El campo de concentración de Auschwitz tenía su propia lógica. En su diseño todo encajaba. Los cautivos que no morían a la llegada sólo duraban un promedio de seis meses. Se aprovechaban todas sus pertenencias, reciclándolas entre la población aria del Tercer Reich. Además, les extraían las piezas dentales de oro y se recuperaban las prótesis. Con la grasa humana se hacía jabón. Algunas pieles tatuadas terminaban en pantallas de lámparas y como petacas para tabaco. Los cabellos eran utilizados en la fabricación de zapatillas especiales para las tripulaciones de los submarinos. Las cenizas de los crematorios resultaban abundante abono… En fin, todo era productivo, racional… hasta que los tanques de guerra aliados abrieron aquella realidad al mundo exterior.
Una pertinaz visión esquemática, también con su propia “lógica” sobre el futuro próximo de Cuba, ha sentado sus reales tanto en ingenuos como defensores de la actual dictadura militar desgastada en el poder. Hasta lo que da la vista, toda valoración crítica a los asuntos nacionales marcha casi siempre a la saga y en la estela de las intentonas del régimen por hacer sobrevivir, y no cambiar, el sistema imperante en la isla.
Se concede demasiado crédito a un régimen totalitario que, de por si mismo, es un absurdo. De un sistema dictatorial como el que rige el destino de la nación cubana resulta disparatado esperar sensatez. Así se aceptan las premisas de lo irrazonable. Si la junta militar gobernante amaga en una u otra dirección se le ensalza o se le critica, mas ambos criterios aceptan la “lógica” de los acontecimientos. Denominadas “actualizaciones” por el oficialismo, “reformas” por los optimistas y "pasos insuficientes" por adversarios, se llega al extremo de valorar esas medidas como promovidas por una sincera y pragmática voluntad de transformación. Y hasta cuentan con un persistente optimismo alucinado y solidario de analistas y de diversa prensa que otorga virtudes de progreso a lo que no es otra cosa que un desmontaje totalitario de la responsabilidad, con el cínico objetivo de la brutal y más que aburrida perpetuación de los Castro en el poder.
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