Escucho con demasiada frecuencia, entre cubanos y otros amigos, que “la política es algo sucio”. Que “todos los políticos son iguales de corruptos, de autoritarios, de mentirosos”. Incluso, que en las democracias “todos los partidos son iguales, no se puede votar por ninguno”.
Además, se dice que “la Iglesia no se debe meter en política”, que “los laicos cristianos no deben meterse en política”. Incluso, que hay laicos que “están marcados y señalados por estudiar, enseñar y aplicar la Doctrina Social de la Iglesia”. Aun cuando se enseña que la vocación y la misión de los laicos cristianos es vivir y proponer los valores, las virtudes y las soluciones de inspiración cristiana en todos los ambientes de la vida: familia, escuela, trabajo, economía, política, cultura, sociedad, relaciones internacionales, etc., solo se considera compromiso eclesial cristiano a los trabajos de los laicos dentro de la propia Iglesia. Peor aún, se consideran “raros” o “peligrosos” a los laicos que descubren el compromiso con lo cívico, lo político, lo económico como la vocación propia.
¿Qué es lo político, la política y los políticos?
Creo que una de las explicaciones del por qué se asumen estas actitudes en Cuba, y otros países autoritarios o totalitarios, es el miedo. Miedo a los problemas y riesgos que esta vocación trae a los que la asumen y a las familias, grupos o instituciones sociales y eclesiales a las que pertenecen estas personas.
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