Caminando con algunas personas hace unos días, estas comentaban sobre una conversación que habían tenido esa tarde. Lo central de dicho diálogo puede resumirse así: «el olor del carbón me recuerda que llega diciembre», y la otra persona le responde: «a mí solo me confirma la pobreza y miseria que estamos viviendo».
Al llevar la conversación a su contexto, ambas compartían sobre lo que están sufriendo al cocinar con carbón y leña. Comentaban que en algunas escuelas y círculos infantiles hay maestros que les dicen a las familias que si quieren que sus hijos almuercen, deben conseguir el carbón. Mientras íbamos caminando, por supuesto, en absoluta oscuridad, yo me limité a escuchar, y los ejemplos continuaban, entre ellos, que tuvieron que sacar de la escuela a una niña asmática porque el humo le provocó una reacción que por su condición de salud no puede soportar.
En medio de nuestra conversación, recordábamos que hacía muy pocos días el presidente del país había visitado nuestro pueblo después del paso del huracán Rafael. Ese día en las escuelas no se cocinó con carbón. Como siempre, la doble moral, nuestra falta de transparencia o la obligación de hacer ver que todo está bien; lo llevaron a ver un derrumbe antiguo y atravesaron el parque que perdió unos árboles. Las personas que querían llegar hasta él para hablarle del hambre, de las penurias que están viviendo, no pudieron hacerlo, pues los escoltas desplegados, vestidos de civil, no les permitieron dar ni un paso. Me refiero a personas ancianas que me dijeron: «ya no tenemos nada más que perder».
Como si fuera poco todo lo anterior, nos imponen una ley de comunicación social que amenaza con cárcel a quienes se atrevan a expresar su descontento por cualquier vía. No es posible que nos sometamos a más. No es lícito que nos coarten la libertad de expresar la inconformidad, porque un derecho fundamental del ser humano es la capacidad de su libre expresión, que no es, ni debe ser, faltar al respeto, ni agredir, ni insultar, ni difamar. Nadie, absolutamente nadie, debe tener ese poder sobre otra persona.
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