Es reconocida la tendencia en los regímenes de corte autoritario de manipular para su beneficio la historia patria, pretendiendo construir identidades con el nuevo orden político que ambicionan justificar, aun cuando la población los detesta manifestando su agobio frente a los relatos e interpretaciones torcidas de los eventos que han conformado el alma nacional.
En el caso venezolano la personalidad y legado del Libertador Simón Bolívar es motivo del culto de mandatarios y políticos de todo género, quienes aspiran en forma arbitraria representar su continuidad mientras que otros lo incluyen en su árbol genealógico como pariente cercano.
En ese contexto es conocida la anécdota de Juan Vicente Gómez quien habiendo nacido un 24 de julio de 1857 en plena agonía encargó a sus deudos extender su fallecimiento al 17 de diciembre de 1935, aun cuando expiró un 14 de diciembre en su amada Ciudad Jardín Maracay. Total, la historia le asignó su sitio, si bien es cierto acabó con las montoneras del siglo XIX nadie lo reconoció como un segundo libertador, por el contrario, fue señalado por su cruel tiranía que retardó la entrada de Venezuela a la modernidad del siglo XX hasta 1935.
La épica del pueblo venezolano no tiene límites ante un régimen que no ha cesado durante los 26 años en el poder de enrostrarle diariamente quien tiene el control, y las consecuencias de quien se atreva a desconocerlo demostrándolo con los miles de presos políticos y los asesinatos cometidos bajo la égida del Socialismo del siglo XXI.
El relato autoritario pretende impregnar a la población de su invencibilidad histórica, que hará imposible algún cambio en la silla presidencial, reafirmando en cada arenga que nada evitará su permanencia en el mando per sécula seculorum.
En esa dirección recordamos las descalificaciones del conspicuo difunto ministro José Vicente Rangel ante las masivas movilizaciones de 2002-2003 al señalarlas como virtuales, para solo reconocer las contramarchas del chavismo como las reales, las de la oposición solo reunían a los “escuálidos” y a la clase media entre tanto las oficialistas representaban al “bravo pueblo”.
Cuando vemos las elecciones contemporáneas en países donde se vota libremente, reafirmamos que no existen sistemas electorales perfectos, siempre habrá cuestionamientos sobre todo del perdedor en la contienda, quien trata de justificar la derrota no convalidando el triunfo del adversario. Así también observamos casos donde priva la gallardía del vencido al reconocer la victoria del favorecido por el voto popular.
En América Latina pudimos conocer los resultados recientes de los procesos electorales en Ecuador, Uruguay, Paraguay, México, entre tanto en Europa las elecciones en Rumania, Georgia, aun cuando su desarrollo fue disímil se identifican elementos claves que las caracterizan, el primero el fundamental la calidad del arbitro electoral y del poder judicial al reconocerse niveles de credibilidad por su autonomía, y el segundo vienen precedidos de consultas electorales donde ha participado masivamente la población.
En todos estos eventos el voto se ejerció como instrumento de cambio cuando existe al menos una mínima posibilidad de derrotar a un gobierno indeseable, veamos el sonado caso del dictador Alberto Fujimori, el 9 de abril de 2000 se celebraron elecciones generales en Perú, con una segunda vuelta de las elecciones presidenciales el 28 de mayo. Las elecciones fueron muy controvertidas y se consideró ampliamente que habían sido fraudulentas.
Como en el conjunto de la sociedad venezolana cada sector vive su calvario, siendo en particular los trabajadores y el entorno familiar el componente más numeroso de la población, el más afectado por las políticas económicas de un proyecto político que ha devastado durante el siglo XXI la condición de vida de los habitantes.
En el contexto del día internacional del trabajador de 2025 es oportuna echar una mirada al retrovisor del andar del sindicalismo venezolano, reconociendo que ha sido una tarea dura sobrevivir a 26 años de gestión chavista cuya administración no tiene en su prédica el reconocimiento a la libertad sindical, por el contrario, considera que el sindicalismo es la “correa de transmisión de los valores de la burguesía en la clase obrera”. Esto como excusa para promover desde el Estado una ofensiva brutal y salvaje contra el salario, pensiones, contratos colectivos, la función pública, la seguridad social, condenando al trabajo como primordial actividad humana a la precariedad absoluta y como consecuencia explotar la mano de obra calificada como la más barata de América Latina.
Ahora bien, nuestra preocupación se centra en el accionar sindical en este primer cuarto de siglo, plasmado cada primero de mayo tanto en la región capital como en el interior del país, donde resalta la división permanente en las filas sindicales al convocarse movilizaciones en sitios diferentes y por otro lado en la monotonía del discurso centrado solo en el aumento salarial y el cumplimiento de los contratos colectivos, ante un estado dictatorial que aborrece, reprime los derechos laborales e ignora las exigencias gremiales y sindicales.
¿Qué hacer entonces?
Primero, considerar la realidad sindical y gremial actual, al reconocer que no existe ninguna central sindical de envergadura nacional, en la actualidad sobreviven franquicias históricas, comenzando por la misma CTV, y luego CODESA, CGT, CUTV, igualmente han surgido intentos en el caso de la UNETE y ASI durante el siglo XXI, quienes no alcanzan todavía el rango con la jerarquía de central sindical como lo fue la CTV durante el siglo pasado. A este cuadro crítico se añade un archipiélago de corrientes y coaliciones sindicales que surgen y desaparecen al ritmo de las escaramuzas y refriegas propias del mundo sindical en su relación con los partidos políticos y la preminencia de los egos de cada factor.
En la antesala del Primero de mayo 2025, es oportuna una mirada a la situación de las relaciones de trabajo de cada país, sobre todo en un contexto marcado por tantas turbulencias en el mercado, siendo el caso venezolano de extrema gravedad por extenderse a lo largo del siglo XXI el prolongado deterioro del trabajo digno.
Hoy tomamos como referencia el contrato colectivo más añejo de los trabajadores venezolanos, bien sea en el sector público como en el sector privado, como es el referido al petrolero que durante 80 años ha marcado la ruta de las aspiraciones de los diferentes movimientos sindicales.
Es de destacar que el nivel de preocupación afecta a todos los sectores laborales de las diferentes empresas básicas de Guayana, telecomunicaciones, eléctricas, de ministerios, de los diferentes gremios universitarios, quienes han sufrido la conversión de sus convenios colectivos en un rosario de cláusulas incumplidas, reflejo triste de otra época cuando en las relaciones de trabajo existía el diálogo social hoy extinguido.
En efecto siendo el pionero de la contratación colectiva en nuestro país al cumplirse próximamente en junio de 2025 el 80 aniversario de la firma de la primera acta laboral, preámbulo del primer convenio colectivo acordado un año mas tarde en 1946, conoció su mayor auge con la firma del IIIer. Contrato en 1960 con acuerdos trienales que fortalecían las condiciones de trabajo en el sector.
En realidad era todo un acontecimiento en los estados petroleros del país donde sus comunidades seguían las negociaciones por los medios impresos, al publicarse las cláusulas aprobadas semanalmente, cuyo contenido garantizaba la permanencia de los comisariatos donde se expendían artículos de la dieta alimentaria a precios congelados del mercado de 1946. Con un marrón (100 bs). compraba el trabajador toda la ficha del comisariato suficiente para la cesta alimentaria mensual.