Érase una vez…
Una gata que se enamoró de un hermoso joven y rogó a la diosa Afrodita que la convirtiera en mujer. La diosa, compadecida por el deseo de la gata, la transformó en una hermosa doncella, y el joven, prendado de su hermosura, se casó con ella. Pero, la noche de bodas, Afrodita quiso saber si la gata, ahora mujer, había mudado su carácter, por lo que soltó un ratón en la alcoba. Y la gata, olvidándose de su condición de mujer, se levantó del lecho y persiguió al ratón para comérselo. Entonces, la diosa, indignada, la devolvió a su estado original, convirtiendo a la mujer de nuevo en gata.
Con esta fábula, el filósofo griego Esopo quiere decirnos que “El cambio de estado de una persona, no la hace cambiar sus instintos”, y el sabio refranero popular lo traduce como: “Genio y figura hasta la sepultura”. O también: “Aunque la mona se vista de seda, mona se queda”.
¿Por qué ese afán de vestir a la mona de seda? me pregunté, cuando vi, incrédulo, el desfile de Chanel en La Habana. El chándal de la marca Adidas, que desde hace años luce Fidel Castro, quedaba opacado por la chaqueta con brillantes del zar de la moda, Karl Lagerfel, y la boina de la supermodelo brasileña, Gisele Bündchen, aunque sin la estrella que adornaba la del Che Guevara en la famosa foto de Alberto Korda.
¿Acaso se puede disfrazar la vileza con glamour? ¿Es que se puede envolver en papel de regalo, como si fuera una caja de bombones, el Código Penal vigente en Cuba, que castiga brutalmente toda forma de disidencia?
¿Se puede conjugar la represión y la falta de libertades con la alta costura? ¿Son compatibles, el desfile de las Damas de Blanco por la Quinta Avenida, con el desfile de modelos de Chanel, por el Paseo del Prado?
Giusepe Tomassi de Lampedusa pone en boca de Tancredi, uno de los personajes de su libro, “El Gatopardo”, esta frase dirigida a su tío Frabrizio, príncipe Salina: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”.
En ciencias políticas se llama “gatopardista” o “lampedusiano”, al político que inicia una transformación revolucionaria, pero que, en la práctica, sólo altera la parte superficial de las estructuras de poder, conservando intencionadamente los elementos esenciales de esas estructuras. Raúl Castro se parece mucho al Tancredi lampedusiano, porque parece querer cambiarlo todo, pero su intención es que todo siga igual.
Cuando llegué a La Habana, a principios de 2005, como corresponsal de Televisión Española, todo estaba más claro o, para ser más exactos, todo parecía menos confuso. No había fuegos de artificio. El glamour, por decirlo así, lo ponía Fidel Castro, con su sempiterno uniforme verde olivo, y los desfiles, no los dirigía Karl Lagerfeld, sino el propio dictador, en el Malecón, frente a la entonces Oficina de Intereses de Estados Unidos, hoy embajada.
Claro que entonces se llamaban “Marchas del pueblo combatiente”.
Las otras marchas, las de las Damas de Blanco, eran reprimidas sin piedad, y los conciertos, como los del grupo “Porno para Ricardo” no se parecían en nada a los de los Rolling Stones: terminaban con su líder, Gorki Águila, en la cárcel. Allí se encontraban los disidentes, los de la Primavera Negra de 2003, y otros nuevos, que se iban incorporando a las prisiones, sin solución de continuidad. En esa época, La Habana se caía a pedazos. Había cortes de luz, y la libreta de racionamiento era del todo insuficiente para cubrir las necesidades básicas de la población. Estados Unidos era el ogro imperialista, el culpable de todos los males del país, y los espías, los cinco, eran héroes. No había matices. Todo era blanco o negro.
Ahora yo me pregunto ¿Todo eso ha cambiado? ¿Todo forma parte del pasado?
Cuando fue nombrado sucesor, y con su hermano todavía de cuerpo presente, Raúl Castro inició una andadura propia. Como buen burócrata, sin retórica, pasito a pasito, convencido de que, para sobrevivir, la revolución necesitaba un lifting, sacó de la chistera un tarro de maquillaje, una barra de labios y un peine, y con paciencia oriental, no en vano le llaman “el Chino”, fue maquillando el cadáver de la revolución, hasta hacerlo casi irreconocible… irreconocible para los ingenuos que se dejan engañar por el fotoshop.
Y es que Cuba está de moda, y el espejismo de las reformas actúa como pantalla, para ocultar la realidad que viven o, mejor dicho, padecen, los cubanos. ¿Acaso son invisibles las personas que habitan en la isla? ¿Es que ya no tienen que robar o engañar para sobrevivir? ¿Ya no tienen que resolver?
Se especula demasiado sobre la naturaleza y los tiempos en que tardarán en implementarse las reformas, tantas veces anunciadas, como especulaban también los bizantinos, en el siglo XV, sobre el sexo de los ángeles, mientras los otomanos sitiaban Constantinopla.
¿Acaso están los turcos a las puertas de La Habana? Los turcos probablemente no, pero sí los cubanos, que desde hace más de medio siglo viven sitiados dentro de una fortaleza, comandada por un aprendiz de brujo, que está haciendo malabarismos, para contener las demandas de una población, acogotada por la penuria y la falta de libertades.
Los corresponsales extranjeros que trabajan en Cuba se enfrentan al dilema de hurgar en la basura o dejarse llevar por la corriente. Durante los cuatro años que pasé en la isla, sufrí todo tipo de presiones, para obligarme a edulcorar mis crónicas. A los censores no les preocupaba la crítica política, al fin y al cabo el gobierno cubano goza de no pocas simpatías en el mundo. Lo que realmente les molestaba, era la descripción, pura y dura, de las difíciles condiciones de vida del pueblo cubano. La vergonzosa situación de los hospitales, la precariedad de la vivienda, los cortes de agua y de luz, la escasez y mala calidad de los alimentos, la falta de transporte, y no digamos la prostitución, como vía rápida para acceder a bienes de consumo.
Todo eso eran temas tabú. No se podía hablar de ello, bajo amenaza de expulsión. La paradoja, es que en la actualidad, todos esos problemas siguen ahí, no han desaparecido, pero parecen no ser ya un conflicto para nadie. Sencillamente, no se habla de ellos. Se barren debajo de la alfombra.
Las primeras medidas “reformistas” anunciadas por Raúl Castro, provocaron un efecto parecido a la hipnosis. Como un hábil prestidigitador, cambió el pan y circo de los romanos, por licencias para trabajos por cuenta propia, teléfonos celulares, automóviles, viviendas y hornos microondas, a pesar de su elevado precio en pesos convertibles.
Pero los cubanos, después de tantas “prohibiciones absurdas”, lo celebraron jubilosos y más aún, el anuncio de nuevas promesas, entre ellas, la supresión de la doble moneda, la revaluación del peso cubano y el fin de la libreta de racionamiento, que en Cuba, y no deja de ser una ironía, se llama de abastecimiento.
Pero ya se sabe que de buenas intenciones está empedrado el infierno. Ocho años después, aquellas buenas intenciones siguen sin ver la luz, especialmente la supresión de la doble moneda, que no solo no se ha resuelto, sino que se ha enredado aún más, con la aplicación de distintas tasas de cambio.
Para Raúl Castro eso es causa de “una importante distorsión… que deberá ser solucionada a la mayor brevedad posible”. No será para las calendas griegas”, ha dicho el dictador, pero a este paso, el problema se solucionará para las calendas, es decir “cuando las ranas críen pelo”, porque en Grecia, a diferencia de Roma, no se dividían los meses en calendas.
La margarita de la dualidad monetaria es motivo de no pocas disquisiciones entre sesudos analistas, que no se cansan de debatir, sobre las consecuencias que tendría resolver ese problema, con una terapia de choque o, por el contrario, hacerlo por etapas.
Y mientras se discute, si son galgos o son podencos hasta que el Gobierno de la isla resuelva el enigma, los cubanos sufren las consecuencias de esa distorsión que les asfixia, porque reciben sus salarios en Pesos Cubanos, pero tienen que comprar en Pesos Convertibles prácticamente todo lo que necesitan, con un valor 25 veces mayor.
El salario mínimo en la isla es de 225 pesos cubanos, y el salario medio mensual es de 625, que equivalen, respectivamente, a 9 y 25 pesos convertibles. ¿Qué se puede hacer con ese dinero? ¿Qué podrían hacer ustedes con unos ingresos de 25 dólares al mes?
La suma de los productos de la “canasta básica”, subvencionados por el gobierno, es de, aproximadamente, 10 pesos cubanos al mes, pero es del todo imposible que una persona, sobre todo un jubilado, sin más recursos que su pensión, pueda subsistir todo ese tiempo, con unas pocas libras de arroz y frijoles, la comida básica de los cubanos, a los que se añaden unas onzas de pasta, café y sal.
La libreta subvenciona también 5 huevos por persona al mes. Y poco más por 10 pesos: un poco de aceite, otro poco de picadillo de soja, una pastilla de jabón… vamos, como si se acabara de salir de una guerra.
Fuera de la libreta, se pueden comprar determinados productos liberados, también en moneda nacional, pero los alimentos de verdad, la carne de res y el pescado, sobre todo, solo pueden adquirirse en pesos convertibles. Y aunque recientemente el gobierno bajó el precio de algunos productos básicos, estos siguen siendo muy elevados para los cubanos. Por ejemplo, un kilo de pollo congelado cuesta 2,35 pesos convertibles y medio kilo de leche en polvo, 2,65. Sólo esos dos productos suponen el 20 por ciento del salario medio mensual.
En el mundo en que vivimos parece absurdo hablar en estos términos. ¿Alguno de ustedes le ha dicho a un invitado que no puede hacerle una tortilla porque ya ha consumido sus 5 huevos mensuales? Los cubanos no viven en nuestro mundo. No entender eso, es como volver del revés el mito de la caverna de Platón, y aceptar que las personas que habitan en Cuba, encadenados y en sombras, viven en el mundo real y nosotros, por el contrario, en una realidad aparente.
Permítanme los lectores que les haga unas preguntas (que invito a responder en los comentarios al pie):
¿Alguno de ustedes ha visitado recientemente una casa de Centro Habana? Un gran número de ellas están apuntaladas para evitar el derrumbe y aun así, eso ocurre casi a diario, con un elevado número de víctimas mortales.
¿Saben que en los hospitales los enfermos tienen que llevar sus sábanas, su comida e incluso una botella de lejía como profilaxis, debido a las pésimas condiciones higiénicas, y que las infecciones en los quirófanos provocan un alto número de muertes? Les invito a que visiten, por ejemplo, el hospital La Balear, en San Miguel del Padrón. No está en Haití, sino en La Habana, la capital del país que publicita su sistema de salud como uno de sus mayores logros.
¿Se han enterado de que los enfermos de diabetes solo reciben, mensualmente, entre dos y cinco jeringuillas estériles de insulina de un solo uso, y que el resto de las que necesitan tienen que comprarlas en el mercado negro o hervir, como les recomiendan, las ya utilizadas? ¿Saben que la desesperanza está produciendo una estampida hacia Estados Unidos y que el éxodo hacia ese país se ha quintuplicado en los últimos cinco años? ¿Conocen la cifra de balseros que huyen a Estados Unidos por falta de permiso para viajar, a pesar de la tan aireada reforma migratoria, y perecen en el Estrecho de la Florida?
Todo eso ocurre, sigue ocurriendo, mientras los ojos del mundo están puestos en las reformas que se han implementado en los últimos años, aunque habrá que ver en qué medida se verán afectadas por lo que, eufemísticamente, Raúl Castro ha llamado “tensiones” y “circunstancias adversas”, provocadas, entre otros factores, por la crisis de Venezuela, que ha reducido sustancialmente los envíos de petróleo a la isla.
Las reformas por venir se discuten, exhaustivamente, en foros como este, pero siempre son más las preguntas que las respuestas, porque solo el gobierno de la isla tiene la clave de lo que va a hacer y cuándo.
¿Y los cubanos? ¿Qué papel juegan en todo esto? ¿Son ellos y sus circunstancias también objeto de estudio?
Permítanme los lectores parodiar a Shakespeare en “El mercader de Venecia” para decir: “¿Es que un cubano no tiene ojos? ¿Es que un cubano no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? Si nos pincháis ¿no sangramos? Si nos envenenáis ¿no nos morimos?”
Los cubanos no tienen vela en este entierro. Asisten, mudos, a la palabrería del gobierno y hacen lo que han hecho siempre bajo la dictadura: sobrevivir.
Y sobrevivir en los pueblos del interior es mucho más difícil que en la capital. Las condiciones de vida de millones de cubanos son penosas. Habría que utilizar la metáfora del escritor italiano, Carlo Levi, y decir que Cristo se detuvo en La Habana, porque más allá de la capital, los cubanos viven fuera de la Historia, doblegados por la pobreza.
Pero el gobierno, insensible a las privaciones de los cubanos, camina y camina hacia el precipicio.
Entre el rosario de lamentos por el incumplimiento de los planes económicos, en las recientes sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular sonaron voces de alarma, ante la posibilidad de que la situación se deteriore aún más y se produzca un estallido social, con la repetición de episodios de protesta en las calles, como los del Maleconazo de 1994. En previsión de incidentes el gobierno está afilando los cuchillos. Pero los focos, de momento, están puestos en el enorme plató cinematográfico en que se ha convertido Cuba para el mundo, y especialmente en las propuestas del VII Congreso del Partido Comunista, celebrado el pasado mes de abril.
Allí se discutió, esencialmente, lo que el Gobierno entiende como “conceptualización del modelo socioeconómico”, que en realidad no es más que la continuación de los llamados “Lineamientos de la política económica y social del Partido y la Revolución” presentados en el Congreso anterior, y que, como buenos propósitos se han quedado a medio cocinar.
La conceptualización ya va por la octava versión, y solo se han implementado el 21 por ciento de los 313 lineamientos; el resto, es decir, el 77 % se encuentra “en proceso”. A ese ritmo, costará décadas llevar los tan traídos y llevados lineamientos a la práctica. También la Zona Especial de Desarrollo de Mariel navega al pairo: de los 400 proyectos de inversión previstos, solo se han aceptado 11; dentro de un siglo, quizás se haya aprobado el resto.
El gobierno sigue mareando la perdiz y no parece tener miedo de que se le pase el arroz. Mientras tanto, mantiene el control sobre los medios de producción, lo que llama “el predominio de la propiedad de todo el pueblo”, aunque en los últimos 5 años el sector estatal mermó, del 81 al 71 por ciento, mientras que el sector privado y cooperativo se expandió.
El Gobierno de Raúl Castro confía en la nueva Ley de Inversión Extranjera para atraer capitales, autorizando la inversión foránea en todos los sectores de la economía, excepto en salud, educación, instituciones armadas y medios de comunicación. Pero hay mucha desconfianza por parte de los inversores, acerca de las garantías que recibirán sobre las propiedades adquiridas y la transferencia de las utilidades en divisas al exterior. La ley es muy ambigua en ese aspecto, ya que establece la libertad de los inversores de repatriar utilidades, siempre que no constituyan, cito textualmente, “un peligro para la soberanía de Cuba”.
Otro aspecto negativo, es que las empresas mixtas o de capital extranjero, seguirán sin poder contratar directamente a sus empleados; tendrán que hacerlo a través de entidades del Gobierno, encargadas de negociar el salario y otras condiciones de trabajo. Esa práctica ya se aplicaba con la anterior ley, y supone una vulneración de los derechos de los trabajadores, sin sindicatos libres que los defiendan.
No son pocas las discriminaciones que sufren los cubanos, sin que las nuevas leyes, las leyes de los tan cacareados cambios, corrijan. La actual Ley de Inversión extranjera permite invertir en Cuba a los cubanos residentes en el extranjero, pero no a los que viven en la isla. A ellos se les impide invertir en su propio país.
La directora ejecutiva de Archivo Cuba, María Werlau, presentó recientemente un Informe ante el Congreso de Estados Unidos para denunciar el repugnante negocio de tráfico humano que realiza el Gobierno de la isla, y que se ha convertido en su mayor fuente de ingresos: algo más de 8.000 millones de dólares, frente a los cerca de 3.000 millones que proporciona el turismo. Según informes oficiales, cito a María Werlau, “alrededor de 65.000 cubanos trabajan en 91 países, el 75% (aproximadamente 50.000) en el sector de la salud. Sus servicios son vendidos al exterior, y la mayor parte de sus salarios es confiscado por el gobierno cubano.”
Las violaciones de derechos laborales universales, que dicha práctica supone, infringe acuerdos internacionales suscritos por Cuba y por la mayoría de los países donde laboran los trabajadores de exportación, incluyendo convenciones y protocolos contra la trata de personas, y de la OIT, la Organización Internacional del Trabajo.
El vampirismo salarial que practica el gobierno cubano, alcanza su aspecto más repulsivo con el tráfico de sangre. Las campañas masivas para pedir donaciones, de forma voluntaria y altruista, e incluso con métodos coercitivos, encubren un lucrativo negocio, que algunas fuentes cifran en unos 30 millones de dólares anuales. El gobierno vende la sangre de los cubanos al exterior, sin preocuparse por la escasez de reservas en los hospitales de la isla.
Las dosis de capitalismo, ma non troppo, que Raúl Castro está introduciendo en Cuba, no alteran en absoluto las pétreas tablas de la ley de la Constitución vigente, que establece un régimen “irrevocable” de partido único, de ideología “marxista- leninista y martiana”, como “vanguardia organizada de la nación cubana, fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado”. Y pasar eso por alto, significa no entender de qué país estamos hablando.
En Cuba no hay presos políticos, según Raúl Castro. Pero haberlos, haylos, y son muchos. Basta con consultar las cifras que mensualmente dan a conocer las organizaciones defensoras de los derechos humanos.
¿Conocen los lectores el Artículo 72 del Código Penal? Si han leído “1984” **, el estremecedor libro de George Orwell, recordarán que la “policía del pensamiento” perseguía el “crimental”, el crimen de la mente. Pues bien, el artículo 72 de la Ley Número 62/87 de la Cuba de los supuestos cambios, es un calco de las leyes orwellianas. Ese artículo dice así: “Se considera estado peligroso la especial proclividad en que se halla una persona para cometer delitos, demostrada por la conducta que observa, en contradicción manifiesta con las normas de la moral socialista”. Es decir, la policía en Cuba puede detener a cualquier sospechoso de esconder ideas subversivas en lo más profundo de su conciencia.
El nombramiento de Miguel Díaz Canel, de 56 años de edad, un “apparatchik” del Partido Comunista, como primer vicepresidente del Consejo de Estado, y el anuncio, hecho por el propio Raúl Castro, de que abandonaría el poder, en febrero de 2018, podría significar que el régimen se encaminaba hacia la renovación, al menos generacional. Pero, una vez más, se demostró que todo es pura cosmética.
Si bien Raúl Castró reiteró, en el VII Congreso del Partido Comunista, su intención de abandonar sus cargos, como Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, fue reelegido “a la búlgara”, con el cien por cien de los votos, como Primer Secretario del Partido, para los próximos cinco años, es decir hasta el año 2021, fecha en que cumplirá o debería cumplir, si Dios no lo remedia, 90 años.
En esa fecha, Raúl Castro entregará, la secretaria del Partido, y también, son sus palabras, “las banderas de la revolución y el socialismo, sin el menor atisbo de tristeza o pesimismo, con el orgullo del deber cumplido”.
“A palabras vanas, ruido de campanas”, que dice don Quijote.
¿Y qué fue a hacer el Presidente de Estados Unidos a esa isla situada más allá de toda comprensión? Como Hank Morgan, protagonista de la célebre novela de Mark Twain, “Un yanqui en la corte del rey Arturo”,
Barack Obama fue transportado al país de nunca jamás, convencido de que las relaciones diplomáticas normales y el aumento del comercio, darán lugar, finalmente, a una mayor libertad para los cubanos.
A Hank Morgan le salvó de morir en la hoguera, su conocimiento, sobre el momento en que ocurriría un eclipse de sol, pero a Barack Obama, como pato cojo que es, le asaron a fuego lento en una barbacoa.
Para los exégetas de la revolución, Obama no llegó a Cuba con el propósito de “enterrar el último resquicio de la Guerra Fría en el continente americano”, según confesión propia, sino con intenciones más aviesas. Estados Unidos, según Raúl Castro, ha cambiado su estrategia anterior de hostilidad “por una perversa estrategia de subversión
Como dice la copla: “Ni contigo ni sin ti tienen mis penas remedio, contigo porque me matas, sin ti porque me muero”.
Estados Unidos está dando pasos de gigante, en la normalización de sus relaciones con Cuba, y el Gobierno de la isla está sacando buen provecho de ello. Pero no ha cambiado su retórica, ni ha avanzado un milímetro en el camino que conduce a la democracia.
El acercamiento entre los dos países ha provocado una enorme controversia entre partidarios y detractores, mientras Raúl Castro y sus secuaces observan, complacidos, los toros desde la barrera.
Para el diario The Washington Post, la política de la Administración Obama hacia el Gobierno cubano, ha tenido el efecto de encallar los esfuerzos de quienes luchan por la democracia en la Isla: los activistas que han pasado sus vidas luchando contra el régimen con enormes costos personales.
Es a ellos, y al pueblo cubano, a quienes corresponde sentar las bases de un nuevo país con democracia y libertad, y no a quienes, ilegítimamente, han usurpado ese derecho y quieren seguir haciéndolo mediante engaños.
La revolución cubana es un cadáver, pero ese cadáver está insepulto todavía, y su hedor tardará tiempo en desaparecer. Mientras tanto, los cubanos siguen viviendo dentro de una jaula con gruesos barrotes, que ahora el gobierno está dorando, como se dora una píldora, para disimular el amargor del acíbar.
Como en “El retrato de Dorian Gray”, la novela gótica de Oscar Wilde, Raúl Castro muestra un rostro bondadoso, pero su sonrisa es el reverso de una mueca burlona. Su táctica son cuentos chinos; su estrategia, seguir manteniéndose en el poder.
Para concluir leamos un breve poema de León Felipe, un escritor español exiliado en México después de la guerra civil española. Se titula SÉ TODOS LOS CUENTOS, y creo que refleja muy bien el gran engaño de las reformas del gobierno cubano.
Dice así:
Yo no sé muchas cosas, es verdad. Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos…
Que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos…
Que el llanto del hombre lo taponan con cuentos…
Que los huesos del hombre los entierran con cuentos…
Y que el miedo del hombre… ha inventado todos los cuentos.
Yo sé muy pocas cosas, es verdad.
Pero me han dormido con todos los cuentos…
Y sé todos los cuentos.