Funcionamiento de un auténtico sistema capitalista

Un amigo que alababa el socialismo, el estado de bienestar y la responsabilidad del Estado de administrar el bien común, mientras tomábamos un café en un lugar de Miami, me señaló un elegante BMW que transitaba por la calle dónde estábamos y me lanzó esta pregunta: "¿Sabes a cuántas personas se les podría dar de comer con el dinero que costó ese auto?"

Era una pregunta capciosa destinada a desarmar mis objeciones a la necesidad de establecer un Estado capaz de controlar la economía para garantizar un alto grado de bienestar a todos sus ciudadanos. Pero le contesté: "¡Claro que lo sé!".

"Cuando la joven que va al timón lo compró, contribuyó a que muchas familias no les faltara el alimento, la ropa y la vivienda en Stuttgart, Alemania, donde lo fabricaron; seguramente habrá beneficiado también a otras que trabajaron en Japón para hacer las llantas; así como a los obreros que fabricaron los componentes internos en Guanajuato, México; o a los mineros que extraen el cobre en Chile para los cables eléctricos y a los otros que fabricaron los pesados camiones que en Chile transportan el cobre y también a quienes se ganan la vida como choferes de estos camiones. No me cabe duda que los ganaderos que vendieron el cuero de los asientos agradecerán a esa joven que haya comprado ese BMW; sin contar el beneficio que recibieron los vendedores de la agencia, los trabajadores que la mantienen en funcionamiento, y hasta las personas encargadas de la limpieza del lugar. Ten en cuenta también que esa joven pagó altos impuestos por la compra y que con ese ingreso el gobierno paga sueldos de policías, soldados, maestros, empleados públicos, funcionarios, etc."

Mi amigo no es economista y no sabe que a este proceso se le llama "el multiplicador del dinero" (muy similar al "multiplicador monetario" que permite a los bancos multiplicar la moneda circulante –mediante sus operaciones de crédito– partiendo de una cantidad de dinero inicial), porque todos esos beneficiados por el gasto inicial de la joven del BMW van a gastar también el dinero que han ganado gracias a la venta del auto en otros productos y servicios que van a servir a muchos más para satisfacer sus necesidades de alimento, ropa, vivienda y hasta de algunos lujos, gustos y viajes.

En otras palabras, cuando un obrero calificado de esa fábrica produce esos autos, el empleador le da un salario por su trabajo. Digamos que gana $50.000 al año. De estos dedica $20.000 para comprar alimentos en las tiendas y el resto para otras necesidades. Los tenderos reciben los $20,000 y gastan $16,000 en surtir y reaprovisionar sus tiendas. Las distribuidoras tomarán de esos $16,000 digamos que $13,000 para pagar las mercancías que necesitan de los fabricantes, y estos a su vez utilizarán $10,000 de lo recibido para pagar a sus obreros. Como puede observar el lector, de los $20,000 que el primer obrero empleó en alimentos, el dinero se ha multiplicado hasta un total de $39,000 en pago de los productos y servicios de las empresas de tenderos, distribuidores y fabricantes, quienes a su vez han guardado beneficios que suman $10,000 más. 

Otro ejemplo más sencillo que implica el crédito bancario lo podemos revisar en la imagen de la izquierda.

Estos son los bienes producidos y adquiridos gracias al trabajo honesto y, en la función bancaria, gracias al mecanismo crediticio. Este proceso, además, brinda a todos la capacidad de experimentar la dignidad del trabajo honesto por haber producido algo o haber servido en algo a lo que el comprador, el cliente o el patron le dan valor y pagan por tenerlo o disfrutarlo.

Por el contrario, la limosna roba la dignidad y la autoestima de las personas; dar algo a alguien a cambio de nada, regalarle un beneficio por el que no hace esfuerzo alguno, es colocarlo en un estado vicioso de dependencia. Esto no quiere decir que no reconozcamos que hay mucha ambición y avaricia en este mundo en que vivimos en medio de un verdadero desprecio por los más necesitados, que no son los aprovechados que quieren vivir sin trabajar o haciendo que trabajan, sino los que se encuentran en grave desventaja por alguna circunstancia adversa e inevitable de la vida. Pero la solución no consiste en "regalar" a costa de los demás, como hace el Estado socialista, sino en adiestrar y capacitar a los que aspiran a ganarse honestamente la vida y pueden hacerlo, y aliviar el sufrimiento de quienes han caído en desgracia por una razón u otra. Lo que se regala no produce ningún valor, no fomenta el progreso individual ni el de la nación, pero tampoco podemos volver la espalda a quienes de verdad lo necesitan y sólo pueden sobrevivir o llevar una vida digna mediante la asistencia del Estado.

En otras palabras, la obligación de todo gobierno es desarrollar un capitalismo en libertad y con justicia social. Su obligación primordial es el bienestar de su pueblo, pero mediante una política que implique la obligación de todos a poner hombro con hombro en el progreso de la nación, al tiempo que garantiza que quienes caigan en desgracia cuentan con el apoyo generoso de sus conciudadanos mediante programas ponderados de rehabilitación y asistencia social.

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