He estado pensando… (110)

Padre Alberto Reyes

                 He estado pensando en los para qué de un desfile

Ha pasado el Primero de Mayo, y en todo el país se han hecho los desfiles y concentraciones tradicionales de ese día, actos que, oficialmente, son un merecido homenaje al mundo del trabajo, pero que, en realidad, tienen en Cuba un sentido totalmente diverso: son actos de reafirmación política, son actos de sumisión ciudadana, son un recuerdo de que nuestra libertad está comprada.

Por eso, en los días previos, se ha hecho firmar a muchos trabajadores su “compromiso” de asistir al desfile, bajo amenaza de penalización. Por eso se ha amenazado en las escuelas (al menos en Esmeralda) de que no ir al desfile podría incluso redundar en ser suspendidos en los exámenes. Por eso se han movilizado miles de autobuses para ir a recoger gente aquí y allá, sin límites para el uso del combustible.

En un momento social donde cada acción cuenta, hay mucha gente que ha sido capaz de hacer lo que podía hacer: se ha quedado en su casa y ha sido capaz de afrontar los miedos de vivir en libertad. Otros imagino que habrán participado porque tal vez todavía creen que defender este sistema vale la pena, a pesar del hambre, de los apagones interminables, de la vida miserable y sin horizonte que los ha recibido cuando han regresado a sus casas.

Otros muchos, sin embargo, han bajado la cabeza, y han preferido repetir el acto teatral de un aparente apoyo al sistema que detestan. Por eso, en realidad, ¿qué ha celebrado este pueblo, esa masa inmensa de gente que ha acudido al llamado del Primero de Mayo?

 Este pueblo ha celebrado su miedo, su incapacidad de dar un paso para defender su autonomía personal y social; ha celebrado su esclavitud, su sumisión, su decisión de plegarse a aquellos que le han hecho y le hacen la vida miserable, a aquellos cuyos hijos reciben una educación de élite mientras los nuestros batallan en un sistema ineficiente y precario, aquellos que no han sido ni serán capaces de garantizar nuestra salud, nuestra economía, ni una vida digna.  Este pueblo ha celebrado su decisión de hacer el juego al opresor.

¿Y qué ha celebrado el Gobierno? No ha celebrado, ciertamente, la adhesión del pueblo, porque es plenamente consciente de que no la tiene, pero ha celebrado que este pueblo se comporte como si los amara, como si los apoyara, y es ese “como sí” lo que en realidad les importa, porque el “como sí” es suficiente para que nadie se atreva a levantar la voz en contra.

Pero no olvidemos que cada acción cuenta, grande o pequeña, y que cada pequeño paso de sumisión al mal se vuelve no sólo contra el que lo hace, sino contra todos los demás, incluidos aquellos a los que se ama.

Pido perdón por esta anécdota, pero creo que es digna de ser contada:

 Hace años, el Gobierno, en su ofensiva contra Oswaldo Payá, pidió al pueblo sus firmas en una ratificación del “proceso revolucionario”. Por esos días, una señora intentó subirse a un camión de pasaje, pero el camión iba lleno y el camionero le dijo que no era posible llevarla. La señora lo increpó, maldiciendo, entre otras cosas, a los camiones privados. El camionero, molesto, inició un pequeño diálogo antes de dejar a la señora envuelta en una nube de polvo:

  • ¡Señora! – le dijo- ¡¿usted firmó?!
  • - ¡Claro que firmé! – respondió con orgullo la señora.
  • - ¡Pues jódase!
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