He estado pensando en las muertes silentes
Hay una viñeta de la caricatura “Mafalda”, en la cual se da este diálogo entre Mafalda y Susanita:
- Me parte el alma ver tanta gente pobre –dice Mafalda.
¡A mí también! – le responde Susanita.
A Mafalda se le ilumina la mirada y dice:
¡Habría que dar techo, trabajo, protección y bienestar a los pobres!
A lo que Susanita, serenamente, responde:
¿Para qué tanto? Bastaría con esconderlos.
Cuba está asistiendo hoy a un genocidio silencioso. Mucha gente está muriendo, gente que no tendría por qué morir. Pero no son muertes aparatosas, ni de “hijos de papá” y, por otra parte, son muertes que se pueden enmascarar, muertes a las que es fácil quitar visibilidad.
En una isla que se cae a pedazos, a cada rato se derrumba un edificio, o se desploma un balcón mientras alguien está debajo, y tanto la aparatosidad como la normalización del hecho hacen que la muerte no sea noticia.
Aquí y allá escuchamos que tal o cual vecino o familiar murió “de una subida de tensión”, “de una descompensación diabética”… y parece que desconocemos que estas personas llevaban meses sin la medicación necesaria, sin una mísera pastilla para equilibrar su salud.
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Guadalajara, Ago. 23.– Mientras en Monterrey y Guadalajara las gasolineras acumulan colas y Pemex advierte sobre retrasos en la refinación, barcos cargados de crudo y diésel zarpan hacia el puerto de Matanzas, en Cuba. No se trata de una operación excepcional ni discreta: bajo los gobiernos de Andrés Manuel López Obrador y ahora Claudia Sheinbaum, México se ha consolidado como uno de los principales proveedores de energía de la dictadura cubana, ocupando el lugar que en otra época tuvo Venezuela antes del colapso de PDVSA.
Estoy convencido de que, en la misma medida en que se acerca el final de esta etapa histórica, Cuba corre serios peligros de violencia, desorden, incoherencias, cambios de acera, movimientos caóticos, banalización del mal y, sobre todo, relativismo moral (todo da igual) y signos contradictorios y desconcertantes.