He estado pensando… (125)

Padre Alberto Reyes

             He estado pensando en la construcción de un mito II

Decía Santa Teresa de Jesús que “la verdad padece, pero no perece”. La verdad puede ser ignorada, atacada o suplantada con mentiras, pero, a la larga, siempre emerge.

Por mucho que Fidel haya intentado rodear su persona con el misticismo de los líderes mesiánicos, por mucho que se siga intentando ahora endiosar su figura, la verdad no deja de abrirse camino, mostrando una historia que es más acusatoria que absolutoria.

 A Fidel debemos la centralización de todo en manos del Estado. Toda empresa, todo negocio, fue confiscado, sin importar el esfuerzo y los medios invertidos en ellos por sus legítimos dueños y sin que mediara la más mínima compensación económica.

Todo fue arrebatado y puesto bajo el control férreo del Estado, que se convirtió así en el único proveedor, el único que podía garantiza el “pan nuestro de cada día”, condicionando la libertad de todo un pueblo.

Los sindicatos, que tan duramente habían trabajado por defender los derechos de los obreros, fueron puestos al servicio del nuevo régimen, convirtiéndose ya no en los protectores de la clase obrera sino, por el contrario, en organismos de vigilancia y control de los trabajadores.

Bajo esta centralización férrea se colocó al sistema educativo y al sistema de salud. El Estado se erigió como la única instancia formativa, apropiándose el derecho de adoctrinar a cada nueva generación, a la vez que intentaba contrarrestar por todos los medios las voces diferentes que surgían de las familias y las Iglesias. Del mismo modo, monopolizó todo el sistema de salud, impidiendo cualquier servicio fuera de ámbitos estatales y presentando insistentemente la iniciativa privada en salud como una injusticia en sí misma.

Siguiendo la línea establecida por Fidel, se estatalizó la prensa, la radio, la televisión, y toda manifestación de la cultura. La prensa libre dejó de existir, y se persiguió a escritores, artistas y pensadores que no se alinearon al nuevo sistema.

Se centralizó la política en una sola ideología y en un Partido único, ilegalizando y criminalizando cualquier manifestación de protesta u oposición. Se abolió la pluralidad de opciones políticas y se desarticuló el sistema de elección democrática.

Se sometió al control del Estado la ganadería, la agricultura, la industria azucarera, tabacalera, cafetalera, minera y pesquera. No importaba que todo fuera progresivamente languideciendo y destruyéndose, y si a alguien le afectaba, y si alguien alzaba la voz e intentaba mostrar la verdad, era sistemáticamente silenciado.

Nada ni nadie podía contradecir lo que el “Comandante” determinaba, entre otras cosas porque Fidel nunca fue capaz de tener colaboradores. Fidel sólo podía tener incondicionales, y un incondicional no piensa y, si lo hace, no cuestiona, no disiente, no alerta, aunque la realidad a su alrededor se despedace, porque sabe que sólo está allí para alimentar el ego del que lo mantiene en su círculo.

Bajo Fidel, todo un país próspero y plural fue puesto bajo el control y la vigilancia de un Estado identificado con un único Partido, un Estado y un Partido que sólo tenían un punto de referencia, un líder, un dueño, una voz incuestionable: la suya.

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