El mercado mundial del "oro negro", como se ha calificado al petróleo por su influencia decisiva en el equilibrio comercial del mundo en que vivimos, ha dado y sigue dando un vuelco tan importante que el foco de la política internacional se está alejando cada vez más de los grandes exportadores tradicionales para concentrarse en el más poderoso de los grandes consumidores, los Estados Unidos. Literalmente, podría decirse que el coloso del Norte ha tomado la sartén por el mango.
De conformidad con la Administración sobre Información de Energía (EIA en inglés), Estados Unidos ha superado claramente a Rusia y Arabia Saudita como el mayor productor de petróleo del mundo. Este notable acontecimiento está sucediendo ahora mismo, a lo largo de este año 2018. Lo más significativo es que las proyecciones para 2019 ponen a Estados Unidos todavía más lejos al frente de los mayores productores.
Estados Unidos es también el mayor consumidor de petróleo del mundo, seguido muy de lejos por otros países industrializados. Aunque todavía consume más de lo que produce, cada día se acerca más a la autosuficiencia y, de hecho, parte del crudo ya es producto de exportación de Estados Unidos a otros países, una tendencia que está creciendo exponencialmente desde 2016.
Esta novedad está manteniendo bajos los precios del crudo y se nota una tendencia a una baja todavía mayor en 2019, pese a la desastrosa caída de la producción del crudo en Venezuela, a las limitaciones impuestas a Irán y a que Iraq no ha logrado todavía alcanzar los niveles de producción anteriores a la Guerra del Golfo.
El resultado de esta tendencia es que dos grandes exportadores que dependen en gran medida de los ingresos del petróleo, el gas y sus derivados, Rusia y Venezuela, han visto reducirse drásticamente sus ingresos, con la perspectiva de verlos todavía a un nivel más bajo el año entrante. Los mayores beneficiados son los grandes importadores, Estados Unidos, China, la Unión Europea y Japón, en ese orden.
En otras palabras, en este nuevo mapa de redistribución de la riqueza, Estados Unidos es, de lejos, el gran beneficiado. ¡Y por partida doble! Porque se beneficia como consumidor, pero también como productor a bajo costo de casi 11 millones de barriles diarios, lo cual representa un formidable ahorro en el nivel total de sus importaciones. Este enorme auge de la producción se está produciendo gracias al procedimiento conocido en inglés como “fracking” (fractura hidráulica), el cual se ha topado con una poderosa oposición ambientalista, pero no ha logrado su objetivo debido al enorme éxito económico logrado con este procedimiento, que ha permitido que se convierta en el país de referencia mundial, desplazando a la otrora poderosa OPEP, que durante casi medio siglo había estado dictando los precios del petróleo mundial, pero últimamente se está convirtiendo en una nota de pie de página, alcanzando apenas el 30% de la cuota del mercado petrolero.
En su desesperación, la OPEP ha estado reaccionando desde 2016 con una táctica asombrosa por su irracionalidad económica. En vez de recurrir al clásico recorte de producción para obligar que la demanda logre aumentar y estabilizar los precios a un nivel superior, se lanzó a una guerra suicida tratando de mantener su ritmo de extracción, saturando al mercado y provocando en cambio la debilidad de los precios en estos últimos años. Esta estrategia fue impulsada con la esperanza de hacer quebrar a las empresas que utilizan el fracking y obligar así a que se desplome la producción en Estados Unidos. En realidad, el único país cuya producción se desplomó fue Venezuela, uno de los principales socios de la OPEP, y tanto Irán como Iraq siguen produciendo a niveles muy inferiores a su capacidad.
Sin embargo, la Agencia Internacional de Energía informó que sólo un 4% de las petroleras que utilizan el fracking se han visto afectadas por los bajos precios porque el resto pueden seguir produciendo con utilidades razonables mientras que el precio del crudo se mantenga por encima de US$40 el barril.
Por el contrario, la situación en Venezuela es trágica y el país atraviesa por una profunda crisis económica sin precedentes. A Rusia no le va mucho mejor, porque depende del petróleo y del gas para financiar casi el 50% de su presupuesto nacional. Ya desde fines de 2016 el Presidente Putin se había lamentado de los precios bajos y afirmó: “Es catastrófico”. La economía rusa ya había caído en recesión desde fines de 2014 y el rublo experimentó gradualmente una baja frente al dólar que alcanzó el 38%. Otro país que está atravesando una situación desastrosa por estos motivos es Irán, cuyo presupuesto depende en casi un 60% del petróleo y para equilibrarlo necesitaría que el precio del crudo subiera a bastante más de US$110 el barril. De hecho, esa y no las sanciones (que Europa le ha levantado desde hace algún tiempo) fueron la causa de la dura recesión que experimentó entre 2014 y 2017. Por otra parte, el levantamiento de esas sanciones está permitiendo un aumento gradual de su producción de crudo, haciendo que las proyecciones de los precios del barril para 2019 lleguen a niveles más bajos que en 2018.
Efectivamente, el gran ganador en esta pugna comercial es Estados Unidos, que ha logrado ya un grado de independencia energética que le hace menos vulnerable política, económica y militarmente, y le da un notable vuelco a las reglas del juego geopolítico internacional. Aunque China, la Unión Europea y Japón son también beneficiados por esta situación, se ven afectados por graves dificultades económicas, no han logrado salir del todo de la recesión que han padecido ya por casi 10 años y carecen además de autosuficiencia energética, la cual no se ve siquiera como una posibilidad futura.
Este tsunami petrolero está dejando a Estados Unidos indemne y beneficiado. No cabe duda que el equilibrio de poder global se está inclinando notablemente a favor del coloso del Norte. Su economía se beneficiará con una inyección adicional de varios cientos de miles de millones de dólares, lo cual está redundando ya en beneficio de sus ciudadanos, porque se calcula que basta que la gasolina baje proporcionalmente al precio pronosticado para el crudo en este período 2018/2019 que ya ha comenzado para que los consumidores lo perciban como un aumento real del 2% de sus salarios.