*Y se lavó las manos… (Mt 27, 24)*

crisisSor Nadieska AlmeidaEl contexto de la expresión con la que empiezo esto que escribo se ubica justamente dentro de una de las más grandes injusticias que hemos cometido como humanidad, la condena a muerte de Jesús, el Hijo de Dios, a quien preferimos cambiar por un ladrón, según la tradición llamado Barrabás. Pilato, no encontrando culpa en Jesús, escucha a la multitud y por temor al César y a perder poder condena a un inocente y se lava las manos. Es muy interesante toda la trama en que se desarrolla este juicio a Jesús y todos los personajes que se implican. No me detengo, porque el fin de mi reflexión quiere tocar lo que creo que seguimos haciendo como humanidad: también hoy nos lavamos las manos.

Recuerdo que durante la pandemia de la COVID nos lavábamos las manos para protegernos, nos cuidábamos a nivel personal y cuidábamos también a los demás. Nos volvimos casi obsesivos en la protección, y eso fue muy bueno y muy humano, no queríamos que nadie más se contagiara. Hicimos todo lo posible para evitar las muertes, el sufrimiento, las pérdidas. Durante la COVID muchos sacaron lo mejor de sí y eso marcó el camino de esa parte de la humanidad que optó por el bien, incluso arriesgando su propia vida.

Sin embargo, hoy muchos seguimos perdiéndonos en el camino que no conduce al bien. Nos lavamos las manos, pero no para cuidarnos o cuidar, sino para permitir la injusticia. Muchos seguimos callando mientras delante de nosotros humillan o golpean a alguien por levantar la voz. Seguimos permitiendo con nuestros silencios atropellos que nos aplastan como personas, seguimos volviendo la mirada hacia el otro lado como si desviar nuestros ojos hiciera que desapareciera el sufrimiento o el abuso cometido delante de nosotros.

No es menos cierto que el miedo nos acecha profundamente y el ser amenazados continuamente nos paraliza. En nuestra historia como pueblo hay un temor que desgraciadamente nos ha obligado a callar, nos han sumido en la indefensión y a veces nuestro único recurso ha sido lavarnos las manos para poder subsistir.

Seguimos repitiendo el gesto de Pilato cuando aplaudimos por miedo, cuando desfilamos por un sueño en el que no creemos, cuando aceptamos palos, machetes, cabillas o piedras para golpear al hermano, cuando preferimos el silencio cómplice que sigue reteniendo en prisiones injustas a nuestros jóvenes, cuando no nos hacemos eco de una madre que suplica con lágrimas ver a su hijo privado de libertad antes de morir… Sí, hoy volvemos a asumir el rostro de Pilato de muchas maneras.

Hoy tú y yo, o nos lavamos las manos o nos colocamos al lado de la verdad, de la justicia, de la bondad. No podemos seguir permitiendo el atropello y callar el dolor que tanto nos está lacerando. No podemos seguir viendo a nuestros mayores muriendo de hambre en las calles y seguir callando. No podemos seguir quejándonos de los apagones, o escuchar el llanto desesperado de nuestros niños y seguir callados. No podemos seguir permitiendo que no alcance el salario para poner una comida digna sobre nuestras mesas. No podemos seguir esperando un milagro, porque ese milagro ya nos ha sido dado con la inteligencia y la fuerza de voluntad para soñar y crear juntos una nación libre, próspera, hermosa como su bandera y digna como sus habitantes.

 Busquemos alternativas sin violencias y con espacio para todos. Empecemos por nuestra familia, por nuestro círculo más pequeño. Acojamos al que es capaz de disentir y escuchemos sus propuestas, aceptemos que es normal no estar todos de acuerdo, y busquemos juntos el bien.

Que lavarnos las manos sea siempre un gesto de cuidado, de amor, que implique dignificar la vida. Que revertir el signo temeroso de Pilato sea también nuestra posibilidad de permitir que estalle la Vida, esa vida abundante que Jesús quiere para todos y que con el regalo de su Resurrección nos vuelve a decir que su amor redime la condena, que Él sigue creyendo en nosotros y espera que también broten en ti y en mí los signos de vida para ayudar a que nuestro pueblo encuentre la verdadera vida.

Al Resucitado elevo mi súplica. En el corazón del Maestro de Nazaret y dueño de la historia pongo toda la confianza de una Cuba que pronto resucitará. Jesús vivo y presente en la historia, en nuestro pueblo, nos acompaña, sostiene e ilumina nuestras búsquedas. Seguirá siendo hasta el final mi plegaria confiada que espero que muy pronto sea certeza.

Que la fuerza liberadora del Resucitado nos acompañe en este hoy de nuestra historia. Feliz Pascua, feliz paso del Señor por nuestra vida.

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