El devenir de la democracia en América - Dos modelos de democracia

Dos modelos de democracia

Estos dos modelos comparten su origen en el voto popular. Responden de esa manera al concepto aceptado provisoriamente como básico, de estar legitimados por la soberanía popular, tal como Aristóteles describió a la democracia. No obstante, sus desempeños y la confrontación entre ambos está señalando que no responden a la misma concepción y, más problemático todavía, sus consecuencias en la vida política y real de sus sociedades son decisivamente divergentes.

Es en esta confrontación donde se inserta la labor del Interamerican Institute for Democracy, creado hace 10 años, con el objetivo de promover la institucionalidad y los valores de la libertad en América

El mundo griego aceptó la democracia como forma posible, pero entrevió sus dificultades, especialmente en el rol que le asignaba a las decisiones mayoritarias. Una mayoría tomando decisiones sin limitaciones era impensable. El germen de la diferencia ya se encuentra entre Platón, que privilegiaba a la colectividad en conjunto, y Aristóteles, que se pronunciaba por el individuo como sujeto social y político.

El tema de las formas de gobierno se replantea con la crisis de la teoría del “origen divino de los reyes” impugnada específicamente en el siglo XVII. En la necesidad de encontrar nuevas fuentes de legitimidad hicieron su aparición las teorías contractualistas, que buscaban a esa legitimidad del poder en un hipotético contrato que los individuos habrían celebrado para constituirse en sociedad y crear al Estado dotándolo del poder necesario para gobernar.

Thomas Hobbes, John Locke y Jean Jacques Rousseau son los exponentes clásicos del contractualismo como explicación política del poder y desde luego, los más influyentes. Los tres describen ese contrato de manera diferente, tanto en las motivaciones como en la forma en que se celebra, lo que lleva a consecuencias disímiles.

Aunque por diferentes razones Hobbes y Rousseau llevaban a la configuración de un poder fuerte, frente al cual cedían los derechos individuales y, por consecuencia natural, depositaban en la mayoría la decisión final. Ya sea por la existencia de un Leviathán todopoderoso, como acepta Hobbes, o por la existencia de una voluntad general, donde se pierde la individualidad, según Rousseau.

El caso de Locke es más complejo. Si bien se lo considera el padre del liberalismo, por su defensa de la libertad individual y de la propiedad privada que lo lleva a limitar al poder, algunas de sus ideas aparecen en contradicción, y han servido para que los defensores de un poder fuerte basado en la mayoría, crean ver en Locke un pensador propio, defensor de la concepción mayoritaria de la democracia, como afirma Pisariello.

Efectivamente, en su “Segundo Tratado sobre el gobierno”, de 1689, dedicado a rechazar el patriarcalismo y a defender la idea de un gobierno basado en principios fundamentales, Locke afirma que todos los hombres han nacido iguales: “El hombre nace como ha sido probado, con un derecho a la libertad perfecta y a un libre disfrute de todos los derechos y privilegios de la ley de la naturaleza humana y mantiene por naturaleza el poder de conservar su propiedad. Esto es, su vida, su libertad y situación contra las amenazas y los atentados de otros hombres”. Aparece así la propiedad como garantía de la libertad y la sociedad se organiza, precisamente, para su protección.
Sobre esta idea se fundamenta la interpretación de Locke como un defensor del individualismo, los derechos individuales y la propiedad, que es su imagen más difundida: la del filósofo defensor de los derechos de los cuales ni el hombre mismo puede desprenderse.

Por otro lado, Locke fue el primer escritor en ocuparse de la regla de la mayoría en una escala suficientemente importante como para atraer la atención sobre el tema. Así, explica Locke, la existencia de una sociedad política implica la sujeción de los individuos a un gobierno.

La forma de entender la razonabilidad de dicha sujeción de los individuos en una sociedad política es a través del consentimiento: en una sociedad de estas características, el individuo obedece a sus propias reglas, porque las reglas establecidas por el gobierno son las suyas propias, a las cuales ha prestado su consentimiento.

No advierte Locke, entonces, discrepancia entre el interés individual y el interés general: “El hombre es, como ha sido dicho, libre por naturaleza, igual e independiente y ningún hombre puede ser sacado de esa situación y sujetado al poder político de otro sin su consentimiento”

“Consentimiento” es aquí el concepto clave, que se encuentra a lo largo de todo el tratado. Pero Locke pasa luego, de un consentimiento explícito a un consentimiento tácito, y de la unanimidad a la mayoría, casi sin pausa: “Cuando un número cualquiera de hombres ha consentido de esta manera conformar una sociedad o gobierno, están por lo tanto asociados y han establecido un cuerpo político, en el cual la mayoría tiene el derecho de actuar y decidir por el resto”

Estas afirmaciones son las que permiten ver en Locke a un defensor de la mayoría, como se lo ha visto.

Se advierte entre ambas posiciones una contradicción que puede rastrearse en varios capítulos.

La oposición entre el interés general y el individual, entre la regla de la mayoría y el derecho individual se repite a lo largo de la obra: por un lado, la mayoría es la que toma decisiones, pero esta facultad estaría limitada por los inalienables derechos de los individuos que la mayoría no puede desconocer. Si lo hiciera, estaría ejerciendo sobre la minoría un poder que, bajo las leyes de la naturaleza, no puede ejercer.

La duda es si existe esta contradicción en Locke y si puede la mayoría constituir un peligro para el individuo.

Los estudiosos han seguido diferentes caminos sobre esta cuestión. Algunos, como el citado Pisariello, se inclinan por sostener la regla de la mayoría; otros, como Kendall, por la supremacía de los derechos individuales.

Pero podemos aceptar también que cada pensador responde a las circunstancias de su época y su sociedad y que con frecuencia, las circunstancias que evidencian las contradicciones de su obra aparecen más tarde y por eso son problemas que no pudo prever.

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