He estado pensando en la continuidad y en la discontinuidad
La historia de los pueblos es un proceso en el cual se va decidiendo dar continuidad a unas cosas y no darlas a otras. Por supuesto, la continuidad y la discontinuidad necesitan un criterio que guíe la elección de lo que debe seguir y de lo que debe desaparecer, y el criterio lógico es elegir lo que contribuye a que la vida del pueblo vaya mejor, porque es un criterio que se confronta con la realidad. De lo contrario, nos arriesgamos a guiarnos por criterios que, en vez de buscar su confirmación en la vida cotidiana y real, lo buscan en la ideología, en el gusto personal, en el capricho, o en la simple pasión por manejar la vida de los otros.
Ninguno de estos últimos criterios puede sostener la pretensión de continuidad, porque el hecho de que mis ideas sean hermosas o yo esté convencido de que van a funcionar no significa que, de hecho, conduzcan a una vida mejor. Del mismo modo, mis gustos y deseos tampoco son la garantía de un bienestar social, mucho menos mis caprichos, ni mi convencimiento de que la sociedad sólo puede progresar si todo se controla.
A partir del proceso iniciado en 1959, en nuestra patria se descontinuaron muchas cosas que sostenían la salud de la sociedad: se descontinuó el pluripartidismo y con ello, el derecho a la sana oposición; las elecciones libres que permiten un cambio de sistema según la voluntad popular, la autonomía de los medios de comunicación social y con ello la libertad de prensa, radio y televisión, el derecho a la huelga y a la manifestación pacífica, y la libertad de expresión sin consecuencias punitivas.
Se descontinuó la pluralidad de opciones en la enseñanza, la intervención privada en el sistema de salud, la iniciativa empresarial privada y el libre mercado. Se descontinuó la autonomía del sistema judicial y la separación de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial; la autonomía de los movimientos universitarios, la función de los sindicatos como defensores del obrero...
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