A un año de las manifestaciones pacíficas del 11 y 12 de julio de 2021 se hace aún más urgente detenerse a tomar conciencia de lo que considero que es lo más importante de aquellos eventos, lo que más trasciende sus detalles o valoraciones: la voz del pueblo.
El 11J se ha expresado, con toda la transparencia que da la espontaneidad, la voluntad del pueblo cubano: libertad, cambio, patria y vida. Quizá ya lo sabíamos, quizá es claramente perceptible en la queja cotidiana en cada cola, en cada gestión, en cada esquina.
Quizá es público, notorio y contable, la oposición de un pueblo que emigra en éxodos masivos, permanentes sangrías de una nación herida.
Pero, todo esto puede quedar en la anécdota de algún conocido, en las desesperadas expresiones del vecindario cuando se repiten los apagones. Este malestar sordo, ese “hasta cuándo” rabioso, todo esto que cada día traspasa y zahiere nuestras vidas, puede quedar en lo local, en el ámbito de los cercanos, lo que no puede y no debe ser considerado ni local, ni parcial, ni reducido, es el clamor del pueblo a todo lo largo y ancho de Cuba, pacífico en su inicio y voluntad, con sus claras y unánimes demandas: libertad, cambio, patria y vida.
Definitivamente, las manifestaciones del 11 de julio de 2021 han dejado, claro y alto, la voluntad del pueblo cubano. Y el pueblo es y debe ser el soberano, aún en sistemas que este derecho y condición se le restrinja o se le niegue. “Vox populi, vox Dei”, la voz del pueblo es la voz de Dios. Este refrán refleja, con la sencillez de la sabiduría popular, la altura e importancia que, con el devenir de los tiempos, se le ha reconocido a la voluntad del único soberano. Esta es la base y el sentido de la democracia. Hoy, los jóvenes podrían expresar esta misma realidad con otra frase más contemporánea: “la voz del pueblo llega a nivel Dios”. Es decir, debe ser escuchada y respondida al más alto y sagrado nivel.
Respuesta equivocada
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