Dinero virtual, déficit comercial, deuda pública y política comercial de Trump

El dinero ha estado perdiendo su valor intrínseco
durante los últimos 40 años.
Hoy en día es solo papel moneda,
sin más valor que la confianza
que uno pueda tener
en el gobierno que lo manipula.
En el pasado, el valor del dinero se basaba
en la cantidad de reservas de oro,
pero también en su convertibilidad
a monedas y / o lingotes de plata.

Todo comenzó con la arquitectura monetaria de Bretton Woods, acordada en julio de 1944 durante una reunión de tres días en esa localidad de New Hampshire, Estados Unidos, cuando los aliados anticipaban la victoria total contra Alemania y En Bretton Woods, 1944Japón y acordaron la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI) y otros temas cuyo objetivo principal era la reconstrucción  de las bases industriales europeas y japonesas devastadas durante la Segunda Guerra Mundial. 

Sin embargo, los antetelones de esos acuerdos se remontan a medio siglo, cuando se creó un banco central de Estados Unidos que fue nombrado engañosamente como “Reserva Federal” (más conocida como "The Fed") el 23 de diciembre de 1913. Es un hecho también que, con mucha anterioridad, el llamado “Banco de los Estados Unidos”, fundado por el Congreso en 1791, y el “Segundo Banco de los Estados Unidos”, creado en 1817, se habían disuelto en 1811 y 1836 respectivamente, ante una patente resistencia a crear un sistema centralizado. Por lo tanto, desde 1836 hasta 1913 –que notablemente fue un período de gran prosperidad e invenciones–, los Estados Unidos no tenían un banco central. En consecuencia, los arquitectos de la creación de la Reserva Federal en 1913 tomaron esto en cuenta para disfrazar sus intenciones mediante la adopción de un nombre tan anodino.

Cualquier banco central tiene tres funciones principales, entre otras: 1) emplea contrapesos de riesgo en el sistema cambiario; 2) hace prestamos; y, 3) crea dinero. Aparte de otras funciones adicionales, estas son las tareas principales de The Fed. La última es la más inquietante. Fue precisamente esta arquitectura económica desarrollada y fortalecida por The Fed en los Estados Unidos, la misma que se elaboró en Bretton Woods (con variantes insignificantes) en la creación de una organización internacional concebida para administrar una economía mundial.

Una vez más, tal creación de un banco central mundial se denominó con el eufemismo de Fondo Monetario Internacional (FMI) para engañar a la gran mayoría de los menos informados sobre el hecho de que lo que se estaba construyendo era una economía global, apuntando al objetivo ulterior de un eventual gobierno mundial.

Para disipar posibles sospechas e inquietudes, el FMI inicialmente se limitó al papel de prestamista al estilo de cualquier otro banco central, una función que creció en una época cuando la mayoría de las monedas principales tenían tipos de cambio fijos con respecto al dólar, la moneda que fungía como la principal moneda de reserva (divisa) del mundo. En este rol, cuando surgieran déficits comerciales o fugas de capital, que causaban problemas de balanza comercial y de balanza de pagos, el FMI podría aprobar la devaluación para aliviar el problema o, de ser posible, resolverlo, con la esperanza de que el país involucrado realizaría los cambios necesarios en sus políticas para mejorar la competitividad de sus exportaciones, incluida la reforma del mercado laboral y la reducción de sus costos, y la disciplina fiscal para reducir las tendencias inflacionarias. Sin embargo, la mayoría de los efectos secundarios de estas políticas quedaban ocultos porque, aunque la devaluación puede mejorar la competitividad, también impone grandes pérdidas a los inversores en los mercados locales y causa abrumadores apuros financieros a los prestamistas.

El auge arrollador de los SDRsEn consecuencia, el FMI dio otro paso de enorme importancia con la creación de los Derechos Especiales de Giro (DEG) o Special Drawing Rights (SDRs) en inglés. De nuevo, otra pantalla para ocultar la creación de una moneda mundial. De hecho, una movida para darle al FMI lo que constituye su mayor poder: la capacidad de crear dinero. Esto ha abierto las puertas al FMI para que evolucione de un prestamista basado en cuotas a un prestamista apalancado de último recurso, tal como funciona la llamada Reserva Federal (The Fed). Eso significa la terminación de una época en que los países utilizaban un sistema de reservas previamente depositadas para inaugurar otra en la que se integraron en un nuevo teatro que permtía a las élites monetarias globales resolver los problemas de la deuda soberana utilizando un medio inflacionario (la creación de dinero), que a su vez permite a los gobiernos individuales ignorar o incluso negar muchas de sus propias responsabilidades políticas.

De este modo, el DEG se ha convertido en una moneda de reserva (divisa) cuyo valor de cambio se calcula en referencia al dólar y una cesta de otras monedas que incluyen principalmente el yen japonés, el euro y la libra esterlina del Reino Unido, todas ellas monedas que tampoco tienen un respaldo de valor tangible. En su nuevo rol, la nueva capacidad de prestamista del FMI se utilizó principalmente para “rescatar” la economía en quiebra de algunos miembros de la zona euro: Irlanda, Islandia, Portugal, Grecia y Chipre. Para poder hacerlo, el FMI argumentó sobre la necesidad de fondos extraordinarios en ocasión de la Cumbre de Líderes del G20 reunida en Londres en abril de 2009. Se comprometieron a ampliar en $750 mil millones la capacidad de préstamo del FMI, con fondos obtenidos de entre sus miembros más desarrollados.

Si bien los mayores compromisos provinieron de la Unión Europea en su conjunto y Japón ($100 mil millones cada uno), de China ($50 mil millones) y de Brasil, India, Rusia, Canadá, Suiza y Corea del Sur ($10 mil millones cada uno), el Presidente Obama envió cartas a los líderes del Congreso solicitando otros $100 mil millones de apoyo al FMI. La carta buscaba tranquilizar al Congreso de que el dinero era "un préstamo" al FMI y no debería considerarse un gasto, sino una inversión que no tendría impacto en el déficit presupuestario de los Estados Unidos. Además, la carta del presidente Obama también pedía "una asignación especial única de activos de reserva DEGs creados por el FMI ... que aumentarán la liquidez global", poniendo así francamente al descubierto la capacidad del FMI para "imprimir" o, más bien, crear dinero mundial. Lo que no dijo fue que con esta multimillonaria asignación al FMI, el dinero de los contribuyentes estadounidenses se usaría para rescatar a los burócratas griegos que se jubilaron a los cincuenta años con pensiones de por vida, así como a otros intereses extranjeros edificados sobre un excesivamente generoso sistema de bienestar, mientras que la inmensa mayoría de los estadounidenses deben trabajar hasta después de cumplir los setenta para que, después de su jubilación, el presupuesto familiar alcance hasta el fin de mes. Por supuesto, ese fue solo un aspecto de las políticas socialistas derrochadoras seguidas por esos países (y por otros, como Italia, España y Polonia) durante muchos años de gastos crecientes que resultaron en un gran endeudamiento precursor de la crisis mundial que acabó estallando en 2008 y 2009.

Además, es importante subrayar que la carta del presidente Obama al Congreso no ocultó el hecho de que la nueva financiación incluía también un acuerdo conjunto destinado a aumentar la proporción de votos asignados a China en el FMI (a cambio del apoyo de $50 mil millones) y para forzar grandes ventas de oro por parte del FMI, dando como resultado precios mucho más bajos del oro justo en un momento en que China estaba lista para comenzar a comprar de forma encubierta grandes cantidades de ese metal precioso (operaciones que quedaron ocultas para el público mundial, aunque eran bien conocidas por los principales gobiernos). Como resultado de todas estas manipulaciones, China se convirtió en 2014 en el país con el cuarto depósito de oro más grande del mundo, justo después de Estados Unidos, Alemania ... ¡y el FMI!

De este modo, el dinero se ha convertido en una especie de espejismo financiero estructurado para facilitar el crédito y cubrir una deuda cada vez mayor y más generalizada que, en los últimos tiempos, ha gravitado cada vez más sobre los Estados Unidos. Esta solvencia crediticia ha convertido a los Estados Unidos, por mucho, en el más importante país importador del mundo, con déficits crecientes en la balanza de pagos y la balanza comercial, principalmente en beneficio de China, México y de la Unión Europea.

La política ideal de libre comercio se ha aplicado durante demasiado tiempo en una sola dirección cuando se trata de exportaciones a los Estados Unidos, mientras que los subsidios se otorgan a los productos que compiten con los de Estados Unidos o la competencia de esos productos se establece mediante una moneda artificialmente devaluada, además de las tarifas o los aranceles encubiertos que se aplican a las importaciones procedentes de ese país.

Ante esta realidad, el Presidente Trump está intentando una política de comercio exterior para remediar el grave problema de la inmensa deuda pública y la creciente deuda externa que gravitan sobre su país y que amenazan con enterrar la economía de Estados Unidos, tarde o temprano. No obstante, es una política bastante impopular porque implica ciertos sacrificios y debe estar debidamente respaldada por medidas de austeridad adecuadas y acuerdos comerciales renegociados. Eso no va bien con viejos amigos de conveniencia en Europa, Canadá, México y otros lugares, en particular con ese adversario engañoso y poderoso (si preferimos no llamarlo enemigo) que es China. La pérdida de sus privilegios en el comercio exterior con los Estados Unidos representa el final de una bonanza que ha sido promovida durante demasiado tiempo por aquellos que buscan sus propios objetivos políticos o financieros para desarrollar una economía mundial que abrume la política económica soberana de los países a favor de los intereses comerciales, corporativos y financieros que se manejan a nivel global, articulándose en un verdadero sistema supranacional.

En algún momento durante su gobierno, el Presidente Obama expresó su supuesta voluntad de "arreglar el TLCAN (NAFTA en inglés) para que funcione para los trabajadores estadounidenses". Incluso el economista de tendencia socialista Joseph Stiglitz argumentó que: "Estos no son acuerdos de libre comercio en ningún sentido del término", sino que "realmente son acuerdos de comercio ventajoso ... los cuales Obama dice que quiere volver a negociar". Sin embargo, no fue hasta la renegociación de Trump que ese "acuerdo de comercio ventajoso" del TLCAN fue abolido en favor de uno más equitativo, a pesar de la fuerte oposición que encontró para lograrlo, notablemente incluida la del propio Stiglitz.

Con una moneda virtual, prácticamente falsa porque es solo papel, promesas y deuda, y el hecho de que el comercio mundial no es tan libre como debiera para beneficio de todos, eran muy necesarias y urgentes las medidas drásticas para remediar la situación. Una auténtica política de libre comercio consiste en eliminar la discriminación contra las importaciones y exportaciones. Los compradores y vendedores de diferentes economías pueden comerciar voluntariamente sin que un gobierno aplique tarifas, cuotas, subsidios, prohibiciones de bienes y servicios o monedas devaluadas artificialmente. La vociferante "acusación" que otros gobiernos y una gran parte de los medios de comunicación hacen pesar sobre el Presidente Trump como “proteccionista” de la peor especie, no tiene en cuenta todas estas irregularidades que han tenido y todavía tienen lugar en un comercio mundial en el que ha medrado un verdadero proteccionismo encubierto.

Los economistas generalmente están de acuerdo en que el verdadero comercio libre elimina las ineficiencias y las desigualdades, recompensando la innovación y beneficiando a todos con bienes y servicios más baratos. Pero para que funcione, tiene que ser una avenida de ida y vuelta. Además, la política monetaria inflacionaria y el resultante endeudamiento desenfrenado que están llevando al planeta al borde del abismo económico y financiero, sólo pueden remediarse fijando el valor de las monedas a un patrón de reservas tangibles de oro y plata que obligue a los gobiernos a limitar sus gastos según el valor real de su moneda o a verse desenmascarados ante sus ciudadanos cuando una política de derroche presupuestario provoque agudas devaluaciones de su moneda y del poder adquisitivo de sus votantes.

Habrá que apretarse el cinturón, pero salvaríamos al mundo de una espantosa quiebra y una subsecuente y profunda depresión económica, con la miseria generalizada que semejante derrumbe provocaría.

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