El devenir de la democracia en América - El populismo en la América hispana

El populismo en la América hispana

No es raro que un movimiento como éste prendiera en la América hispana. El populismo, el nacionalismo y las corrientes de la izquierda antiimperialista tienen hondas raíces en nuestra historia política y permanecen vigentes, política y culturalmente.

Las características del “populismo” no terminan de precisarse. Aunque existe en todas partes, en Hispano América , el populismo presenta características propias:

  1. En primer lugar, el populismo en la región es carismático; es decir, responde a la figura de un líder que concentra la adhesión popular, y a quien el pueblo mediante elecciones le delega el ejercicio del poder. Según Gianni Vattimo, las grandes transformaciones latinoamericanas han sido realizadas a través de la presencia de jefes carismáticos y la lucha contra esta función es una lucha conservadora . Bajo esas condiciones, desaparecen las estructuras e instituciones auténticamente democráticas y el líder ejerce una especie de democracia delegativa, sin ataduras y con poderes excepcionales. Es por eso, que se muestra incapaz de crear figuras alternativas al líder.
  2. Tal como propone Laclau, el populismo necesita construir “un enemigo” para consolidarse como mayoría. Esa mayoría es conformada, muchas veces, como la suma de un conjunto de minorías insatisfechas, que para transformarse como tal, necesitan la confrontación contra un opositor real o creado, tanto en el orden interno como en el orden internacional.
  3. Los populismos hispanoamericanos son “fundacionales”. Es decir, necesitan romper con el pasado y comenzar una nueva historia. La consecuencia lógica de esto es que vienen para quedarse y no están dispuestos a exponerse al riesgo de perder el poder, como expresamente lo manifiestan. Nadie encara una revolución para entregar el poder a los 4 años, como explícitamente lo dijo Evo Morales. Necesitan, más bien, evadir la alternancia en el poder y ser reelectos indefinidamente. El primer paso de ese proceso es la reforma constitucional para eliminar esa traba y consagrar la reelección sin limitaciones.
  4. El populismo americano necesita un discurso legitimante, una narración popularizada, que excluya a la oposición. Este discurso, narración o relato no es sino una interpretación caprichosa de los hechos recientes como fuente de legitimidad. El relato autoritario del populismo es maniqueo y su enemigo natural es, por supuesto, la prensa independiente o toda fuente de oposición a este relato.

El chavismo extendió su socialismo a otros países de América, etapa que proclamaba como imprescindible. Ecuador, Bolivia y Nicaragua adhirieron rápidamente. Argentina no integró el socialismo del siglo XXI, pero su afinidad ideológica fue evidente.

Honduras y Paraguay sufrieron los impactos de su acción y Perú, finalmente se alejó de la posibilidad de integrarse.

En el terreno fáctico, el populismo ha mostrado como caracteres propios la concentración del poder en manos del líder, la falta de independencia del Poder judicial, el cercenamiento de la libertad de expresión y la falta de garantía del debido proceso.

Paralelamente, y como justificación institucional del populismo, se ha desarrollado una fuerte corriente doctrinaria, que rechaza las instituciones del constitucionalismo liberal, reivindica el principio mayoritario de la democracia y considera a esas instituciones como meros artilugios de las minorías para limitar a las mayorías. Es decir, la confrontación es más que política y se eleva al nivel institucional: ya no existen instituciones comunes en las que estemos de acuerdo.

La fuente de este aporte doctrinario está basada en el Centro de Estudios Políticos y Sociales, de la Universidad de Valencia. Sus miembros desarrollan una profusa y activa labor académica en Cuba y han asesorado e influido en la nueva Constitución de Venezuela, y son, prácticamente, los autores de las de Ecuador y Bolivia. Su cuerpo doctrinario conforma lo que ellos denominan el “Nuevo Constitucionalismo Latinoamericano”, que reivindica la revolución permanente, y proclama la imposibilidad de sujeción de la voluntad popular a la constitución, la cual no puede ser un obstáculo a la revolución.

La historia reciente mostró la lógica “amigo-enemigo” propia del populismo, que condujo a la deslegitimación de cualquier forma de oposición y que pudo arrastrar tras de sí a la democracia misma. Como condición necesaria y suficiente para imponerse ideológicamente, el populismo se reviste de una concepción propia, que coloca al “otro” como desprovisto de dignidad y lo inhabilita para la discusión ciudadana.

Tal como se preveía y era inevitable, la ola expansiva del populismo en América ha comenzado su proceso de reversión.

A pesar de las dificultades económicas, las perspectivas institucionales de la región parecen alentadoras. Los gobiernos autoproclamados socialistas del siglo XXI y sus simpatizantes no han logrado la ruptura radical pretendida, que apuntaba a una globalización alternativa y diferente. Su actualidad hace que hoy el desafío del socialismo duro sea muy modesto, ya que ha perdido –incluso- el apoyo de la social-democracia mucho más cercana hoy al mercado que en el pasado.

Brasil se encuentra en el medio de una crisis severa, que incluye cargos severos por corrupción y el juicio político de la presidente. Lo positivo de esta panorama es que tiene lugar siguiendo las normas constitucionales y con los jueces actuando con independencia.

Venezuela enfrenta problemas muy serios económicos y políticos. A partir de la muerte de Hugo Chávez, la derrota legislativa del gobierno de Nicolás Maduro fue claramente un paso decisivo en la recuperación de la democracia. La oposición política ha logrado una amplia mayoría en el Congreso y las firmas más que suficientes para someter un proceso de revocatoria del mandato del presidente.

México ha avanzado en su democracia. Desde su tradición de partido único, en las últimas décadas ha mostrado se capacidad de alternancia política.

Colombia puede cerrar el proceso de la lucha armada de larga data, si logra el tratado de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.

Argentina, si bien no incorporada al socialismo del siglo XXI, tuvo a un gobierno manifiestamente adherido a esa ideología. Es por eso, que el cambio de gobierno en ese país, es la mejor y más reciente de las buenas noticias. No sólo para Argentina, sino porque seguramente, ese cambio repercutirá en el giro hacia la democracia de la región.

El chavismo se encuentra, así en vía de extinción. Posiblemente, la señal del inicio de este proceso haya estado marcada por la actitud de Ollanta Humala, cuando ganó la presidencia del Perú. Dadas sus inclinaciones previas hacia el socialismo del siglo XXI, se preveía su incorporación al socialismo del siglo XXI. Sin embargo, al advertir los síntomas de pérdida de energía que ya eran claros y considerar la comparación negativa con los países democráticos, Humala se alineó con éstos.

El rechazo a la reforma constitucional en Bolivia para permitir la reelección indefinida de Evo Morales y la declaración de Rafael Correa de no aspirar a un nuevo mandato en Ecuador han sido pasos que deben agregarse a las señales de cambio del ciclo.
La ola bolivariana ha mostrado su inviabilidad y el apoyo general a la democracia en la región es lo que ha permitido la supervivencia del sistema republicano.

Las críticas a la democracia

Frente a este malestar de la democracia y la realidad de Hispano América, la pregunta es cómo encararlo, ya que su futuro depende de lo que hagamos para resolverlo, desde todas las esferas posibles. Parte importante de esta gestión debiera responder a las críticas que se han formulado sobre la democracia.

Toni Judt se preguntaba qué estamos haciendo para defenderla. Proponía que, en lugar de promoverla abiertamente, sería más eficaz identificar sus fallas, inventariar las cosas que no funcionan bien, reconocerlas y abocarse a solucionarlas. Hay tener valentía para defender las ideas propias, pero hace falta todavía mucho más valor para ponerlas en entredicho.

Las críticas a la democracia han sido planteadas por dos fuentes diferentes, una externa y una interna,

La crítica externa

Las alternativas serias a la democracia como sistema de gobierno, sólo son presentadas hoy por la teocracia de los países árabes y por el sistema chino, que no acepta la soberanía popular como base del gobierno, sino que cree en el partido como fundamento del poder político. Sus críticas a la democracia constituyen una crítica externa, provenientes de una fuente que se declara no democrática.

En particular, esas críticas apuntan a sostener que el hecho de que sea el partido el que gobierna, y no el pueblo, crea un sistema “meritocrático” muy superior a la democracia, que padece de dos problemas insolubles.

En primer lugar, la democracia no garantiza el acceso de los mejores al poder. El sistema de elección popular facilita la llegada al gobierno de políticos sin experiencia probada en el manejo de la cosa pública, y el acceso de políticos que no han probado su capacidad.

Como consecuencia, y este es el segundo gran problema, el sistema de elección popular se desarrolla sobre campañas políticas electorales, donde no se discuten los verdaderos problemas, sino que están referidas solamente a lo que los votantes quieren escuchar, lo que invalida al sistema. Lo políticamente correcto es satisfacer a la audiencia.

La dependencia de los candidatos con relación a su electorado privilegia así, la mentira y el corto plazo, en desmedro de proyectos de largo alcance.

La meritocracia china, por el contrario, es la garantía de que solo podrán acceder al poder aquellos que estén bien preparados, los que pueden mostrar un cursus honorum, que se han formado paulatinamente, y ascienden por mérito propio, desde los cargos inferiores hasta llegar a los de más alto rango.

El sistema chino también tiene sus propios problemas, tan complejos como lo que le reprocha a la democracia. Pero sus críticas son útiles a la hora de elaborar una agenda propia, con relación a las falencias del sistema.

La crítica interna

La crítica interna proviene de una concepción diferente de la democracia, que objeta ciertas instituciones de la democracia liberal y que se originan en una visión diferente de la realidad. La ideología, finalmente, se transforma en un sistema de interpretación de la realidad que condiciona sus acciones.

El surgimiento de una corriente en América que también se considera democracia, pero no comparte los fundamentos de la democracia liberal, ha puesto en evidencia una crítica que podría considerarse interna al sistema democrático que se fundamenta en la soberanía popular.

Si bien la confrontación con la diferente concepción de la democracia en la región es la más inmediata, en el mediano plazo, el desafío chino aparece como más grave. Se trata de un cambio total de las bases sobre las cuales construir la convivencia social en el mundo y fundada en la tradicional filosofía china de las virtudes, reemplazando a las bases morales de Occidente. Esta nueva expresión de los intelectuales chinos está consolidada a través de los siglos y del largo interregno que la sociedad asiática ha sufrido. Tesis muy cercanas a la del filósofo español Javier Gomá Lanzón y su “Ejemplaridad pública”.

Un diagnóstico sobre el estado de la democracia en la región debe partir aceptando la existencia de una grave situación de desigualdad económica y social, con grandes sectores marginados y excluidos de la vida comunitaria. Un nivel de desigualdad incompatible con una sociedad moderna y democrática.

Para el populismo, las instituciones liberales no son aptas para resolver el problema.
El populismo argumenta que los sectores excluidos no están en condiciones de ejercerla plenamente, por falta de los recursos necesarios y , en consecuencia, el sistema no es justo y está invalidado.

Las instituciones del constitucionalismo liberal no son un instrumento adecuado para resolver este problema. Al contrario, son instituciones que, al limitar a las mayorías, consolidan los privilegios de la minoría. Por eso, un poder judicial como custodio de esa constitución tiende a cercenar los derechos de esa mayoría excluida. Para agravar más esa circunstancia, los jueces no tienen independencia de otros factores de poder reales, como los agentes económicos. La justicia alcanza así solo a las clases acomodadas, ya que los pobres no tienen el mismo acceso a la justicia.

Esta situación pone de manifiesto la malsana relación entre el poder y la riqueza económica, a la cual protege el sistema de democracia representativa, por su carácter contra-mayoritario. La democracia depende excesivamente de la capacidad económica y de los sectores empresarios.

Una muestra de la peligrosidad de un sistema como ese, dicen, es la concentración malsana de los medios de comunicación, que es también un factor distorsionante de la democracia.

La única solución posible a esta problemática- alegan- es la existencia de un Estado fuerte, que haga suyos los reclamos de la mayoría y que facilite el acceso de todos al ejercicio pleno de la ciudadanía, sin que las instituciones artificialmente creadas por la concepción liberal, pueda condicionarlo. La concentración de poder, sostiene, es imprescindible para la reforma socioeconómica necesaria y especialmente para combatir al capitalismo, a quien el populismo odia. 

El devenir de la democracia

Refiriéndose a la América hispana, Enrique Krauze piensa que la democracia ha recorrido un camino suficientemente largo como para poder negarse a firmar su propia acta de defunción y que, si bien sus caídas han sido continuas y dolorosas, han estado lejos de ser definitivas.

La circunstancia actual parece ser una de esas situaciones y su actualidad abre un gran campo de posibilidades para la discusión de la democracia, ya que la ciudadanía manifiesta querer más democracia y no menos.

La aceptación general de la democracia como concepto muestra, como contrapartida, el bajo nivel de la calidad de las instituciones y, lo que es más grave, la falta de compromiso personal con el sistema y la ausencia de confianza en los elementos propios que el sistema requiere (como los partidos políticos, los órganos de justicia y los medios de comunicación). La desigualdad social, principal motor de las reivindicaciones populares, es siempre una amenaza latente a la continuidad institucional.

El gran peso de la experiencia negativa de una historia tumultuosa, producto de una falta de confianza y de resultados exitosos es una grave dificultad para el análisis objetivo. Todos esto genera un distanciamiento, una falta de participación y desinterés en la cosa pública, que afecta al sistema.

Un factor esencial será aprender las lecciones de este ciclo autoritario, que ha reflejado los problemas que tiene la región. Este ciclo no hubiera sido viable, si no hubiéramos cometido errores, tanto en los hechos como en la apreciación de la realidad de América no sajona.

Los fracasos acumulados son significativos y no pueden atribuirse a un único gobierno, a un solo grupo o a un partido político determinado. El surgimiento del populismo lleva a preguntarse por las causas que lo originaron y por las fallas previas.

Está claro que no será posible emprender la re-significación de la democracia sin ser acompañados por quienes tienen una visión diferente y que se extiende a sectores muy amplios de la ciudadanía. Sin ellos no habrá reconciliación o acuerdo posible.

El relato propio del populismo sumado a la concepción de la política como una confrontación amigo-enemigo, ha producido una separación importante en la sociedad, en la que abrió una enorme grieta. Hay quienes están dispuestos a llevar sus argumentos más allá de toda razonabilidad y también quienes se le oponen con igual intensidad. Pero afortunadamente, mucha gente está entre ambos y dispuesta a escuchar. Un primer paso será rechazar las versiones simplistas y extremas que han alimentado el enfrentamiento: . Una cosa son las reales discrepancias producto propio de un conflicto real y otra es la exacerbación de las diferencias.

La oportunidad parece propicia para el diálogo y el debate en nuestra América , después del freno que se le opuso al autoritarismo. La cuestión es ir al fondo del problema: discutir las falencias de la democracia y fortalecer su ejercicio.
Afortunadamente, la contienda reciente entre la democracia y el populismo se está resolviendo por una vía que es válida para ambas partes. Dado que las posiciones enfrentadas aceptan que las elecciones populares constituyen una base de legitimidad que es común a las dos (y no por golpes de estado o enfrentamiento armado como fue en el pasado), los cambios que se están produciendo a través del voto popular son aceptados universalmente. Este hecho abre un camino para el diálogo que puede ser alentador. Lo que importa ahora es evitar que la sensación de derrota signifique para una de las partes un fortalecimiento para el aislamiento y para incrementar la resistencia, y para la otra, pensarla como la solución final y total del problema. Por el contrario, debe ser considerada una ocasión para reflexionar. Para ambas partes.

Al haber superado el proceso por la vía democrática, podemos dejar atrás el trauma de la crisis y construir un poder sólido, con poderes fuertes, balanceados y consensuados.
Para alimentar el debate público sobre el problema institucional, se podrían proponer objetivos que consideren los problemas comunes y las posibilidades potenciales.

Sin embargo, hay una gran distancia entre identificar el problema y hacer algo al respecto. Un consenso en el diagnóstico no necesariamente produce un consenso en las soluciones ni sobre la pericia necesaria para llevarlos a cabo, pero es un terreno útil para la discusión y habrá que evitar que se planteen escenarios de imposible realización. Pensar cambios viables e ideológicamente neutros.

Para la búsqueda de consenso, habrá que partir de la premisa de que el diálogo presupone estar dispuesto a hacer concesiones: la política deja de existir cuando se la concibe con la lógica de un ejército en guerra. Los hechos recientes, como el acuerdo entre EEUU y Cuba muestran que se puede dialogar, concertar y discrepar sin necesidad de resignar los valores que cada parte sostiene.

Será necesario reconocer y considerar los argumentos de los otros, y estar dispuesto a concederles validez en el debate, para repensar los fundamentos institucionales, mejorando la calidad de las decisiones y edificar una infraestructura fuerte y efectiva, mejorando la gobernabilidad democrática..

El mundo que viene

No tenemos muchas certezas sobre el mundo que viene. La percepción no siempre se corresponde con la realidad y seguramente, el mundo ya no será como solíamos soñarlo. El Estado ya no puede ser tan pasivo como lo reclaman los liberales, pero tampoco el socialismo duro ha conseguido probar la viabilidad del suyo.

Para imaginar un camino, debiéramos asumir que la contraposición de bloques ha quedado atrás. Pensamos distinto, pero debemos construir un futuro común, diluyendo el fuerte antagonismo entre unos y otros. Dicotomías como capitalismo y socialismo; comunismo y anticomunismo; izquierda y derecha ya no sirven como categorías para descifrar el mundo complicado que deriva de la unificación de la economía, producto de la globalización en curso.

Siempre se pueden encontrar razones para odiar al capitalismo, pero también ha llegado el momento de reconocer su aporte en la creación de riqueza, y haber llevado al mundo, en algo más de dos siglos, a un situación donde la mayoría ya ha escapado del cepo de la pobreza y que ofrece al mundo un alternativa única para su desarrollo. Como dice Giuseppe Vacca, desde el marxismo : “la fuerza de los hechos se abre camino a paso ligero, pero el proceso de reconstrucción de las categorías con que son pensados es mucho más lento. El que no se viera ni siquiera tentado a abandonar senderos trillados –agrega Vacca- estaría muerto intelectualmente”.

Es la necrofilia ideológica, en palabras de Moisés Naim.

En la década de los 60, la moda intelectual intentaba predecir el futuro del mundo. Herman Kahn en su libro “El año 2000” preanunció el futuro a la vista de un inminente holocausto nuclear. Johan Galtung nos anunciaba las alternativas para la paz y la seguridad a través de cuatro caminos, como un futuro inmediato. Ya en los años 70 y 80, los Alvin Toffler y los John Nesbbit describían las condiciones del mundo, a través de shocks del futuro que explicaban la trama política, económica y social. Aunque errados, el aporte intelectual que significaron estos esfuerzos de síntesis fueron un gran aporte para interpretar la realidad y las condiciones del futuro próximo.

El desarrollo del conocimiento en las últimas décadas, la aceleración exponencial del conocimiento hace imposible contar con esfuerzos como esos, que contemplen todas las variables para comprender el mundo que viene, tal como lo percibíamos. Ni siquiera está claro como preparar a las generaciones futuras, cuyo capital más importante será su versatilidad y capacidad de improvisar.

Mientras los países desarrollados ponen su energía en crear tecnologías que les permitan vivir mejor, la América de habla hispana está empantanada en discusiones acerca de un pasado, imaginado o real, que no ayuda a construir. Hay que asumir el desafío de crear, de descubrir, olvidarnos de los relatos y discutir ideas.

Habrá que abogar por modos de pensar el conflicto que contemplen la unidad en la pluralidad del género humano y la interdependencia, consecuencia inevitable de la globalización. Por supuesto, ello requerirá un esfuerzo autocrítico, dejando de lado la lógica de la confrontación que desterraba la búsqueda de un terreno común y nos obligará a entender, comprender y asimilar las razones del adversario.

En un libro reciente, Yuval Harari nos da elementos para ser más humildes y estar menos enamorados de nuestras ideas. Harari concibe a la humanidad como una evolución de las ideas cognitivas, que permite agruparse a los individuos. Según explica, la mayoría de las personas no pueden conocer íntimamente a más de 150 seres humanos...”, pero una vez que se cruza el umbral de los 150 individuos, las cosas ya no pueden funcionar de esa manera.

“Cómo consiguió el Homo Sapiens cruzar ese umbral crítico y acabar fundando ciudades que contenían decenas de miles de habitantes e imperios que gobernaban a cientos de millones de personas”, se pregunta. El secreto fue seguramente -afirma- la aparición de la ficción. Un gran número de extraños pueden cooperar con éxito si creen en mitos comunes”

De acuerdo con esta tesis de Harari, toda cooperación humana a gran escala se establece sobre mitos comunes que existen tan solo en la imaginación colectiva de la gente, como las iglesias, que se basan en mitos religiosos comunes. Nuestras “verdades” no serían más que meras opiniones basadas en construcciones humanas. Lo que cada grupo humano tiene por realidad está constituido por ilusiones que se ha olvidado que lo son por su uso reiterado y compartido.

Algo ya diagnosticado por Durkheim, que imaginaba a la sociedad como un haz de sentimientos que enlazaba a los distintos componentes, cohesionándolos.
Si esta tesis es aceptable, debiéramos otorgarle más crédito y valor a los otros grupos con otras ficciones y aceptar las debilidades de las propias. Sería un buen inicio para discutir las falencias de nuestra democracia. Es posible también que le estemos exigiendo demasiadas cosas y que debiéramos ser más tolerantes con sus debilidades.

El rol de los intelectuales

Tal vez, la mejor manera de abrir el diálogo, sea a través del mundo académico. Ya Max Weber había constatado la diferencia entre los académicos y los políticos, distinguiendo entre la ética de la responsabilidad que guía a los políticos y que los hace responsables por las consecuencias que se originan en sus hechos y sus palabras, y la ética de la verdad de los intelectuales, que los libera de esa carga.

También el horizonte temporal es diferente para ambos: mientras los académicos pueden pensar y trabajar sobre plazos más largos, la metodología de la política prioriza los resultados a corto plazo.

En el mundo académico se valora más el disenso que en el mundo político, porque tiene un gran valor epistemológico, como sostenía Habermas, que presentaba a la democracia como un diálogo permanente que pone el acento en la discusión, en la forma en que se produce y en sus reglas y requerimientos mínimos.

En la discusión, los académicos tienen una tendencia más acentuada hacia la objetividad, si consideramos a la objetividad como la capacidad de ver la situación desde posiciones diferentes, sin que ello involucre a la neutralidad. Se puede ser objetivo sin ser neutral,

De esta manera, parecería natural que el diálogo se abra en el mundo académico, poniendo en la mesa aquellas cosas que condicionan nuestra visión de la democracia..

Como se ha dicho, hace más de 200 años, un grupo de hombres dio cabida al experimento político más importante y exitoso de la historia, creando un régimen que aun se mantiene con vitalidad. Un régimen que permite desde su creación convivir a visiones diferentes.

Quizás más que volver a John Adams o Thomas Jefferson, se trata de encontrar nuevos Adams y Jeffersons, que puedan comprender la realidad actual y la interpreten. Que descubran qué preguntas vale la pena hacerse y adoptar nuevos modos de responderlas.

Cádiz, mayo 2016. 

 
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