La VII Cumbre de las Américas que concluyó a mediados de abril tuvo un cierto número de componentes, algunos de los cuales son más visibles que otros.
Es evidente que los medios de comunicación enfocaron primordialmente la reunión concertada entre el Presidente Barack Obama y el dictador cubano Raúl Castro. El espíritu de esta reunión provocó optimismo. Raúl Castro libró a Obama de todos los “pecados” cometidos por los Estados Unidos contra Cuba y elogió por primera vez a un Presidente norteamericano mencionando su origen humilde.
Este histórico encuentro fue también el eje central de los discursos pronunciados por muchos de los 35 presidentes de América Latina que acudieron a la Cumbre. La Presidenta brasileña Dilma Rousseff calificó de valientes a ambos presidentes y definió el embargo contra Cuba como perjudicial para el pueblo cubano y para las relaciones interamericanas. A Rousseff no le preocupó la profunda miseria en la que Cuba se encuentra como resultado de sus sistema comunista ni tampoco las actividades subversivas que desde 1960 han sido fuente de división en las Américas y no de colaboración.
Obama confirmó la visión de Rousseff (y la de Castro) cuando señaló en un discurso pronunciado ante el Foro de la Sociedad Civil que: “Han terminado los días en los que la agenda hemisférica de los Estados Unidos asumía que mi país puede injerirse con impunidad … Al iniciar los Estados Unidos un nuevo capítulo de sus relaciones con Cuba, esperamos que esa iniciativa nos conduzca a un entorno en el que mejoren las vidas de los cubanos”.
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