El devenir de la democracia en América

[Guillermo Lousteau Heguy ha sido nombrado
Académico Correspondiente de
la Real Academia Hispano Americana
y en su discurso de aceptación ofrece a todos
por este medio su interesante análisis sobre 
la marcha de la democracia en nuestro continente y sus metas.]

Palabras iniciales

     Deseo en primer lugar manifestar mi reconocimiento a los miembros de la Junta de Gobierno de la Real Academia Hispano Americana, por mi nombramiento como Académico Correspondiente, en Estados Unidos. Para un hispanoamericano, consciente de la calidad académica de la Institución, es un enorme orgullo incorporarse a ella.

   El claro campo de trabajo de la Academia abarca el Arte, las Ciencias, las Letras e Hispanoamérica. Dentro de ese campo, el objetivo que se propone es ejercer influencia sobre el destino común de las naciones que conforman ese área cultural que, conceptualmente, incluye todas aquellas que en algún momento tuvieron relación con los países que hoy radican en la península ibérica.

   Me incorporo como miembro correspondiente por un área ajena a la descripta. Luego de vivir por casi 20 años en los Estados Unidos, quisiera resaltar que también ese país cae inevitablemente en la zona de interés de esta Academia, porque tal como ha dicho el historiador Charles Lummis, “si no hubiera existido España hace 400 años, no existirían hoy los Estados Unidos” .

  Efectivamente, el peso y la influencia de España en el desarrollo histórico de ese país ha sido enorme y todavía se siente esa presencia, tanto en su pasado como en su presente.
El presidente Ford, al inaugurar la Semana Nacional de Herencia Hispánica, en 1974, expresó en ese mismo sentido “que la herencia hispánica de los EEUU se remonta a hace más de cuatro siglos. Cuando los peregrinos llegaron a la roca de Plymouth, la civilización española ya estaba floreciendo en lo que hoy es la Florida y Nueva México. Desde entonces, la contribución hispánica ha tenido una constante y vital influencia en el crecimiento cultural de nuestro país”.

  En una forma totalmente acorde, se pronunció también el presidente Reagan: “En nuestras relaciones internacionales, los hispanos de Norteamérica contribuyeron a nuestra identidad nacional, a nuestra percepción de quienes somos”, expresó.

   La historia anglo-sajona de los EEUU comienza en 1620. Pero ya en 1513 Juan Ponce de León tomó posesión de las costas de la Florida en nombre de la corona española. Y hasta la independencia de México, en 1821, los colores españoles ondearon en la tierra que hoy pertenece a los Estados Unidos. La ciudad más antigua de ese territorio San Agustín, que lleva 500 años de fundada.

A través de estos siglos, las relaciones entre ambos países ha sido frondosa, incluyendo la participación de España en la lucha por la independencia de las trece colonias.

Esos datos, sin embargo, no son moneda corriente. No sólo no lo son para los ciudadanos norteamericanos, si no que no son visualizados en debida forma por el mundo en general.
La difusión de la influencia de España en el desarrollo de los Estado Unidos debiera importarles, en primer lugar a los propios españoles, que se sienten ligados estrechamente a la América hispana y sin embargo no sienten la relación con los norteamericanos. La experiencia reciente del VII Congreso Internacional de la Lengua celebrado en Puerto Rico ha mostrado la necesidad de esclarecer las relaciones y vinculaciones entre EEUU y España.

En los Estados Unidos hay 45 millones de hispanoparlantes, casi como la población de España. Son norteamericanos de procedencia hispana o que habrán de obtener esa nacionalidad en un futuro próximo y constituyen hoy un grupo decisivo en las elecciones políticas. Donde es más evidente esta marcada influencia de los hispánicos es el aspecto linguistico: la lengua española está en alza en los EEUU. En algunos estados, el idioma español se encuentra casi a la par del inglés, como Florida, Texas, California y Arizona, donde casi se podría afirmar que ya no es una lengua extranjera, sino primera o segunda lengua. En los demás estados, ya el español es el primero en la enseñanza como idioma complementario. Recientemente, el “New York Times” sostuvo que crece la consideración del biculturalismo por parte de los norteamericanos como elemento decisivo en su estrategia en la economía global.

Obviamente, estos hechos han producido una reacción en grupos que rechazan el surgimiento del español en el mundo anglosajón. Pero también a éstos debieran dirigirse los esfuerzos de esclarecimiento, ya que normalmente no incorporan a sus antecedentes naturales, los aportes de España como parte de su historia propia.

Entre las tareas a encarar, habría que agregar, sin duda, la recuperación del concepto de “Hispanoamérica” para distinguir a la región, dejando de lado la más común de “América Latina”, usual en los Estados Unidos, a partir de su uso por Chevalier y Torres Caicedo, en el siglo XIX.

Esto nos queda como una labor pendiente.

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