Mijail S. Gorbachov: Osado en la Tormenta

Julio EscotoMaravilla morir y que lo recuerden a uno admiradores y detractores, que la gente discuta tus ideas, polemice tu obra, te convoquen a cielo o infiernos. Pues no otra situación se ha dado con la partida al cosmos de Mijaíl Serguéyevich Gorbachov, abogado y político ruso que ocupó los más altos cargos de la plataforma soviética y que sin embargo en el fondo fue socialdemócrata, partido disuelto en la URSS de 2007 y al que se consideraba, tras la revolución de Octubre, mediatizador de las ideas socialistas y por ende reaccionario. Gorby, cual lo apodaban, asciende al Politburó como secretario general del Partido Comunista en 1985 e intenta recomponer la atrasada economía del país.

Comienza proponiendo una aceleración, para socializar luego los términos glasnost (liberalización, apertura, transparencia) y perestroika (reconstrucción, como quien dice Refundación).

Algo influyó la China de Mao Zedong, quien imaginaba que haciendo ricos a los campesinos Mijail S. Gorbachovaceleraría la financiación del Estado, por lo que la Perestroika era para ciertos rusos como un “socialismo capitalista”, valga sólo por razones explicativas este imposible matrimonio, engendro político. Pero es que aquello acontecía en una nación terriblemente dividida entre quienes detestaban o respaldaban al socialismo (autoritario, excluyente, fracasado en el manejo de recursos humanos y materiales), a la cola de otras comunas del orbe (nórdicas, por ejemplo), horriblemente militarizado y con una cúpula dirigente que aspiraba parecerse a dios.

Tal fue el llamado socialismo “real”, con grandes y escasos logros y que, comenzando por Stalin, es el más grave daño que se haya hecho a la expectativa marxista a lo extenso de un siglo. Gorbachov fue el valiente inaudito que se enfrentó a la anquilosada máquina que era su país, si bien careció de éxito definitivo. Su mente reformista planificó una nueva URSS pero la URSS implosionó y desapareció ante su vista en diciembre de 1991. La Generación Komsomol que lo seguía fue apartada del ruedo y viejos conservadores (Yeltzin) retornaron al poder.

Explicó él cierta vez: “nuestro país estaba enfermo. Hoy estoy convencido de la razón histórica de los cambios iniciados en 1985. Acabamos con la Guerra Fría, se detuvo la carrera armamentista y la demente militarización del país, que deformó la economía, nuestra conciencia social y nuestra moral”. Supo navegar, a saltos y vacilaciones, dentro de la tormenta. Fuera de polémica es admirable. Conmovió al siglo XX desactivando los fusibles de la guerra nuclear. Tuvo valor para enfrentar a derechas e izquierdas de su país y el orbe en consecución de su objetivo transformador sin dejar de hablar, explicar, convencer cada vez que se lo exigían, digno pero con humildad, como Mandela.

Le oponían frente varios de los más vulgares líderes de época: Reagan, Bush, como cuando Morazán encaró a Carrera en el siglo XIX, es decir con el valor de una propia y revolucionaria convicción moderna, dispuesta a cambiar un mundo que ni comprendía su propio proceso civilizador.

Tras fallecer su esposa Raísa en 1999, que lo acompañó por 46 años, testamentó que lo sepultaran en el cementerio Novodévichi de Moscú, donde reside quizás feliz ya que ve al futuro y descansa.

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