
Hace unos días en una charla entre amigo conversábamos que los regímenes de fuerza, en particular los de corte totalitario o mesiánicos, causan en la sociedad numerosos y diferentes clases de daños.
Hablamos de los fusilados y muertos en combate en la lucha por la democracia. Los cientos de miles que pasaron largos años en la cárcel, la destrucción económica de nuestro país, el deterioro general de las edificaciones y los millones que debieron partir al exilio o decidieron emigrar, por la catastrófica situación que la dictadura ha generado.
Estábamos inmersos en esos aspectos cuando mi esposa comentó, ustedes hacen, justamente, al igual que la mayoría de los observadores y analistas, referencias a los perjuicios humanos y materiales, pasando por alto los intangibles, obviando que cada una de las personas a las que le cambio la vida o fue terminada por el régimen hubieran podido aportar a Cuba muchas cosas positivas.
Esta observación nos condujo a tratar aspectos que algunos de nosotros nunca habíamos considerado o los habíamos abordado muy vagamente, como cuánto habrían aportado a la Isla los dirigentes estudiantiles Pedro Luis Boitel, muerto en huelga de hambre en 1972 y Porfirio Ramírez, fusilado junto a cuatro compañeros en octubre de 1960, o el civilista Orlando Zapata Tamayo, también muerto en huelga de hambre en el 2010 en reclamo de sus derechos, en una Cuba democrática.
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