No cabe duda que el derecho a la libre determinación es inalienable para todo pueblo y que la larga y espinosa senda que conduce a la independencia en el caso de los palestinos es ya demasiado larga. Por lo tanto, para muchos puede resultar comprensible en su desesperación el recurso a la violencia como medio para romper las cadenas. No creo necesario para este análisis un recuento histórico en el que cada parte destaca lo que le conviene y tergiversa lo que no, porque basta con poner las cartas sobre la mesa para buscar una solución que se base en la realidad actual. No hace falta anteponer la cuestión territorial que entretiene un debate interminable que se remonta miles de años.
Basta con reconocer que hay dos cartas principales sobre la mesa: 1) La seguridad del Estado de Israel, cuya destrucción total es la consigna de muchos de sus vecinos; y, 2) La independencia de los Palestinos, que reclaman, además, la restitución de tierras que les han sido arrebatadas gradualmente por la fuerza desde 1967.
Dentro de este contexto, las circunstancias actuales se derivan de la partición proclamada por la ONU en 1948, una decisión sumamente inestable y muy poco ponderada por su incoherencia territorial. Esa partición provocó inmediatamente una guerra y la evolución posterior del duro diferendo entre ambos pueblos traducido en una serie de otras guerras y en un estado permanente de hostilidad.
Pero la solución radica sencillamente en el reconocimiento por ambas partes de esas dos cartas principales que están sobre la mesa. Esas dos cartas tienen que ser la base fundamental de las negociaciones.
La situación actual se ha agudizado porque la desesperación de los palestinos los ha impulsado a jugar la carta del reconocimiento de las Naciones Unidas para ejercer presión sobre Israel, pero sin comprometerse a negociaciones de paz y a un propósito de armonía entre ambos pueblos.
Así estamos contemplando desde hace días el Debate General de figuras mundiales a su paso por la Asamblea General de las Naciones Unidas. No podemos mencionarlos a todos, ni tampoco pretender que los mencionados sean los más pertinentes, pero sí aprovechar algunas declaraciones para ilustrar la situación imperante.
El Presidente Obama insistió en que "los israelíes deben tener un acuerdo que garantice su seguridad. Los palestinos deben saber cuál es la base de su Estado". Y añadió que: "La paz no llegará a través de declaraciones y resoluciones en la ONU. Si fuera tan fácil, ya se habría conseguido. Al final, son los israelíes y los palestinos que deben vivir codo con codo y -no nosotros- los que deben alcanzar un acuerdo sobre los temas que los dividen, sobre las fronteras y la seguridad, sobre los refugiados y sobre Jerusalén".
Mahmud Ahmadineyad echó leña al fuego poniendo en duda el Holocausto judío, atizando a la total aniquilación de Israel y enarbolando una supuesta conspiración sionista.
En su turno en el Debate General, el Primer Ministro de la India, Manmohan Singh, subrayó su respaldo a un Estado palestino independiente y su preocupación porque este diferendo es "una fuente de gran inestabilidad y violencia". Pero no se preocupó de señalar la indispensable seguridad de Israel.
Lamentablemente, muy pocas declaraciones pronunciadas en este Debate General han hecho énfasis en la necesidad de garantizar la seguridad de Israel como paso previo a cualquier negociación, y las pocas que se han escuchado se han limitado a breves palabras pronunciadas por algunas personalidades europeas. La mayor parte del resto del mundo parece indiferente a esta condición indispensable para la paz. Para colmo, algunos discursos tan importantes, como el del Presidente de Chile, ignoraron totalmente el conflicto, mientras que el PM británico Cameron se conformó con mencionar "el desafío que enfrentan israelíes y palestinos de dar pasos firmes hacia una mesa de negociaciones para lograr una paz duradera". ¡Nada más!
Por su parte, Mahmud Abbas proclamó que: "Esta es la hora de la verdad, ha llegado el momento de la independencia para el pueblo palestino". Y desplegó un cierto grado de prudencia en su discurso que no fue enteramente definitorio, cuando afirmó que: "No queremos aislar a Israel ni deslegitimarlo, sólo queremos legitimar al pueblo palestino". Añadiendo la esperanzadora frase de que: "Tiendo la mano a Israel para que aproveche esta ocasión. Estamos dispuestos a regresar inmediatamente a la mesa de negaciones". También hizo énfasis en las fronteras de 1967, lo que implica una aceptación de que, al menos, la parte occidental de Jerusalén sea la capital de Israel.
Benjamín Netanyahu no se quedó atrás y aseguró que el Presidente de Palestina Abu Mazen sería su "socio en la paz. Quiero ser parte de la paz. En mi primer día como Primer Ministro, le pedí negociaciones directas sin condiciones, pero no me respondió". Por otra parte, añadió que "Israel está preparado para tener un Estado palestino en Cisjordania, pero no para tener una nueva Gaza". Asimismo subrayó que los palestinos tienen que hacer primero la paz con Israel y luego tener un Estado. "Cuando eso ocurra, Israel no será uno más en reconocerlo, seremos el primero".
Netanyahu comenzó y terminó su discurso asegurando que Israel "tiende la mano al pueblo palestino porque buscamos una paz justa y duradera" y que su país "ha querido vivir en paz desde su fundación", al tiempo que aseguró que su nación "es un país pequeño con grandes problemas de seguridad".
Estas declaraciones de los dos adversarios proporcionan una base razonable para iniciar negociaciones. Pero los países que pueden hacer acicate para propiciarlas e impulsarlas insisten en jugar al póker de las influencias con el "bluf" de su apoyo a las posiciones más intransigentes de cualquiera de las dos partes. Bastaría que un grupo de Potencias se pusieran de acuerdo para dar un ultimátum a judíos y palestinos con una propuesta concreta que sirviera de punto de partida para un arreglo final. Los puntos básicos serían:
- Reconocimiento de las fronteras establecidas en 1967.
- Reconocimiento de la independencia del Estado Palestino (Gaza y Cisjordania) como un solo país.
- Reconocimiento del Estado de Israel por parte del gobierno palestino y de sus otros vecinos (Siria, Líbano, Jordania, Arabia Saudita y Egipto).
- Establecimiento de una fuerza de mantenimiento de la paz en la frontera de ambos Estados que garantice con capacidad de respuesta militar la seguridad de los dos países.
Con estas bases, todo lo demás es discutible y negociable. Los pueblos sólo aspiran a vivir en paz, con independencia y un sistema democrático que les permita tomar las riendas de su propio destino.