He estado pensando en una profecía autocumplida
Hace años se contaba como chiste aquello de “el tren hacia el comunismo”.
Decía que un día se invitó al pueblo a subirse al tren que prometía llevar hasta el comunismo. La gente, ilusionada, se montó en el tren, que avanzó y avanzó hasta que se empezaron a acabar las reservas de carbón para las calderas que hacían mover el tren.
Como no tenían más carbón, se pidió que arrancaran los asientos, las ventanas y todo lo que pudiera ser combustible para el tren, que de ese modo siguió avanzando. Pero ese combustible también se agotó, con lo cual se pidió que arrojaran a las calderas los equipajes, que hicieron avanzar al tren un poco más, hasta que todo se consumió. Lo único que quedaba por echar eran las propias ropas, cosa que todos hicieron y que permitió avanzar un poco más al tren hasta que, ya sin combustible, se paró.
Al bajarse, se encontraron frente a un inmenso desierto, y empezaron a caminar, desnudos, en medio de aquella nada. Una de las personas se acercó a uno de los líderes y le preguntó: “Oye, ¿y cuándo llegaremos al comunismo?” A lo que el otro respondió, serenamente: “Ya llegamos”.
Durante años hemos escuchado sobre “la opción cero”, esa hora en la cual tendríamos que “resistir y vencer” (por supuesto) contando con cero recursos. Y bien, parece que por fin lo hemos logrado, hemos llegado a la opción cero, ese momento en el que este tren que nos prometió un paraíso, nos ha dejado desnudos y en pleno desierto, en un país paralizado, energéticamente inviable, donde no es posible producir prácticamente nada, y donde ya no hay seguridad para nada, ni para la alimentación, ni para la salud, ni para la educación, ni siguiera para la vida, sometida a una incertidumbre ciudadana sin precedentes.
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