Es una realidad sencilla de explicar que el alto riesgo que implica invertir en empresas innovadoras lo corren quienes tienen capital suficiente para arriesgarlo en una iniciativa empresarial. Cuanto mayor es el capital disponible, mayor es el riego que el capitalista está dispuesto a correr. El resultado evidente es un progreso sostenido por avances científicos y tecnológicos.
Para correr grandes riesgos son indispensables los grandes capitales. La sociedad que no cuenta con empresarios capaces y dispuestos a correr grandes riesgos, se estanca. Se sumerge en la mediocridad.
Correr riesgos es una función resultante del grado de confianza que el consumidor, el empresario y el inversionista depositan en la sociedad en que viven y en los gobernantes que la dirigen. Por tanto, la economía se contrae y cae en recesión a medida que se evapora la confianza y disminuye en consecuencia la voluntad de correr riesgos.
El argumento de Keynes al respecto precisa que: "Fue precisamente la desigualdad de la distribución de la riqueza la que hizo posible esas grandes acumulaciones de riqueza invertida y de mejoras de capital que distinguen esa edad de todas los demás [refiriéndose a la Revolución Industrial]. La inmensa acumulación de capital invertido que, a beneficio de la humanidad, siguió un curso ascendente durante el medio siglo antes de la guerra [la I Guerra Mundial], nunca podrían haberse producido en una sociedad donde la riqueza hubiera sido dividida equitativamente" (The Economic Consequences of the Peace. New York, 1920).
¿Cuál es el motor que acelera el crecimiento de la riqueza en la sociedad si no es el éxito de los empresarios e inversionistas dispuestos a correr riesgos en la investigación y el desarrollo de empresas innovadoras?
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