He estado pensando en lo difícil que es ser madre en Cuba
Llega el Día de las Madres, esa fiesta tan cercana al alma de nuestro pueblo. Es el día en el que el cubano intenta ir al encuentro de su madre, si todavía vive, o intenta ir al cementerio, si ella ha muerto. Y es también el día en el que nos damos cuenta de lo difícil que es vivir el don de la maternidad en nuestra tierra.
Es difícil por la ausencia física de tantos hijos que emigraron buscando un horizonte que aquí, en su propia patria, no podían encontrar. Madres que sólo tendrán una llamada o, con suerte, si hay cobertura, una video llamada, un abrazo virtual, un beso a través de las redes, envuelto todo en la nostalgia de una separación forzada y, para muchas, eterna, porque sus hijos nunca van a volver, y ellas no lograrán jamás ir a vivir con ellos.
Es difícil por los esfuerzos para intentar poner lo mejor en la mesa, y olvidar por un momento la lucha cotidiana por el pan nuestro de cada día, y por aquello que no es pan y que tampoco aparece, o aparece a sobreprecio.
Es difícil porque los regalos que reciben de sus hijos no les impiden recordar que tienen mucho que buscar para ofrecerles: ropa, zapatos, uniformes, mochilas… y un largo etcétera de cosas que aquí han dejado de ser normales, para convertirse en pesadillas.
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