Los sucesos de esta semana alrededor de la intervención de la Ministra de Trabajo y Seguridad Social de Cuba, en dos comisiones de trabajo de la Asamblea Nacional, han puesto en mayor evidencia, precisamente, la vulnerabilidad de los cubanos, lo que ella como funcionaria pública debía defender. Pero no me refiero a los vulnerables que la Feitó asegura que no existen porque son “evasores de impuestos” o “cubanos disfrazados de mendigos porque en Cuba no hay mendigos”, sino a todos los cubanos que, con estas actitudes notamos vulnerada nuestra dignidad humana.
Si bien es cierto que la dureza de sus palabras, la frialdad al expresarse, la negación de una realidad nacional, afectaban el oído y más que el oído estrujaban el alma al escucharlas, su intervención concluyó con el aplauso uniforme que caracteriza al llamado parlamento cubano. Poco tiempo después, como si los allí presentes no hubieran consentido en público aquello de lo que discrepaban en privado (nada raro en esta deformación de la conciencia, en esta doble moral en la que algunos cubanos han elegido vivir) nos llegan las noticias de algo que todos notamos, pero que solo es verdadero si viene notificado “desde arriba”: “A partir de la falta de objetividad y sensibilidad con que abordó temas que centran hoy la gestión política y gubernamental”, la ministra reconoció sus errores y presentó su renuncia al cargo.
Algunos piensan que la decisión tomada viene a responder a las múltiples críticas desde la ciudadanía y la sociedad civil dentro y fuera de la Isla. Otros opinan que la insensibilidad va más allá del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social.
En cualquiera de los casos, aunque parezca raro, estoy de acuerdo solo con una frase de la intervención de la Ministra, cuando expresó, enfáticamente, que hay que llamar a las cosas por su nombre. Es lo que venimos diciendo durante mucho tiempo el ciudadano de a pie, el profesional, el académico y parte de la comunidad internacional. Basta de eufemismos; pero, para decirle al pan, pan, y al vino, vino, hace falta un análisis de la realidad certero, verdaderas ganas de encontrar la solución, además de a los culpables, y voluntad para asumir la crítica con mirada hacia el futuro, para cambiar en profundidad.
La actitud de la Ministra, que en otros espacios, quizá no televisados ni de tal nivel ha sido la misma de otros funcionarios, no puede dejar de estar transida por las viejas consignas que hemos venido escuchando y se han incrementado en los últimos tiempos. El “espíritu combativo” y el “sentido de pertenencia” han sido el ingrediente activo de esas constantes peticiones del gobierno a sus funcionarios y al propio pueblo.
Entonces, cuando el propio pueblo o los mismos funcionarios hacen uso de ese ingrediente activo, se lo toman en serio -o no muy en serio, sino desde su cuota de poder- pasan estas cosas. Que el ingrediente activo cataliza la reacción hacia un estado de no retroceso donde se derrumba el mito de “la revolución de los humildes”, por ellos y para ellos, como es el caso más reciente.
Lo que hay que combatir, y lo decimos una vez más, es la causa que genera esa pobreza, las desigualdades y todos los demás males que sufre Cuba. No atacar el efecto de las políticas públicas desacertadas o las medidas que históricamente se le han achacado al capitalismo, pero que en esta versión tropical de “justicia y seguridad social” no puede haber algo más parecido a lo peor de aquel sistema, junto a lo peor de este. Esa es la verdadera raíz de todos estos males. De lo contrario será, como dice la frase del lenguaje popular, “botar el sofá” y seguir arrastrando el mismo problema.
Mientras las estadísticas sigan edulcorándose, porque algunos indicadores como el Índice de Desarrollo Humano o el propio Índice de Pobreza son favorables al mito de la revolución en Cuba dado su método de medición, seguiremos dibujando un país irreal. Debemos ir al mal de raíz, que ha sido reconocido, no por ningún ministerio, sino por la ciudadanía que es el receptor más sensible, como un problema sistémico, estructural, que nos coloca, a los más vulnerables, y los que no, en un estado tal que parece que no vivimos, sino que subsistimos. El elevado costo de la vida, la baja calidad de los servicios públicos, la dolarización paulatina de la economía, la escasez de comida, medicamentos, electricidad, agua y tantas otras tantas dolencias que aquejan el cuerpo social cubano, podrían encontrar una vía de solución siempre y cuando desde la humildad, sin chovinismos ni búsqueda de enemigos externos, la persona humana vuelva a ser el centro de todas las relaciones sociales.
Es hora de que cada ciudadano pase de la queja a la propuesta, hora de que se inmiscuya en los asuntos de los que todos somos responsables en diferente grado y con los que debemos estar comprometidos. Es hora de elevar la verdad hacia el pedestal más alto, del que fue destronada.
Que nuestra nuestra apatía por la cosa pública no nos envuelva en la espiral de quejarnos sin buscar la vía de salir a flote, o lo que es peor, que no culpemos en ese “sálvese quien pueda” a los demás sin nosotros haber defendido nuestra propia dignidad.
Decía el Venerable Padre Félix Varela, fundador de la nacionalidad y nación cubanas que: “Cerrar los ojos para no percibir una verdad tan clara es aumentar la desgracia con el tormento de haberla causado, pero ¡cuántos de estos ciegos voluntarios no hallamos por todas partes!”
Que ni tú, ni yo, ni el otro, caigamos en esa tentación y en ese desprecio al prójimo. El alma del cubano es un alma noble. Sigamos cultivándola.
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