A finales de los años 60, siendo estudiantes en el Tec. de Monterrey, dos amigos y yo alegremente nos dirigíamos a nuestra tierra a pasar las vacaciones de Navidad siguiendo en auto la ruta de siempre. De Monterrey a Laredo para luego tomar la carretera que, a través de Texas, Nuevo México y Arizona, bordeaba la línea divisoria entre los dos países hasta llegar a Nogales y penetrar Sonora.
El primer día de jornada anochecía cuando llegamos a un pueblo de Texas. Ahí decidíamos hacer una parada para cenar y escogimos un restaurant que nos pareció agradable. Tomamos una mesa y fue cuando nos dimos cuenta de un gran letrero que rezaba: “No se admite negros ni mexicanos”. Pero lejos de sentirnos ofendidos o temerosos nos provocaba una risa incontrolable. Mis dos compañeros, curiosamente, ambos cargaban el sobrenombre de “chino”. Uno de ellos riendo me dice: “No hay problema, tu pareces gringo y no dice nada de los chinos”. Ordenamos y luego de consumir la cena nos retiramos sin incidentes.
Sin embargo, el evento nos había causado una multitud de sentimientos encontrados ante este fenómeno desconocido para nosotros. Pero, sin abandonar nuestra actitud de tomar a broma algo que nos parecía despreciable, iniciamos los comentarios. ¿Cómo era posible que en el país más desarrollado del mundo todavía existiera algo tan vil? Pero el futuro nos mostraría situaciones aún más viles atentando contra todo lo que representaba para nosotros una sociedad libre, desarrollada, moral, que supuestamente había ya abandonado las cavernas. Continuando con la broma comentábamos que habíamos pasado “el corte”. Término usado por los ganaderos al referirse a los becerros que los compradores gringos desechaban por no cumplir con la calidad de exportación, y nos seguíamos riendo pues al no ser rechazados podíamos libremente pastar en estos potreros.
- Hits: 2053