El Partido Comunista de Cuba contra el país

El Partido Comunista no solo es responsable de la situación de los cubanos, sino también el principal obstáculo para el desarrollo nacional.

La corrupción, la burocracia, el discurso vacío y la mentira constante son los pilares que sustentan el sistema imperante en Cuba; por tanto, sería iluso pensar en eliminar esos males manteniendo el sistema: la única manera de salir de la crisis es eliminando esta especie de socialismo-comunista como única y obligada forma de pensamiento en Cuba.

Llegados a este punto, miles de cubanos que no piensan del mismo modo que el gobierno podrían proponer nuevas formas de hacer —formas que no tendrían que ser las de “antes del 59”—, que estarían mucho más a tono con lo que la mayoría de la gente piensa y desea.  Pero no.  El gobierno ha dejado claro que no va a hacer lo que la gente quiere, sino lo que al mando le parezca mejor en aras de garantizar su permanencia en el poder.

Cuando se analiza con detenimiento cada rama de la actividad económica y social cubana, se ve, en primer lugar, que todo, absolutamente todo, anda mal.  En segundo lugar, que cada actividad es “orientada, guiada y controlada” por el PCC.

Todos los cuadros que dirigen el país son miembros del Partido.  Son quienes se equivocan a diario y ocasionan graves problemas a la población, pero también quienes, mientras asuman una posición obediente y sumisa frente el Partido, tendrán la posibilidad de dirigir eternamente, en cualquier ramo, sin que importe su dominio de ninguna materia, y sí el hecho de estar “comprometidos con la revolución”.

Y es que esto de la ideología es lo más engañoso e innecesario que se ha inventado a la hora de gobernar.  Resulta evidente: no hace falta aferrarse a una ideología comunista ni a nada que se le parezca para ser un ciudadano ejemplar.

Si se desea ser un buen ciudadano, un excelente dirigente o, incluso, presidir un país, basta con actuar consecuentemente con los valores humanos, poseer una correcta educación, una inteligencia adecuada y, sobre todo, una voluntad sincera para actuar por el bien del pueblo.  Dentro de estos sencillos parámetros entra absolutamente todo lo bueno y lo noble.

En los “debates” que pude ver sobre la recién finalizada conferencia del Partido, un alto dirigente expresaba sentirse “profundamente preocupado” por el hecho de que miles de jóvenes cubanos con excelentes condiciones humanas y profesionales no quisieran ingresar en la Juventud Comunista.  Como si tal ingreso fuera atributo obligatorio para ser un ciudadano íntegro; ser “comunista”.

La cuestión está en que todo este tiempo es precisamente eso lo que se les ha hecho creer a los jóvenes de este país.  Casi ninguno, de hecho, tiene claro siquiera de qué se trata ese asunto del comunismo; pero como se dice y se repite que los comunistas son los buenos de la película, pues es ahí donde se ha de estar (se piensa, entre otras cosas, que para no quedar ubicado en el bando de los malos).  Si no se es comunista o revolucionario a la manera de ellos, a ellos no les va a importar cuán bueno seas en todo lo demás: serás de los malos y no podrás aspirar a ser parte de nada importante.

Asimismo, si se es vago, irresponsable, deshonesto, y a su vez se dice ser comunista y revolucionario, uno quedará en el bando de los buenos, de los que pueden llegar a ser flamantes cuadros dirigentes.  Cada pecado será perdonado las veces que sea necesario.

Corrupción, reconstrucción

No se puede hablar de eliminar la corrupción en un sistema cuyo único incentivo para trabajar es precisamente ese, la corrupción.  Un cocinero escolar, un gerente de hotel, un administrador de empresa y hasta un cuadro del Partido, todos esperan obtener beneficios adicionales a costa de la actividad que realizan, pues el sistema no deja otra opción.

Si se quiere comprobar hasta qué punto la corrupción sustenta el modelo social cubano, un buen experimento sería eliminar, aunque sea imaginariamente por un solo día y en un solo municipio del país, el fenómeno de la corrupción.  Entonces todo colapsaría.

Si mañana no hubiera corrupción en mi pueblo, Puerto Padre, varios pacientes morirían por falta de atención médica en el hospital.  Los médicos y las enfermeras no podrían viajar desde sus casas a las instalaciones de salud al no poder circular camiones de transporte dada la falta de petróleo que ciertos dirigentes sustraen de las instituciones estatales.  Miles de personas se quedarían sin comer, consumida la cuota racionada de la bodega y sin dinero para comprar nada más al no poder robar en sus centros de trabajo.  Pero no solo no tendrían comida.  Al no poder revender el aceite y la harina destinados al pan, muchos tampoco podrían vestirse, ni construir sus viviendas, ni apoyar a la “revolución”.

Si en lugar de un día estuviéramos un mes sin corrupción, los dirigentes (sobre todo los políticos, que dependen de los administrativos) adelgazarían, no tendrían fuerzas ni humor para agitar banderitas y empezarían a renunciar, no solo a sus cargos, sino también a sus “inquebrantables convicciones”.

Por otra parte, es verdad que incluso muchos de los que viven de la corrupción institucionalizada preferirían vivir de otra manera, obtener beneficios en correspondencia con su trabajo y rango social e intelectual, y así no deberle nada a nadie ni vivir con el susto en el cuerpo.  Pero en este sistema eso no es posible. Quienes son conscientes de que a la larga esta realidad trae consigo que jamás podamos tener un buen país, no tendrían problemas en darle la última patada en el trasero a este sistema si supieran que de verdad se va a acabar.  Mientras no sea así, prefieren seguir agitando banderitas, manteniendo a sus familias y hasta con suerte, viajando al extranjero para traer algo de bienestar en las maletas.

Muchos miembros de las instituciones e incluso algunos dirigentes son gente buena y trabajadora que se montó en la ola del sistema en algún momento de sus vidas.  Así me pasó a mí y a tantos más que han permanecido a cuestas con un compromiso del que no es sencillo desprenderse.

He conocido excelentes científicos y apasionados profesores que pertenecen al Partido.  La vocación de estos hombres no tiene que ver con la política.  Pero si no fueran del Partido, no podrían participar de proyectos importantes ni abrirse camino en sus terrenos.  Por tanto —según su enfoque—, les conviene llevar el brazalete rojo como llave de acceso a puertas que no se abren sino a gente de confianza.

Recientemente, Raúl Castro afirmó: “Las modificaciones que hoy realiza el país para la actualización del modelo económico están encaminadas a preservar el socialismo, fortalecerlo y hacerlo verdaderamente irrevocable”.

Dichas palabras significan hacer irrevocable la corrupción, la burocracia, el discurso vacío y la mentira constante.  Mientras más tardemos como pueblo en darnos cuenta de eso, más difícil será cambiar las cosas.  Más difícil será reconstruirnos todos.

Puerto Padre, Cuba. 21-02-2012

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