El devenir de la democracia en América - El malestar de la democracia

El malestar de la democracia

En 1930, Sigmund Freud, en uno de sus trabajos clásicos, describió lo que el llamó “El malestar de la cultura”. Freud consideraba a la cultura como la suma de producciones que nos diferencian de los animales y que sirve a dos fines: proteger al hombre de la naturaleza y regular sus mutuas relaciones sociales. Para lograrlo, el hombre pasó del poderío de una sola voluntad tirana al poder de todos, al de la gestión colectiva, y por la cual debió sacrificar parte de sus instintos. Fue precisamente la cultura la que los restringió.

De manera similar, y parafraseando a Freud, varios estudiosos de la filosofía política han hablado de un malestar de la democracia. El primero, y quizás el más importante, Michael Sandel, lo analizó desde el punto de vista de la filosofía.

Recientemente, Carlo Galli, el historiador de la Universidad de Bolonia, también se refirió a esa situación. En ambos trabajos, el malestar se refiere a las dificultades de entender el concepto y su contraste con la realidad.

Vivimos en una democracia débil, devaluada, que tiene todavía mucho que discutir sobre su contenido. Uno de esos contenidos es sobre qué valores la sustentamos. Una democracia donde la verdad, la política y las instituciones estuvieron y están en grave proceso de deterioro.

Definido por la Real Academia Española como “desazón o incomodidad indefinible”, el malestar que presenta la democracia, tiene connotaciones clásicas, pero fundamentalmente, está aquejada por nuevos problemas.

Parte del malestar de la democracia, está dada por la aparición de países que alegan ser democráticos, pero cuyas características plantean grandes desafíos al análisis de los sistemas políticos. Identificar a una democracia – o por el contrario, a una no-democracia- excede el mero ámbito académico y tiene importantes consecuencias políticas y sociales. Existe un amplio consenso en cuanto a la preferencia por la democracia como forma de gobierno en el mundo contemporáneo, ya que en el orden internacional, los beneficios de constituir un país enrolado en la democracia son todavía deseables.

Mientras que, por un lado, existe una opinión generalizada de que la democracia es inevitable, tal como predijo John Stuart Mill, y nadie querría declararse antidemocrático y pronunciarse en contra de la democracia, las dudas y los conflictos sobre su significado parecen multiplicarse.

Con la caída de la Unión Soviética, pareció confirmarse este destino de la democracia, que mostraba no tener alternativas y que indujo a Francis Fukuyama a proclamar “El fin de la historia”. Si de Occidente se trata, Fukuyama parece tener razón: las alternativas a la democracia como forma de gobierno solo parecen ser disputadas por la teocracia de los países islámicos, o por el sistema chino, y su “meritocracia”

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