les coloca del lado bueno. Y entre esos cambios aparece un paso “decisivo” de Raúl Castro cuando reconoció que la mayoría de los emigrados eran patriotas y solidarios. Se trata, dice FR, de una genuina apertura hacia los cubanos que viven en el exterior. Y —siguiendo la lógica— que debemos reconocer y agradecer.
Pero a cambio de tanta flexibilidad, los adalides del cambio que exalta FR solo reciben “los azotes de exilio más radical”. Donde evidentemente me coloca, con lo cual FR demuestra que ni entiende lo que yo digo, ni sabe qué cosa es un exilio radical.
Quiero enfocar mi argumentación en cuatro aspectos:
- En primer lugar, yo nunca digo que no voy a participar. Sería estúpido distraer la atención de los lectores con una toma de posición ante una invitación que no existe y que a todas luces no se producirá. Sería vanidoso creer que puedo ser un representante de algo y que debo ser invitado a algo.
Lo que he dicho es que para cualquier emigrado —exiliado o no— es un dilema muy complicado participar (nunca una razón de estigmatización) pues ello implica ser parte de un convite manipulado, excluyente y discriminatorio. Y que no plantea —por su discurso y por sus criterios de selección y de organización— una voluntad de cambio.
Se trata de la selección por parte del Gobierno de unos conmilitones respetuosos y perfectamente alineados, que tendrán que asumir una agenda decidida unilateralmente. En la que el Gobierno se asume como nación y los elegidos como un cuerpo externo denominado la emigración. FR tiene todo el derecho del mundo a escribir y publicar que esto es lo que le gusta. Pero eso no lo hace creíble, pues no tiene sentido decir que existe la voluntad para un cambio positivo. Pensando en términos hegelianos, hay algo de cantidades, pero muy poco de calidad.
El cambio que la emigración debe exigir —y que el Gobierno cubano debe asumir— es la devolución de los derechos ciudadanos a los emigrados, incluyendo el derecho al retorno, temporal o definitivo. El día que lo haga nos estaríamos poniendo a la altura de Haití, Nepal y Malí. Ni más, ni menos. Y aun cuando estemos de acuerdo que se trata de cambios graduales, es también necesario entender que tiene que existir un compromiso explícito y una agenda clara respecto a estos cambios.
El Gobierno cubano puede hacer mucho menos que eso: puede, por ejemplo, rebajar tarifas de los abultados servicios consulares, levantar algunas exclusiones que hoy existen y estirar por unas semanas el tiempo de permanencia permitido. Y todo eso es positivo porque hace más llevadera la vida de los cubanos de ambos lados. Pero nada de eso indica un cambio: es sencillamente menos de lo mismo. Nuestros derechos seguirían vulnerados. Y para eso sí, estoy de acuerdo con FR, no hace falta la payasada de una reunión con los migrantes respetuosos de Raul Castro.
- La segunda cuestión se refiere a la economía. Evidentemente FR sabe lo suficientemente poco de economía como para no entender el rol que tienen las remesas de los migrantes —sostenedoras de una cuota muy alta del consumo popular y de la gobernabilidad— y que tendrían las inversiones de los cubano-americanos. Sabe muy poco de cómo fueron articulados los capitales de los chinos de ultramar en el despegue económico de ese país. Sabe menos aún de la precariedad de la economía cubana, probablemente porque vive en un estrato de élite que le impide conocer como vive el cubano común. Un optimismo que parece desfasado respecto a las propias consideraciones de los técnicos y académicos cubanos.
Pero además, a fuerza de no saber, tampoco sabe leer. Pues en varias partes de mi artículo enfatizo en la razón político-económica que motiva la inclusión de los empresarios cubano-americanos Que obviamente implica el dinero/capital, pero también todo un know how gerencial y político que incluye la posibilidad de formar un lobby antiembargo en Estados Unidos. Intento éste que el Gobierno cubano ha ensayado y le ha funcionado a medias con los productores del medio oeste y de los puertos americanos sobre el Golfo de México. Pero que no podrá funcionar decisivamente hasta que no enrole fuerzas políticas y económicas de la propia comunidad cubana en Florida.
Pues me temo que si no se logra un desmontaje del bloqueo/embargo en la próxima Administración, algunas inversiones mayores de la economía cubana —y en particular todo el complejo productivo y de servicios de la costa norte Mariel-Varadero— tendrán un funcionamiento muy discreto. Esto no se conseguirá solamente comprando trigo en Kansas o sacando petróleo del Golfo.
- En tercer lugar, otra confusión que genera FR es cuando dice que yo digo que el Estado cubano no es una representación legítima de la nación. En realidad lo que yo digo es que “es difícil reconocer en el Estado cubano una representación legítima de la nación”. Y es que la legitimidad no es un status medible, sino una cuestión de percepción. La legitimidad es la aceptación de algo por alguien. Y asumo que hay una parte de la población cubana que cree que el Estado cubano es, por su origen o por su rendimiento, legítimo. Tengo amigos que así lo creen. Pero es difícil argumentar a favor de esta creencia (mis amigos lo saben, y por eso tartamudean o recurren a silogismos tautológicos) cuando no hay mecanismos regulares que permitan a una minoría convertirse en mayoría, cambiar al Gobierno o modificar al propio Estado. Los cubanos carecen de esa posibilidad. Y es a eso a lo que me refiero. Y por supuesto al hecho de que el propio Gobierno se ha encargado de estrechar su base nacional sea marginando, reprimiendo o desterrando a los descontentos. Antes no reconocía minorías. Ahora, ni siquiera a las probables mayorías insatisfechas.
Pero en términos de absoluto realismo político, si ese Estado —cuya legitimidad coloco entre comillas— se decidiera a iniciar un diálogo nacional, entonces habría que asumirlo como una parte legítima y decisiva del escenario. Pero hasta tanto no se exprese esa voluntad de dialogar y concertar, dejo a los partisanos —totales o parciales— la tarea nada laudable de ensalzar unilateralmente sus virtudes y de aplaudir cualquier ardid con tufo a apertura. Lo que evidentemente hace FR.
- Finalmente, FR afirma que entre Estado y emigración se produjo un intercambio (presumiblemente simétrico) de golpes que justifica los excesos. Me parece una afirmación pavorosamente oficial. La abrumadora mayoría de los emigrados y exiliados no tienen nada que ver con los actos violentos que según FR explicarían la expropiación de derechos que ha ocurrido. Tampoco los apoyan. Y por eso nada justifica legal o moralmente la manera como el Estado cubano ha tratado a la comunidad emigrada. La explicación que FR evade es que el principal factor que en la actualidad actúa como un atizador del odio entre los cubanos, de la separación y del resentimiento, es el conjunto de políticas represivas y de expropiación de los derechos ciudadanos que practica el Gobierno de la Isla contra todos los cubanos, los de adentro y los de afuera.
Y al evadir este dato fundamental, Fernando Ravsberg inevitablemente (y con seguridad con las mejores intenciones) se coloca entre quienes apuntalan el cadalso.